De la misma manera que don Francisco de Quevedo editó las poesías de fray Luis de León y de Francisco de la Torre como antídoto contra culteranos, la biografía y las empresas de Francisco Rodríguez deberían servir de ejemplo a tantos cosmopolitas improvisados como ahora hay o pretende haber.

Nacido en una aldea de montaña y educado en Madrid y Francia, es el empresario asturiano que más ha extendido sus empresas por el ancho mundo, junto con otro, José Cosmen, casual o mágicamente nacido en las mismas alturas de Leitariegos. Como si Leitariegos diera alas a sus hijos para remontarse más allá de las montañas y de los mares. Los dos han internacionalizado empresas que no son otra cosa que la difusión de cosas que vieron en su niñez: uno la arriería, éste las vacas.

Extendiéndose por el mundo, Francisco Rodríguez cumple una de las características más estimables del asturiano: la de ser universal sin dejar de ser local. Característica que Juan Antonio Cabezas resumió en el calificativo que le da a Clarín de «provinciano universal». Ser aldeano es un honor: lo deleznable es ser paleto. Ahora que apenas hay provincianos, predomina el cateto cosmopolita, el tipo que va de compras a «Niu yor» y envía a sus vástagos a estudiar a Londres con el propósito de sentirse extranjero en su tierra para darse importancia.

El catetismo es una desgracia y el provincianismo un arraigo. Porque está arraigado a su tierra, Francisco Rodríguez se ha extendido por el mundo. Y desde cualquier parte del mundo, no deja de mirar hacia su tierra y de mirar por ella. Algún día habrá que reconocer sus mecenazgos en materia cultural, lo mucho que Asturias le debe.

Además de empresario, Francisco Rodríguez es un excelente escritor. Ha aprendido a escribir en Ortega y Gasset, quien a su vez aprendió en el P. Coloma: no en el autor de «Jeromín», sino en su hermano Gonzalo, cuya prosa es de una calidad y de una elocuencia extraordinarias. Habiendo bebido de las mismas fuentes, en Francisco Rodríguez se cierra un círculo. Orteguiano y economista, su condición de empresario internacional le permite analizar y criticar lo próximo con clarificadora amplitud: a su lucidez se añade la libertad de criterio. Sus análisis son valiosos por la precisión, pero también por la independencia que le permite señalar las causas del problema que principalmente nos afecta sin complacencias ni medias tintas. Ha escrito numerosas conferencias, artículos, pregones, etcétera, recogidos en los volúmenes titulados «Desde un tren de mercancías» y «El tren prosigue su recorrido». Nos llega ahora el tercero, que exprime la metáfora ferroviaria: «Parada, pero no fonda».

Hemos llegado, pero no hay que detenerse, porque todavía queda mucho camino por recorrer antes del descanso como en el poema de Frost. Desde la ventanilla del tren, el autor ve y luego comenta, dando a cada palabra el sentido que tiene. Con conocimiento de causa se le llama al pan, pan, y a la leche, leche. Sus análisis dan que pensar. Son demoledores, pero no destructivas. Estamos en una situación de la que se puede salir. Estamos también ante uno de los libros más importantes publicados en Asturias últimamente.