Oviedo, Javier NEIRA

Dido arrancó el drama de Purcell -ayer, en el auditorio de Oviedo- con la poderosa y trágica voz de la mezzosoprano Amaya Domínguez y durante una hora y nueve minutos avanzó sin remedio para su perdición y gozo del público, que aplaudió encantado la versión en concierto -o, mejor, semiescenificada- de la ópera «Dido y Eneas», del compositor británico. De todos modos, a la hora de los aplausos destacó sobre todos el contratenor Flavio Ferri-Benedetti, quizá por el exotismo de su voz, y el tercer lugar fue para el maestro Aarón Zapico, que al frente de su agrupación, «Forma Antiqva», cosechó sin duda un gran triunfo.

La cita se encuadraba dentro del ciclo de los «Conciertos del Auditorio» y suponía, además, el estreno de «Forma Antiqva» como conjunto residente en el coliseo carbayón. Música barroca que, como aseguraba en vísperas del concierto Aarón Zapico, es la que más gusta al público porque es la que mejor se entiende. «Forma Antiqva» recibió el título de «Asturiano del mes» de diciembre de 2011, otorgado por LA NUEVA ESPAÑA.

La soprano María Espada, en el papel de Belinda, abrió la tragedia cantando con limpieza y belleza «Sacude las nubes de tu frente», un rayo de optimismo para contrastar la tristeza inmediata, ya que al momento Amaya Domínguez, de forma impecable como Dido, replicaba «¡Ay, Belinda, me acosa un tormento», que pronto fue evidente que se trataba del amor. Como apunta en el programa de mano la musicóloga asturiana María Sanhuesa, «la inmolación de Dido es una más en una larga cadena de sacrificadas operísticas entregadas a la liberación de volverse nada».

El coro, realmente otros cinco solistas, y los tres personajes principales evolucionaron por el escenario, dando un plus sobre lo que se considera sólo como versión concierto. Los instrumentos barrocos genuinos, como la viola da gamba, la guitarra de época y, sobre todo, la espectacular tiorba, despertaron mucho interés y completaron el ambiente preclásico en que se movió y sonó todo.

El tenor Francisco Fernández-Rueda, como Eneas, surgió desde el patio de butacas. Primero tímido y después más suelto, tuvo una actuación destacada. Y ya en el segundo acto el contratenor Flavio Ferri-Benedetti, como la Hechicera, cautivó al respetable a juzgar por los aplausos finales. Las sopranos Mariví Blasco y Olalla Alemán, como brujas, destacaron por la voz y la gracia malvada, y el tenor Víctor Sordo, en su rol de marinero.

Dido, según la excelente Amaya Domínguez, cantó «la muerte es ahora una visita bien recibida; recuérdame pero, ay, olvida mi destino» para firmar un final desolador y luminoso.