La foto de la acordeonista y los matarifes melómanos ha tenido la particularidad de incitar a quienes la ven a una nostalgie de la boue, cierto deseo canalla de la noche y de las amanecidas en garitos al lado de los mercados: a aquellas largas últimas horas alguna vez vividas. La hizo en 1953 un genial fotógrafo y flâneur llamado Robert Doisneau que, de vivir en estos momentos, habría alcanzado una edad centenaria. De hecho, el pasado 14 de abril se cumplieron 100 años de su nacimiento en Gentilly, celebrado con una exposición de su obra París-Les Halles en el Ayuntamiento de la capital del Sena y hasta con un «doodle» en el buscador más universal de internet.

Doisneau, célebre por retratar el beso más famoso de la historia, compartió con el poeta y vagabundo Jean-Paul Clébert monumentales cogorzas por los garitos del París de posguerra, cuando en él resultaba imposible morir de sueño. Ambos y el escritor y también librero Robert Giraud agotaron su visión del mundo en los mostradores de cinc de los bares, por donde los cigarrillos de kif navegaban sobre ríos de espuma. Giraud era el poeta de los bares breves, que el propio Doisneau retrataba en las horas largas de la madrugada siempre acodado en el mostrador, con un vaso de Beaujolais en la mano, el cigarrillo en la boca y una pierna cruzada. Exactamente igual que la figura de tarot del ahorcado. Podía quedarse allí tres o cuatro horas de pie, como una garza.

En esos años cincuenta, Clébert escribió un libro inclasificable, dedicado a sus dos amigos, que pronto se convirtió en un objeto de culto para los incansables peregrinos de la noche. París insólito, que el año pasado publicó en España la editorial Seix Barral, vio por primera vez la luz en 1952 y causó sensación. El autor evocaba en él un microcosmos de hambre, tugurios y mataderos que ya no existe para el visitante, por más que uno esté dispuesto a seguir las huellas.

El joven Clébert se había fugado de casa para unirse a la Resistencia y después de la ocupación vagó los años siguientes por las calles peor iluminadas de la Ciudad de la Luz en compañía de proxenetas y prostitutas, clochards, traperos, árabes y gitanos, en busca del pan y del alojamiento de cada día. El hombre enfrentado al dilema de comer se convertiría en el eje argumental de lo que Clébert escribiría más tarde.

El fotógrafo Doisneau y Giraud, personaje legendario de la Rive Gauche de esa época y autor de Le vin des rues, clásico de la vida tabernaria parisina publicado en 1955, eran, asimismo, amigos personales de Jacques Yonnet, bebedor alegre, propietario de una prosa deslumbrante y capaz de pasarse horas contando cosas sobre el mundo de la cloche y sus mômes, que cantaba la gran Édith Piaf.

Los secretos del París de este discípulo de François Villon están pillados por los rincones, en las calles, en las tabernas y también en las hemerotecas. La calle de los Maleficios, cuya traducción española publicó hace un par de años Sajalín, abriga algunos de los secretos de esta dirección que se llama en la actualidad Rue Xavier Privas, en honor del cantante, príncipe de los chansonniers a finales del siglo XIX, y a lo largo de su historia ha recibido otros nombres como Zacharie, Sac-à-Lie y Trois Chandeliers, en el tiempo de Luis XIV.

Yonnet en el inicio de su relato sobre París escribió que una ciudad muy antigua es «como una charca, con sus colores, sus reflejos, su frescor y su cieno, su efervescencia, sus maleficios y su vida latente». En esa charca se zambulleron, entre otros, Robert Doisneau y sus amigos. El resultado es el fresco memorable de una época.