No era fácil sustraerse a la pena al ver ante el altar la pequeña urna con las cenizas de Juan Ramón Pérez Las Clotas mientras, en la tarde de ayer, se oficiaba el funeral por su eterno descanso en la iglesia de los Padres Carmelitas. Ni sustraerse a la pena ni olvidar lo que su personalidad había influido en la vida de algunos de nosotros. Era la primavera de 1995. LA NUEVA ESPAÑA estaba naciendo en Gijón, apenas cuatro redactores, y al frente de ellos, Fernando Canellada ejerciendo labores de director, de subdirector, de redactor jefe, de relaciones públicas...

Menos de chico de los recados, de todo. Pero tras aquella valiente incursión en terrenos escasamente accesibles, siempre estuvo la sombra de Juan Ramón Pérez Las Clotas con su vasta experiencia, su temple, su sabiduría, su sano gijonismo y su enorme dignidad. «Me haría falta alguien que...», comentó un día Fernando Canellada. Sé que Juan Ramón pronunció mi nombre, «fíchala», dijo. Desde esa primavera de 1995 han pasado diecisiete años, y me cabe la satisfacción de no haber defraudado nunca su resolutiva confianza. Ha sido, junto a Francisco Carantoña, mi padre en el periodismo. Atento, generoso con los elogios, pero sabiendo siempre mantenerse entre bastidores para no quitar brillo a nadie.

Casi se puede decir que murió con las botas puestas. Escribiendo a diario, hasta que su salud dijo basta. Millones y millones de palabras. Hoy, su Olivetti se ha quedado ahí, vieja y fría, estrenando su rango de reliquia. La reliquia de un sumo hacedor de ideas y noticias. Juan Ramón nunca quiso enfrentarse a la informática, pero en la cabeza llevaba un disco duro de extraordinarias dimensiones. Nada de cuanto pasó por sus ojos de lector empedernido, de periodista sagaz y analista inteligente cayó en el olvido. Fue archivando tanta ciencia histórica, social y política que quizás aún no nos hemos dado cuenta, pero Gijón acaba de perder un referente único. Su disco duro se ha apagado con él. «Preguntarle a Juan Ramón» era la frase más repetida ante una duda difícil. Con la ventaja de que su «wikipedia» no era una simple fuente de saber, sino que al conocimiento le añadía elegancia y bondad, su toque humano o una interesante anécdota.

«Era un amante de la verdad y de la libertad», había comentado el padre carmelita Manuel Ordóñez en la homilía de su despedida. De él se ha dicho de todo, y todo bueno: periodista legendario, sabio, patriarca, maestro, señor por todo lo alto... Católico y republicano. Se fue sin ver la bandera de la III República ondeando en el mástil del edificio de Correos, el sueño repetido que vivió su padre, como él contaba, aquella mañana del 14 de abril de 1931. Entonces, Juan Ramón sólo tenía 8 años, pero en su alma quedó impreso un ideal amarrado a la esperanza.

Oficiaron su funeral, además del sacerdote Manuel Ordóñez, sus amigos y contertulios Alberto Torga y Javier Gómez Cuesta, párroco de San Pedro. Carta de San Pablo a los romanos: «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?». Evangelio de San Juan y preces pronunciadas por Manuel Aguadé, un viejo amigo de Juan Ramón. Lástima que no pudimos escuchar las palabras que hubieran brotado del corazón de los sacerdotes cooficiantes, sus viejos compañeros de todos los almuerzos de los viernes, los auténticos conocedores de la dimensión espiritual y humana de Juan Ramón Pérez Las Clotas.