Oviedo, Eduardo GARCÍA

El ex director de la Biblioteca Nacional y poeta Luis Alberto de Cuenca saludó ayer la edición del poemario inédito del profesor Emilio Alarcos «Notas inéditas al cancionero inédito de A. S. Navarro» con la veneración del buen lector que sabe que tiene en sus manos «una voz importante con la que hay que contar cuando se estudie la poesía española de los años 40».

La presentación del libro, en el Paraninfo de la Universidad, contó con la profesora Josefina Martínez, viuda de Alarcos, como obligada (y entregada) maestra de ceremonias. Ella fue la que guardó todos estos años la «libreta de hule negra» en la que un Alarcos juvenil, casi adolescente, escribió algunos de sus primeros versos. Poemas que van desde 1940 a 1946 y que, contó Josefina Martínez, «Emilio atribuía a un amigo suyo». Parte del juego.

La edición corre a cargo del crítico José Luis García Martín, quien tuvo la habilidad de rescatar el original de las manos de la profesora Martínez y mandar ¡por fin! que se imprimiera. Lo contó como anécdota que ejemplifica el rigor de la viuda de Alarcos, que mantuvo ese original durante tres años, ya listo para entrar en máquinas, a la búsqueda del más mínimo error.

García Martín, escrupuloso siempre, lo fue en extremo en esta ocasión ante un original que le llegó muy hecho: «Apareció ante mí, como un conejo de una chistera, un libro completo, estructurado, ya preparado», que había surgido de la sensibilidad de alguien «que tenía una idea muy clara de la poesía». Un poemario que quizá fue la despedida del poeta, para dar paso al lingüista excelso que fue.

En «Notas inéditas al cancionero inédito de A. S. Navarro» se reflejan las lecturas de Unamuno y el influjo de Machado. Señala Luis Alberto de Cuenca que tras la lectura del poemario de Alarcos se percibe que aquel joven «había asimilado toda la herencia de la poesía» de las tres décadas anteriores «sin incurrir en ninguno de sus vicios».

Las páginas deslumbran. El Emilio Alarcos de 18 años es capaz de citar en alemán y en griego, «y de escribir poemas en francés con el mismo poder para emocionar». Aquella cultura clásica es hoy un exotismo. De Cuenca reivindicó el que «el Latín y el Griego sean asignaturas obligatorias» en la Secundaria. Vano deseo, por supuesto.

José Luis García Martín afirmó que «a Emilio Alarcos le gustaba escribir con todo el diccionario», y es verdad que en el libro el lector común se puede encontrar con algún término que se le escape. García Martín, siguiendo su teoría de que «el mejor editor es el que no se nota» (como los árbitros de fútbol) no cayó en la tentación de andar clarificando a pie de página.

Universidad y Ayuntamiento de Oviedo patrocinaron la edición del libro, al que se le une una pequeña tirada facsímil de la libreta de los poemas. Cajastur ejerció de «mecenas», agradeció Josefina Martínez. Y a ella también el agradecimiento «por recordar la memoria del escritor», dijo De Cuenca. Y por evitar que queden olvidados en el lado oscuro de la memoria los poemas de un joven con ojos abiertos de par en par a la vida «y con una facilidad inmensa para llegar al corazón del idioma castellano».