Oviedo, Eduardo GARCÍA

María, nombre supuesto, es profesora interina itinerante, se mete al año unos cuantos miles de kilómetros, da clase a niños de cinco escuelas diferentes, mete el coche por caleyas y le hace maldita gracia cuando escucha que los profesores no dan golpe. Es difícil encontrar una profesión con tanta leyenda urbana en la mochila como la docente. Dentro del ámbito no universitario, y en números redondos, hay unos 13.000 profesores en la red pública y en la privada concertada, desde Infantil a Bachillerato.

María se desplaza en coche propio desde su domicilio y tiene jornada partida, de 9 a 13.30 y de 15 a 16.30. Son cinco horas y media de clase efectiva, pero detrás de esa presencia en el aula hay mucho más. La itinerancia de escuela en escuela se la paga la Administración a 0,20 euros el kilómetro, precio que no da ni para ruedas. Gana, también en números redondos, unos 1.600 euros al mes. Tiene formación universitaria, pero se puede quedar en el paro si, tal y como los sindicatos temen, el próximo curso va a traer un notable tijeretazo entre el personal interino.

A grandes rasgos, María da clase, coge el coche, participa en tutorías con los padres de alumnos, tiene frecuentes reuniones de profesorado, participa en actividades extraescolares, hace guardias de recreo, prepara las clases, se pelea con el programa informático «SAUCE» de la Administración, «que a veces da pena y dolor», hace sustituciones, participa en cursos y, encima, prepara unas oposiciones que no se sabe cuándo se van a convocar.

Se enfrenta todos los días a los jueces más duros del planeta, los niños: hay que enseñarles, motivarles, entretenerles, estar atenta a los problemas que puedan surgir convencida «de que cada niño es un mundo». En realidad, cada familia es un mundo, y cada escuela, un ecosistema diferente. Da clases a niños de edades muy variadas, lo que genera una dificultad añadida.

Estar dentro del sistema es un mérito. Trabaja con compañeros que además de la interinidad están a jornada partida, también lejos de sus domicilios, resignados a lo comido por lo servido. Ninguno de ellos sabe dónde va a estar destinado el próximo curso. También trabaja con compañeros que tienen la plaza fija. El trabajo fijo tiene ventajas; por ejemplo, evitar el incesante baile de destinos.

Hablamos de una maestra asturiana, pero las condiciones de trabajo son muy parecidas en todas las comunidades. Asturias tiene una geografía dispersa y un número de escuelas rurales que se mantienen con un número mínimo de cinco escolares. La apuesta asturiana por la escuela rural viene de lejos, porque en otras autonomías una escuela con menos de diez niños está abocada al candado.

Podría contestar así a tanto tópico.

«Trabajan veinte horas a la semana, y todavía se quejan». La gente confunde el horario lectivo con el horario laboral. Veinte horas lectivas son las horas de clase que a partir de ahora tendrá un profesor de Secundaria de la red pública. En Primaria, 25 horas semanales de clase efectiva. Pero tras las clases hay mucho más trabajo. En realidad, la jornada laboral docente es de treinta horas a la semana en el centro escolar, más otras siete horas y media que se entiende que son de preparación o de complementación del trabajo en el aula. Corregir exámenes, por ejemplo.

«Mejor lidiar con veinte niños que con veinte trabajadores del naval». Lo dicen los que no tienen niños en casa. El esfuerzo que se le pide a un profesor es constante y creciente. ¿Alguien ajeno al sector educativo se imagina una jornada laboral de seis horas con una veintena de niños de 3 años? ¿Y de lunes a viernes? El profesor está fiscalizado por niños, padres de alumnos y el propio sistema educativo. Está bien que así sea, pero eso lleva un coste psicológico.

«El que lleva años impartiendo una asignatura no tiene que preparar la materia». Llevar años con una asignatura ayuda, pero las materias cambian y los niños, también. Cada día es más difícil dar clase. Hay un número importante de docentes que dan más de una asignatura y a cursos diferentes. Como en todo, influye la vocación y el grado de compromiso.

«Se da clase... y a otra cosa». El nivel de papeleo es excesivo. De todo se levanta acta. La burocracia lo pone difícil. El papeleo de hoy se ha multiplicado por diez en relación con el de hace 15 años. Las tareas de un profesor fuera del horario de clase son de lo más dispar. Las tutorías tienen horario sistematizado, pero en muchos casos los padres no pueden acudir si no es después de la jornada laboral del docente. Una semana junto a un profesor itinerante en cualquier centro rural asociado (CRA) de Asturias bastaría para desechar cualquier idea de comodidad.