Otro falso documental. Qué pereza. Qué hastío. Qué risa da esta película que se anuncia como terror «real». O sea, chapucero hasta la extenuación. La cosa funciona más o menos al principio y algún que otro susto tiene un pase, pero, a medida que avanza el fatigoso metraje, la historia deja de tener interés, los personajes se convierten en monigotes, la cámara marea más que asusta y el exorcismo de marras alcanza niveles insuperables de tedio y vulgaridad. Lo peor de todo, en cualquier caso, se reserva para el final, uno de esos pegotes que parecen tomar el pelo al espectador, en ese momento ya mareado por tanto movimiento de cámara.

Pues es una pena que Emilio Martínez-Lázaro, un cineasta ciertamente irregular pero con suficientes títulos estimables como para merecer un respeto, se pliegue a la confusión que atasca el cine español y dé la razón a sus detractores, esos que dicen que aquí sólo se hacen películas sobre la guerra civil y comedias con tetas y culos.

Y de esto último hay en abundancia en esta montaña rusa que más bien parece un balancín mal engrasado, escrito con sorprendente falta de gracia y más preocupado por lucir las pieles de sus lustrosos protagonistas que por hacer creíbles y consistentes sus personajes.

Quiere ser un cruce romántico-sexual con sentido del humor (menos dramática que Castillos de cartón, que iba de lo mismo pero con más gravedad, aunque igualmente intrascendente), pero el romanticismo hay que buscarlo con lupa y el sexo está muy lejos de la jovial frescura de, por ejemplo, Amo tu cama rica o El otro lado de la cama. En fin, que este año el cine español pinta muy pero que muy mal.