El fallecimiento el pasado viernes del barítono berlinés Dietrich Fischer-Dieskau cierra la trayectoria de uno de los nombres esenciales que forman parte de la historia del canto en la segunda mitad del siglo XX. Fischer-Dieskau fue algo más que un cantante famoso. Fue un músico integral que brilló en los grandes teatros internacionales y que, además, aportó un legado que tiene especial peso en el ámbito de la interpretación del «lied», del que fue, sin duda, uno de los mejores, si no el mejor transcriptor de la anterior centuria.

Nació Fischer-Dieskau en Berlín en 1925. Después de la II Guerra Mundial -él fue hecho prisionero por los estadounidenses en Italia- y ya de vuelta a casa, terminaría sus estudios en el Conservatorio, iniciando su carrera operística y grabando en 1947 su primer «Viaje de invierno» de Schubert, una de las obras en las que llegó a ser referencia absoluta. A comienzos de la década de los cincuenta comienza a cantar obras de Mahler, compositor por el que tendría una enorme predilección a lo largo de su carrera, y su debut en el Festival de Bayreuth en 1954 impresiona a público y crítica, que lo entronizan como una de las voces más importantes de su generación. De manera paulatina se le abrieron las puertas de las casas de ópera más relevantes y su carrera se mantiene firme en dos ámbitos, el de la ópera y el del concierto. Salzburgo, Viena (donde interpretó un «Falstaff» que marcó época con escenografía de Visconti), Nueva York, Berlín y Múnich fueron jalones de una carrera que también fue significativa en otra aportación. Fischer-Dieskau fue un cantante intensamente comprometido con la creación contemporánea. Estrenó obras de Barber, Britten, Busoni, Dallapiccola, Henze, Lutoslawski, Stravinsky, Reimann y Tippet, entre otros muchos.

De manera paralela el barítono alemán mantuvo una carrera discográfica que apabulla. Grabó más de 3.000 lieder de 100 autores diferentes y ha publicado estudios como «Los lieder de Schubert» o «Robert Schumann, la palabra y la música» que son esenciales para entender en plenitud las peculiaridades de la interpretación liederística, ámbito en el que muy pocos cantantes son capaces de profundizar con la entidad adecuada, debido a unas exigencias que van más allá de poseer determinadas calidades vocales. Su inteligencia, sensibilidad y presencia escénica, sus cualidades intelectuales, lo llevaron a la cima, al reconocimiento unánime hacia un legado imprescindible. Todo ello lo convirtió en un modelo que, por fuerza, deberán revisitar sucesivas generaciones de intérpretes en el futuro.