Modesto González Cobas no pecaba por defecto. Tal vez por eso algunos pudieron opinar, no sin malevolencia, que no hacía honor a su nombre.

Pero no era estirado ni presuntuoso, sino formal, en el sentido noble que se da a la palabra en Asturias. Y me consta, y este es el momento de manifestarlo en primera persona con gratitud, que era afectuoso y sabía manifestarlo. Tenía sin duda muchas razones para sentirse orgulloso de lo que había hecho a lo largo de una vida que fue, sin duda, fecunda. También envidiable en algunos aspectos, como poder aprender mientras disfrutaba de amistades incomparables como las de Cuchichi y Miranda. Sus programas de radio fueron acabados ejemplos de una forma de tratar la cultura popular en la que la investigación y divulgación se potenciaban mutuamente y daban como resultado un producto tan atractivo que tenía un seguimiento multitudinario. Nada de eso hubiera sido posible si Cobas no dispusiera de método y criterio; de una sabiduría específica que se asentaba sobre una sólida cultura musical.

Con su amor por el patrimonio folklórico de Asturias y, dentro de él, su devoción por la riquísima vertiente musical, fue inevitable que se acercara a la obra de quien mejor la había estudiado, Eduardo Martínez Torner, no sólo el mejor musicólogo asturiano de siempre, sino también el más destacado estudioso español de su generación, muerto en Londres, donde se había exiliado tras la Guerra Civil. Cobas tuvo la suerte de coincidir en el trabajo con su hijo Eduardo y de conocer a su viuda, Jovita Cue, pero lo que le permitió ganarse la confianza de ambos fue sin duda la credibilidad que le otorgaban los trabajos que ya había hecho sobre el autor del «Cancionero de la lírica popular asturiana». Gracias a esa confianza pudo disponer de material inédito de Torner, que se convirtió en el núcleo de un acervo que no hizo más que crecer y crecer. Hacia años que su conocimiento de Torner era el del hombre que sabía demasiado, Chesterton dixit, pero a él nunca le pareció bastante. El despacho de su casa se iba quedando sin espacio vital y de esa acumulación de documentos el ochenta por ciento eran relativos a Torner, según cálculo realizado por él mismo y recogido por Javier Morán en las «Memorias» que le dedicó en LA NUEVA ESPAÑA. Lo que primero iba a ser un grueso volumen luego se transformó en dos, pero todavía en proyecto, quizá porque Cobas se acogió al consejo machadiano de saber aguardar a que fluyera la marea. Quizá también porque, además, él era de Luarca, puerto de mar.

Modesto González Cobas contaba que se había sentido muy confortado cuando le aseguraron que el material que había acumulado Torner durante los veinte años (de 1916 a 1936) en que había trabajado en el Centro de Estudios Históricos, donde fue jefe de la sección de Musicografía y Folklore, se conservaba íntegramente. Eso era lo importante, pues tarde o temprano se acabará publicando. Quienes creemos que la música popular es una de las grandes riquezas de Asturias podemos estar hoy seguros de que el legado de Modesto González Cobas sobre Torner tampoco se perderá, pues queda en manos de la mejor albacea posible, su mujer, Cristina, con quien tantas cosas compartía y que ahora, como sus hijos, sufre el desgarro de su partida.