En los últimos años, la programación musical ha ido incluyendo progresivamente propuestas que nacen -en cierto modo- con un propósito nostálgico, como puede ser una reunión de antiguos componentes de una formación de éxito o la recreación más fidedigna posible de un espectáculo musical que, por una razón o por otra, es muy difícil que pueda volver a repetirse. El intérprete original es un matiz clave en la recepción de un género como el rock, en una línea bien distinta a la de la música clásica, confiriendo una cualidad en sí misma, en ocasiones tan importante como la composición en sí. Sin embargo, hoy día este factor no supone un problema para la proliferación de agrupaciones que tratan de rememorar la época dorada de algunas bandas de alta rentabilidad para la industria musical, en muchos casos con una visible disciplina para reflejar fielmente los arreglos y una patente sensación de diversión en escena, contagiada rápidamente en el público.

El grupo «The Straits», que actuó el pasado domingo, día 25, en Gijón tras su paso por la sala Santana de Bilbao, representa algunas de estas variables. El grueso de la banda lo forman el teclista Alan Clark (miembro de «Dire Straits» desde 1981, de gran peso en los arreglos), el saxofonista Chris White y el guitarrista Phil Palmer (presentes ambos en las dos últimas grabaciones discográficas del grupo original, aunque el segundo no pudo hacer frente a esta gira debido a otros compromisos). Completan la formación algunos prestigiosos músicos de sesión como el bajista Mick Feat, el guitarrista Adam Phillips (en sustitución de Palmer), el baterista Jimmy Copley (quien suple al baterista oficial, Steve Ferrone), el joven multi-instrumentista Jamie Squire (teclados, guitarra acústica, percusión) y el vocalista y guitarrista sudafricano Terence Reis, quien cumplió con creces la difícil tarea de emular el timbre y el estilo de Mark Knopfler. Desde el principio, la banda se mostró cómoda en el escenario y muy agradecida hacia el público y el emplazamiento («uno de los más bonitos en los que hemos tocado nunca», en palabras de Clark), con palabras de apoyo a la música en directo y una especial cercanía al fomentar el libre registro y difusión de testimonios audiovisuales del evento.

Previamente, el cantante y guitarrista británico Jon Allen se encargó de abrir el espectáculo con un repertorio de canciones propias. Una potente y personal voz, muy cercana a la tradición americana de cantantes como James Taylor o Bruce Springsteen, y un muy dinámico toque de guitarra, a la par que versátil, hicieron que canciones como «Joanna», «Sweet defeat», «Last orders» o «Dead man's suit» convenciesen al público hasta el punto de que, tras la sesión, y a pesar del profundo efecto del concierto de «The Straits», un buen número de aficionados comprasen los dos álbumes publicados por el músico.

El programa fue muy variado, incluyendo piezas de todos los discos de estudio (salvo el último, «On every street», y recordando también su EP «ExtendedancEPlay»). En muchos casos se mantuvieron los desarrollos habituales de la banda original en directo, como en el caso de la extensa parte final de «Sultans of swing». White cobró especial protagonismo con el saxo alto con un sonido muy brillante, aunque a veces un poco recargado («Your latest trick», «Two young lovers»), que incluso alternó con la flauta travesera («Brothers in arms»). Sin dejarse llevar por un excesivo oportunismo, «The Straits» alternaron grandes éxitos como «Money for nothing», «Walk of life» o «Romeo & Juliet» (y su inconfundible sonido de dobro) con otras piezas menos famosas, aunque muy valoradas por el público («Communiqué» o «Portobello belle»), e incluso apostando por algunos de los registros más sofisticados y complejos del grupo (la extensa «Telegraph road» o «Private investigations»).

Un espectáculo muy bien cuidado (también a nivel de luz y sonido, aunque a veces el volumen era considerable), en el que primaron el detallismo sonoro y la universalidad de un repertorio que hoy ya es un clásico.