Gijón, F. G.

El mítico Café Gijón, emblema y santuario del Madrid intelectual desde hace más de un siglo, parece abocado al cierre. El célebre establecimiento, que lleva el nombre de la ciudad natal de un gijonés que hizo fortuna en Cuba, Gumersindo García, retornado indiano con ínfulas de mecenas de finales del XIX, podría cerrar sus puertas tras la más que probable pérdida, por decisión administrativa, de la explotación de la terraza que en pleno bulevar del paseo de Recoletos se ha convertido en el principal sustento económico del viejo café.

Las cosas de palacio están así: el Café Gijón explota una terraza en Recoletos desde el año 2000 en régimen de concesión. El plazo expira y el Ayuntamiento de Madrid ha anunciado un nuevo concurso. Por lo que se sabe, varias firmas han presentado ofertas económicas más sustanciosas que la que está dispuesta a asumir la actual propiedad del conocido y tan literario establecimiento. Sin la terraza, el Gijón muere, como han ido muriendo, década tras década, los genios de las letras españolas que buscaron acomodo en sus mesas, de un pasado glorioso de literatura y mármol blanco. De Baroja a Galdós; de Valle a Gómez de la Serna; de Fernán Gómez a Umbral? Hubo un tiempo, se dice, en que era más difícil encontrar una silla libre en el Gijón que un sillón en la Real Academia.

El vicealcalde de Madrid, Miguel Ángel Villanueva, hace oídos sordos al tumulto surgido tras el SOS de los dueños del café, que sin la terraza verían menguar enormemente su cuenta de resultados. Villanueva, mano derecha de Ana Botella, ha respondido a las llamadas a favor de los actuales propietarios que «no se puede pedir al Ayuntamiento que prevarique adjudicando a dedo la terraza del Café Gijón; eso sería vulnerar la ley».

A sabiendas, sin embargo, de que extirparle la terraza al Gijón es encaminarlo a una muerte lenta por inanición económica, el Ayuntamiento de la capital parece dispuesto a ofrecer a los dueños del establecimiento del paseo de Recoletos 21 una solución alternativa: solicitar una terraza equivalente en superficie y en un espacio contiguo a la actual, incluso con cerramiento estable. El vicealcalde reiteró en las últimas horas la «voluntad del Ayuntamiento de que el Café Gijón siga con su labor».

Numerosos avatares ha sufrido a lo largo de su extensa historia este establecimiento del Madrid de la tertulia literaria y artística desde mayo de 1888, año de su apertura, que perteneció a un gijonés hasta 1910. Gumersindo García, su fundador, vendió el café en 1910 a un barbero del barrio en el que el local se asienta, Benigno López, que fue quien acometió la primera gran reforma. Gumersindo y Benigno eran amigos y tras acordar el precio, el emigrante que había hecho capital en La Habana sólo puso al nuevo dueño una condición: que nunca podría cambiar el nombre al café, que debería llamarse por siempre «de Gijón», como recordatorio perpetuo a su lugar natal.

En 1949, una de las tertulias del café ideó la creación de un premio literario que pretendía hacerle sombra al «Nadal». El actor Fernando Fernán-Gómez financió de su bolsillo el coste de la primera edición de un certamen que contaría en el futuro con ganadores ilustres, como César González Ruano, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite en su primera época; o Eduardo Mendicutti y Luis Mateo Díez en décadas más recientes. El premio Café Gijón de novela tuvo un decaimiento en los década de los ochenta del pasado siglo que obligó al Ayuntamiento de Gijón a tomar las riendas -organizativas y financieras- del certamen para evitar que se perdiera. Y así ha sido desde 1989 hasta hoy, con los gobiernos municipales de izquierdas, si bien se desconoce si la actual Corporación, ahora en manos de Foro Asturias, seguirá patrocinando económicamente el premio literario que lleva el nombre del establecimiento. Lo que parece seguro es que el Ayuntamiento de Gijón menguará la asignación, cifrada hasta la fecha en 30.000 euros.

Lo cierto es que ni el café ni el premio literario pasan por sus mejores días, ahora que la terraza a la que tantas tardes soleadas se asomó Valle-Inclán va a cambiar de propietario y que el certamen de novela puede ver recortada su soldada. Aun así, un amplio movimiento cultural capitalino parece dispuesto a reclamar del Ayuntamiento de Madrid generosidad con un local que ha sido estandarte de la ciudad durante décadas, amén de Premio Nacional de Hostelería en 2008.

Tal como escribió el dramaturgo francés y poeta satírico Georges Courteline: «Se cambia más de religión que de café». E incluso del sitio donde tomarlo, cuando uno se codea con la flor y nata de la intelectualidad en esta primavera en que el bulevar de Recoletos se llena de libros de antiguo y ocasión que ojean los fantasmas gloriosos de las letras que un día sentaron cátedra y reales en el Café Gijón.