Zamora, J. M. SADIA

El norteamericano Arthur Byne (1884-1935) es considerado por algunos expertos como el «máximo depredador» del arte patrimonial español. Él era, probablemente, quien iba a intermediar para sacar de España el claustro románico «descubierto» hace algunas semanas por el historiador Gerardo Boto en una finca privada de Palamós. Sin embargo, su fallecimiento en 1935 y el estallido de la Guerra Civil frustraron la operación.

El claustro fue adquirido, al parecer, en Burgos, en 1931, por un anticuario zamorano, Ignacio Martínez, que lo instaló en un solar de un barrio de Madrid para mostrarlo a los ojeadores de «piedras» que los multimillonarios estadounidenses tenían diseminados por Europa.

Martínez, que había ganado ese mismo año 18.000 pesetas a la lotería, pudo colaborar con Byne, en quien el doctor en Arquitectura José Miguel Merino de Cáceres ve resumidas todas las virtudes del «depredador» y «exportador» de arte patrimonial.

El experto emplea estos calificativos para describir el trabajo de Byne en un artículo de la revista «Brigecio» en el que documenta la venta del vestíbulo y varias bóvedas del derruido castillo de Benavente, del que sólo queda en pie la célebre Torre del Caracol.

Lo más llamativo de la operación es la identidad del destinatario de las ruinas, el magnate de la prensa William Randolph Hearst, que inspiró el personaje de Charles Foster Kane en la película de Orson Wells. Hearst fue uno de los máximos impulsores de lo que el profesor Merino de Cáceres define como «traslado clandestino e ilegal de edificios monumentales a otros países».

El magnate aprovechaba el vacío legal existente a comienzos del pasado siglo para adquirir bienes históricos en países como Italia, Francia o España, en aras de delirantes proyectos, como la construcción del Museo de Arte Medieval de Berkeley, a imagen y semejanza del Museo de los Claustros que John D. Rockefeller había promovido en Nueva York.

En su artículo, Merino de Cáceres reconstruye la compra de varios elementos arquitectónicos por parte de Hearst a través de su arquitecta Julia P. Morgan y su mano derecha en España: Arthur Byne.

El intercambio de varias cartas entre Morgan y Byne permite cerrar la compra de las piezas del castillo de Benavente el 19 de septiembre de 1929. Byne cobraría 28.000 dólares, excluidos los gastos de transporte. El vestíbulo y las bóvedas del castillo tendrían como destino los depósitos que Hearst había establecido en Nueva York, concretamente en el barrio del Bronx. Allí serían almacenados junto a célebres piezas como la reja de la Catedral de Valladolid.

Según relata Merino de Cáceres, el conjunto debió de estar compuesto por unas 700 piedras por las que el magnate pagó un alto precio si se tiene en cuenta que, años más tarde, el conjunto de piezas del monasterio segoviano de Sacramenia sería liquidado en 40.000 dólares. La excesiva ambición de Hearst y sus acuciantes deudas echaron abajo el proyecto del museo de Berkeley, la mayoría de los bienes fueron liquidados y «desperdigados» por todo el territorio norteamericana.

Si la intervención de Byne en el expolio de las ruinas del castillo de Benavente parece documentada, su participación en otra operación, la compra de algún elemento arquitectónico del monasterio cisterciense de Granja de Moreruela, parece mucho más dudosa. Con todo, hay estudios que apuntan al «saqueo» del vestíbulo y las bóvedas de la capilla del cenobio -junto a las últimas piedras del castillo benaventano- como «encargo de algunos arquitectos americanos» en 1928.