Las películas de superación siempre sientan bien en los peores momentos de crisis. Bueno, al menos eso es lo que piensan los norteamericanos, y lo mejor que tienen estas producciones es que son capaces de encontrar historias reales hiperbizarras con tal de levantar el ánimo bajonero del personal. «Alma surfera», anuncian los carteles de «Soul surfer», y uno no sabe bien a qué narices se refiere el marketing hasta que se encuentra con el suceso protagonista del metraje: una «teenager» que, mientras surfeaba, fue mordida por un tiburón y perdió su brazo.

Y en este momento comienza la travesía de superación de la buena moza, convenientemente ficcionalizada por un ambiente de surferos cachas. Primero, adaptarse a su condición; después, rechazar un brazo porque se lo regalan de una tele (malditos); más tarde, irse a Tailandia a ayudar a niños..., bueno, ¿para qué seguir? Se recuerda con añoranza cuando Helen Hunt, aquí interpretando a la madre de la chiquilla, parecía que no iba a acabar en subproductos como «Soul surfer» al lado de Kevin Sorbo; sí, cuando aquella actriz rubia todavía funcionaba en comedias y en dramas y en lo que le pusiesen delante. La verdad es que al verla en esta cinta, en un drama involuntariamente cómico (ese perro mordiendo una prótesis; esa última escena), a uno le viene a la cabeza aquella maravillosa escena de «Días de radio» de Woody Allen en la que, dentro de una suerte de «Vidas de santos», aparecía un jugador de béisbol que iba superando, una a una, las mayores fatalidades. El buen hombre perdía un brazo, y seguía bateando, se quedaba ciego, y seguía bateando..., hasta que finalmente pisaba una mina (creo recordar), moría y subía al cielo donde, nos avisaba la voz en off, «iba a seguir bateando». Pues, bueno, eso valdría de resumen de «Soul surfer»... o algo así.