Oviedo, Eduardo GARCÍA

Se calcula que en toda la etapa educativa asturiana, desde Infantil a la Universidad, más de seis mil niños, adolescentes y jóvenes sufren trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) en distintos grados, formas y sintomatologías. Ellos son los primeros que pagan las consecuencias y, con ellos, todos los que los rodean. La singularidad despista a los compañeros, angustia a los padres y saca de quicio a algunos profesores, porque es fácil confundir al niño TDAH con el típico escolar pasota. Y ahora, en pleno curso, y cuando comienzan a asomar por el horizonte los exámenes finales (el tiempo vuela), los TDAH y sus familias viven su particular período de alerta.

El síndrome está asociado al fracaso escolar, sobre todo cuando el sistema no es capaz de responder a las características del niño o del adolescente. Y ahí está el reto. El pediatra asturiano del centro de salud de Sotrondio y del Hospital Valle del Nalón, Marcelino García Noriega, lleva años trabajando la hiperactividad, los suficientes para desmontar muchos tópicos. Para empezar, un niño TDAH no es un niño enfermo, sino alguien con un trastorno de neurodesarrollo, que no se cura, pero se controla. Chicos y chicas con distintas capacidades intelectuales, como todo hijo de vecino, «cuyo problema no es de conocimiento, sino de rendimiento».

El secreto está en el diagnóstico temprano en las etapas de Primaria. Cuanto antes mejor para evitar que comiencen a llegar a las consultas médicas casos complejos de adolescentes que no saben qué les pasa y de familias que tantean a ciegas estrategias llamadas al fracaso.

«En cada aula hay al menos un alumno con déficit de atención con hiperactividad», señalaba recientemente en este periódico Celestino Rodríguez, profesor del departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo. Los datos nacionales que se barajan apuntan a entre un 5% y un 7% la población escolar que sufre el síndrome. Niños hiperactivos, impulsivos, inatentos... Tres características que suelen aparecer, pero no necesariamente unidas. Cada niño es un mundo, por eso cada cual requiere un seguimiento individualizado.

Tienen recursos, pero no saben utilizarlos, son capaces de atender a muchas cosas a la vez, pero con unas capacidades limitadas de persistencia de esa atención. Tras el despiste, les cuesta mucho arrancar de nuevo. Víctimas fáciles de los errores académicos por descuido, al profesor le entra la duda de si está ante un vago que huye del esfuerzo. Por cada niña con TDAH hay cuatro niños, sin que se sepan las causas de esta diferencia estadística. También sabemos que ellos y ellas canalizan su frustración de forma distinta. Los chicos, a veces, con agresividad; ellas, con depresión.

En todo caso, un problema. En casa y en la escuela. El sistema educativo no siempre responde adecuadamente porque no todos los TDAH son de libro. «Estamos ante un sistema de enseñanza tan global que nos pierde», señala Marcelino García Noriega. Muchos alumnos son derivados a las clases de diversificación curricular, después de repetir el curso correspondiente que da derecho a iniciar esa nueva vía. «Pero lo hay que pensar es en adaptar la enseñanza a las características del alumno», no en repetir.

En esa respuesta dubitativa del sistema educativo puede estar la causa de que las familias españolas con niños con TDAH están a la cabeza de Europa en nivel de estrés, según un reciente estudio en seis países europeos y Canadá con 1.400 familias.

Es frecuente el caso del niño que en Primaria logra mantener el tipo a base de esfuerzo familiar y clases particulares. Cuando llega la adolescencia se producen cambios bruscos de conducta y, en ocasiones, caída en picado de los resultados académicos. Chicos contestatarios, a veces desafiantes, que mantienen una actitud pasiva en el colegio o el instituto y que, tal y como ha visto y oído Marcelino García en su consulta, pueden generar actitudes de violencia verbal por parte de algún profesor, frases del tipo de «no sirves para nada», que hacen daño porque los TDAH son conscientes de sus recursos y sus limitaciones, de sus déficits de atención (que se manifiesta en aquello que les cuesta), de su falta de coordinación y de sus impulsos poco controlados.

«El TDAH no entiende de edades, cambia, se matiza, merma, crece, por momentos está y en otros no», asegura Maximino Fernández, psicólogo y pediatra especializado en psiquiatría infantil, adscrito al centro de salud de La Felguera, experto en este tipo de trastorno neurológico. Maximino Fernández es también uno de los firmantes de un estudio publicado en la revista «Anales de Pediatría» sobre la importancia del diagnóstico precoz del déficit de atención (con o sin hiperactividad). La conclusión es que las consultas de pediatría de atención primaria son claves en la detección del trastorno. De un total de doscientos veintidós niños de 8 años evaluados en un centro de salud asturiano durante cuatro años, la evaluación específica para el TDAH detectó trece casos, de los cuales se confirmó el diagnóstico en doce.

Fernández tiene claro que tras el trastorno hay un problema humano, con muchas ramificaciones. «Las cosas no son fáciles para quien padece TDAH, le llueven chuzos de punta a diario, a cada fracaso le siguen otros y a cada éxito apenas recompensa». Aquí hay un problema médico, pero también social. «Hace falta un sistema educativo potente que sepa responder a las diferencias, integrador y con miras de futuro», apunta. Y familias que «sepan hacer las cosas bien», para evitar entre otros daños colaterales los efectos secundarios en los hermanos.

La presidenta de la Asociación de Niños Hiperactivos de Asturias (Anhipa), Emilia Barrio, explicaba hace escasos meses a LA NUEVA ESPAÑA el peligro de la falta de diagnóstico claro y las estrategias educativas equivocadas: «Castigar a un niño TDAH o dejarlo en ridículo por ser como es sólo sirve para generarle ansiedad e indefensión». Emilia Barrio tiene claro que «el mayor problema de estos niños es el educativo. Nadie sabe lo que pueden ser para muchos ocho horas diarias de frustración en clase». La asociación reclama que se concrete un plan integral TDAH para Asturias, para hacer las cosas más fáciles a niños y adolescentes, «que son como un Ferrari con frenos de bicicleta».

El tratamiento -explica Maxi Fernández, que próximamente abrirá consulta multidisciplinar en Gijón centrada en este trastorno- descansa en tres pilares. Primero, el farmacológico, el más sencillo. Segundo, el educativo, el más técnico y práctico para los chicos. Y tercero, el familiar y psicológico, el más difícil de llevar a cabo y consolidar. «Los tres pesan lo mismo, pero va a ser muy difícil que un niño y su familia reciban los tres y que, además, lo hagan en el sistema público».

«El problema de estos niños y adolescentes no es de conocimiento, sino de rendimiento»

<Marcelino García Noriega >

Pediatra