Hace algún tiempo, un bárbaro que no cabía en sí de satisfacción y orgullo, anunciaba por la TV la buena nueva de que con el internet, los avances de la electrónica y toda la pesca, «la privacidad ha muerto». ¡Y se quedaba tan contento aquella especie zoológica indeterminada! Porque uno de los atributos de la condición humana, desde que el hombre dejó de andar a cuatro patas, es la privacidad. Mas su «buena nueva» parece confirmada, sin ir más lejos, por la arquitectura. También por TV vi a una señora muy contenta, y a su arquitecto no menos contento pues sin duda cobró por el proyecto, porque tenía una casa ultramoderna sin una sola puerta, en la que todos sus habitantes, comen, duermen y defecan a la vista de los demás. ¡Sí, señores, así se construye una sociedad desinhibida! En los días todavía indecisos (en el terreno moral) de la Transición, un sujeto fue detenido a altas horas de la madrugada en medio de una monumental borrachera haciendo «aguas mayores» en medio de la calle Uría. A lo que comentó Juan Luis Vigil (que cuando no le entra la «murria» es de rápido ingenio): «Si se enteran los del (aquí el nombre de un partido extraparlamentario), van a pedir "cagada libre"». No sé por qué la izquierda ha de asumir reivindicaciones extremas si no es por el afán de acabar cuanto antes con cualquier cosa que se parezca a una norma moral o social, empezando por la cultura y la buena educación. Y la electrónica es un campo espléndido para ensayar toda clase de disoluciones sociales. Goebbles sería un entusiasta de internet, la Gestapo haría maravillas con la electrónica y Hitler pediría derechos de autor por las políticas de aborto y «muerte digna» (aunque él no llamaba de ese modo tan hipócrita a la eutanasia).

Las casas sin puertas tienen su complemento en un mundo sin papeles. Con no menos satisfacción se anunció en Asturias que un colegio público y el próximo Hospital Central no serían mancillados por un solo papel. ¿Qué ganará la humanidad porque no haya papeles? Sin embargo, los entusiastas de la electrónica consideran la desaparición del papel como una gran conquista. El libro y la lectura son manifestaciones de la privacidad. «Nuestro concepto de la literatura está relacionado, en diversos aspectos, con lo privado», afirma George Steiner. El lector lee para sí desde que aprendió a leer en voz baja. San Agustín recuerda la impresión que la causó ver leyendo en voz baja a San Anselmo. Para leer es imprescindible una habitación en la que haya puertas, para que el lector se aísle. Una casa sin puertas es una casa sin libros.

El mundo avanza y avanza. ¿Hacia dónde? De momento, la casa sin puertas (porque con dos es mala de guardar) es una moda que puede convertirse en un paso más hacia la meta. La meta, como es sabido, es regresar a las cavernas, en las que no había puertas... ni libros.