Circulan 1.000 millones de coches, autobuses y camiones en el mundo. Los habitantes de este planeta, exprimido hasta la saciedad, nos gastamos todos los días unos 90 millones de barriles de crudo, que vienen a ser 14.000 millones de litros. Una inmensa parte de ellos se van por los tubos de escape de los automóviles. Tan sólo España se gasta 1,5 millones de barriles diarios.

El mundo lleva décadas buscando alternativas a los combustibles fósiles. Una de ellas, a medio plazo, es el hidrógeno, y sobre eso trabaja el químico asturiano Daniel García Vivó (1980). Tras doctorarse en Oviedo en 2006, Daniel García formó parte tres años y medio del grupo de Matthew G. Davidson en la Universidad de Bath (Reino Unido) en la búsqueda de nuevos materiales plásticos biodegradables. Una ayuda «Clarín» del PCTI le permitió reincorporarse a la Universidad de Oviedo integrado en el grupo del catedrático Miguel Ángel Ruiz.

El hidrógeno es una promesa energética de futuro, «reúne muchas de las características del combustible ideal», pero aún queda mucho camino por recorrer, comenzando por las dificultades de almacenamiento seguro, explica Daniel García, cuyo principal objetivo «es contribuir a mejorar las nuevas tecnologías de almacenamiento químico de hidrógeno».

El hidrógeno es un gas inflamable. Alguien puede recordar que la gasolina también es un líquido inflamable, «pero las condiciones de combustión son muy distintas». Su control, también.

«Nuestra aproximación al problema», dice el químico asturiano, es el uso de compuestos metálicos altamente reactivos que puedan ayudar a desencadenar la producción de hidrógeno usando derivados del amoniaco». En el fondo se trata de «entender y mejorar los métodos actuales de producción de hidrógeno gas a partir de moléculas sencillas con alto contenido en hidrógeno». Una investigación básica, sin aplicación inminente.

El hidrógeno elemental es muy escaso en la Tierra. Hay que «fabricarlo» a partir de carbón, gas natural o por electrólisis del agua. Por eso está lejos hoy de ser una fuente de energía renovable y barata.

La electrolisis del agua abre nuevas posibilidades. Se trata de utilizar la luz del Sol como fuente de energía para llevar a cabo la descomposición del agua en hidrógeno y oxígeno, «de tal modo que entonces sí será una fuente renovable, limpia y barata».

Sin embargo, aun cuando tuviéramos acceso a cantidades ilimitadas de hidrógeno, el problema del almacenamiento sigue estando ahí. «Por eso se buscan alternativas para lograr su almacenamiento estable, seguro y reversible, y de aquí viene el interés por estudiar moléculas que pueden servir de almacén temporal de hidrógeno», señala García Vivó.

Hay una combinación molecular en la que se han puesto muchas esperanzas: NH3-BH3. Para los ajenos a la química, la fórmula les dirá poco. Se puede explicar. El NH3 es el amoniaco, y el BH3 es el borano. El borano es clave, combinado con el amoniaco forma «una molécula con un elevado contenido en hidrógeno, y de la que es mucho más fácil extraer el hidrógeno que del propio amoniaco».

García Vivó vuelve a los orígenes, al mismo grupo asturiano de trabajo en el que se formó, una magnífica escuela donde poner en práctica «nuevos proyectos científicos en un buen entorno personal». La realidad de la ciencia y la investigación en España es, sin embargo, la que es. Malos tiempos. Cuando Daniel García compara condiciones de trabajo en el Reino Unido y en su país se topa de frente con esa pertinaz «escasez de medios y fondos para la investigación».

«Las dificultades de los jóvenes investigadores para dar el salto de una etapa posdoctoral al desarrollo de una carrera estable e independiente son enormes», explica. La causa, además del tradicional poco reconocimiento social a la ciencia, es la dramática «escasez de fondos destinados a investigación en España».