Cuando yo era niño se cantaba en momentos de fervor patriótico «Gibraltar, Gibraltar, la deshonra de España serás». Como yo nunca fui un niño vestido de pijo en seguimiento de un pijo vestido de niño, me libré de cantar tales desatinos y confieso que Gibraltar me preocupó poco, y si me interesa es más como mito que como historia: un mito perdurable, que llega hasta uno de los mejores escritores de nuestro siglo XVIII, el coronel José Cadalso, quien prefirió recibir el bombazo a arrojarse al suelo y embarrar el uniforme. En confianza, entres ustedes y yo, siempre me pareció bien que Gibraltar perteneciera a Inglaterra: bajo el franquismo, porque era el único fragmento de España que se regía por un sistema de democracia formal, y en la actualidad, porque no confío ni en el tercermundismo de la oposición ni en la blandenguería del partido gobernante. Z. hubiera sido capaz de entregarlo al moro por anticolonialista, y R., porque no le llamen colonialista. Así que Gibraltar está muy bien en poder de quien está.

Miren por dónde, en aquella guerra de la Sucesión en la que los catalanes de ahora perdieron sus imaginadas libertades de antaño, España perdió Gibraltar: los ingleses lo tomaron en 1704 y el tratado de Utrecht confirmó su posesión en 1713. Desde entonces acá, el conflicto gibraltareño reverdece de vez en cuando. Como toda ciudad fronteriza o lugar de paso, es un enclave apasionante en el que incluso se desarrolló una película de James Bond. Pero nunca se hizo sobre Gibraltar una película buena o se escribió una buena novela, siendo tan propicio a la aventura: por allí pasaron los navegantes que se dirigían desde el familiar Mediterráneo al océano desconocido más allá de las brumas en el que estaban el Elíseo, la Mansión de los Muertos, Thule y la casiterita. En el turbulento siglo XIX fue puerto de refugio de carbonarios y revolucionarios, de contrabandistas y bandoleros. Debía ser una ciudad muy animada, en la que se fumaba muy buen tabaco y el whisky era baratísimo. Los griegos la llamaron Calpe y después de la invasión musulmana recibió el nombre de Gebel-al-Tarik: el monte de Tarik. Allí estuvieron las Columnas de Hércules, el último límite de Europa antes del otro mundo, de lo desconocido. ¡Cuántos nautas mirando el peñón se despidieron del mundo de los vivos! Desde Hannon el fenicio hasta Colón, todos pasaron por sus aguas, aunque como Colón jugaba en casa partió desde más allá de las Columnas, desde Sanlúcar de Barrameda.

Ahora me sorprende que, en la nueva edición del permanente conflicto gibraltareño, los que durante la guerra de las Malvinas se pusieron de parte de la criminal dictadura de los militares argentinos acusando a Gran Bretaña de imperialista ahora se muestren favorables a la posición inglesa. Lo que le sucede a la gente de a babor es que antes que anticolonialista es antiespañola. Yo estoy a favor de España para lo que guste mandar, aunque sigo creyendo que Gibraltar en manos inglesas está en buenas manos.