Hay cosas que en este país nunca cambian. El madrileño teatro Real es una de ellas. De nuevo está envuelto en turbulencias derivadas de un cambio de su titularidad artística un tanto abrupto y, cómo no, en el que la zafia política cultural tiene, otra vez, protagonismo total.

Todo esto suena a repetido. Pasó lo mismo primero con Emilio Sagi, después con Antonio Moral y ahora le llega el turno al señor Mortier. Ninguno de esos relevos se realizó con la mesura debida y ninguno de los tres titulares logró asentar en condiciones su proyecto artístico. El resultado es el de un teatro que pagamos, en buena parte, todos los españoles a través de nuestros impuestos y que no ha sido capaz de establecer una línea de programación estable y coherente con el paso del tiempo. Y aquí poco tienen que ver las siglas políticas: las actuaciones torpes y atropelladas se repiten en todos los bandos.

El actual culebrón llevaba meses gestándose en los despachos madrileños. De forma muy discreta. Pero no contaban que el señor Mortier ama el espectáculo por encima de todas las cosas y más aún cuando él tiene el papel principal. Hace unos días llamó a su periódico de cabecera, anunció que tenía cáncer y propuso un ramillete de sucesores a la par que afirmaba sin rubor que no había en España nadie con nivel para ocupar su poltrona. Entonces saltó la chispa y los nervios se adueñaron de los ámbitos ministeriales. Y este lunes, de golpe, se anuncia el fichaje del actual responsable artístico del Liceo de Barcelona, Joan Matabosch, en una filtración claramente interesada porque aún no estaba cerrada. ¿Quién y por qué suelta la bomba? ¿Con qué intenciones? Todo ello es un entretenido juego de mesa en el que alguien participa con cartas marcadas. La opción más probable es que desde el teatro o desde su entorno inmediato se intentase reventar la opción Matabosch, que, lógicamente, se resiste a aceptar alguna que otra imposición castiza y partidista para su proyecto madrileño.

De esta forma rocambolesca finaliza la etapa Mortier en el Real. Una era con luces y sombras, con aciertos y errores monumentales, siempre con el exceso como protagonista. Bajo su gestión el Real cosechó indudables éxitos internacionales -sólo los muy torpes o mezquinos lo pueden negar-, también hubo batacazos tremendos, de esos que no se debieran producir en un teatro del importante nivel presupuestario del Real. En otro orden de cosas habrá que ver cómo sale el Real de este período en lo que a sus cuentas se refiere, y siempre quedará el recuerdo del disimulado desprecio hacia los intérpretes españoles, mil veces tratado de corregir pero que generó entre la profesión un gran rechazo hacia el director belga.

Por su parte, Matabosch es uno de los profesionales españoles de mayor prestigio internacional en el campo de la ópera. Ha hecho del Liceo una casa respetada y ha sabido utilizar el escándalo en justas dosis para reubicar el teatro catalán tras su reapertura después del incendio. Consiguió además una enorme adhesión popular a sus propuestas y ha sabido capear recortes y crisis con dignidad y calidad. Sólo el discreto nivel de la orquesta y coro del teatro no se han logrado corregir en estos años, aunque ahora parece que las cosas en este ámbito están más encauzadas. Habrá pues que esperar para ver cómo se desarrolla el siguiente capítulo de la serie, porque tratándose del Real cualquier certeza se asienta en arenas movedizas.