Defensor de la tarea de los libros en la construcción de la ciudadanía, Antonio Muñoz Molina pudo comprobar ayer que esa labor en Asturias es cosa de mujeres. Porque mujeres fueron en una amplísima mayoría las que llenaron las tres cuartas partes de la sala principal del palacio de Calatrava para encontrarse con el escritor jiennense.

Fue con mucho el acto más multitudinario de cuantos se organizaron hasta ahora vinculados a los premios «Principe de Asturias» a lo largo de más de tres décadas, y en ello tuvieron mucho que ver los clubes de lectura de Asturias y Cantabria, que desde el pasado mes de agosto trabajaron en la lectura de las obras de Muñoz Molina y en la preparación del acto de ayer.

El ambiente a las siete de la tarde era ya animado y expectante. El goteo de asistentes que desde antes de esa hora fue llenando las instalaciones ya evidenciaba que la sesión iba a ser mayoritariamente femenina. Y así fue. Las mujeres fueron las que coparon el anfiteatro y también el escenario, donde se ubicaron en pequeñas mesas con veladores las seleccionadas para exponer las preguntas al escritor. Allí se sentaron también Palmira y María Luisa, dos veteranas lectoras de 92 años que cerraron el encuentro con sus propias preguntas. Quisieron saber si antes se hablaba mejor que ahora y si con el auge del ordenador el libro de papel seguirá existiendo.

Muñoz Molina dudó antes de responder. Tal vez le costaba llevar la contraria a María Luisa, convencida de antemano de que ahora «vamos para atrás». Sentado frente a ellas en el escenario, el escritor tomó impulso y empezó diciendo que la anterior era una sociedad más pobre, más atrasada y más injusta. Con esos mimbres le pareció complicado aceptar que se pudiera hablar mejor y terminó afirmando que «no cualquier tiempo pasado fue mejor».

En la cuestión del libro de papel no hizo predicciones, «porque nunca se cumplen», pero no descartó su pervivencia, más teniendo en cuenta que a lo largo de cinco siglos ha pasado por diferentes formatos y soportes, unos de mayor duración que otros. «El libro de papel es práctico, no requiere mantenimiento y creo que va a convivir con cualquier otra fórmula. Hay sitio para todo», dijo el autor de «La noche de los tiempos». Recordó cómo cuando llegó el cine se decía que iba a desaparecer el teatro y no pasó nada. «Tampoco cuando llegó la televisión desapareció el cine», dijo.

El encuentro del Calatrava con los clubes de lectura, al que asistieron el alcalde de Oviedo, Agustín Iglesias Caunedo y el viceconsejero de Cultura, Alejandro Calvo, llevaba por título «Gente que escribe, gente que lee». Y como quedó en evidencia no solo con su presencia en la sala sino también en las imágenes grabadas en los propios clubes de lectura, las mujeres tienen un apego especial a esas narraciones que Muñoz Molina dice que sirven para conocer el mundo y para refrescar el pasado. Además están orgullosas de su afición, como demostraron con un cerrado aplauso cuando el presentador del acto, el escritor Miguel Barrero, dijo que entre los lectores presentes las mujeres eran muchas más. Los cálculos hablan de más de un millar.

La actividad de los clubes de lectura fue de gran intensidad estos meses preparando el encuentro con uno de sus escritores preferidos. En total enviaron a la Fundación Príncipe de Asturias más de cien preguntas sobre las que se seleccionaron las diez que se plantearon en la sesión. Fue un ramillete de cuestiones variadas con la literatura como hilo conductor que se inició con el papel que juegan los lectores en el imaginario del escritor y su necesidad de narrar para alguien, requisito imprescindible para Muñoz Molina que no entiende el lenguaje sino es como vehículo de comunicación.

«No escribo para transmitir algo que ya sé, escribo para saber lo que sé. Necesito escribir una historia para saber cómo va a ser», afirmó el premiado, que reconoció que no piensa en el público a la hora de escribir pero siente esa necesidad de expresión que es al mismo tiempo necesidad de comunicación.

Sobre la necesidad de contar historias y el impulso de escribir admitió la predisposición innata en algunas personas pero ve la escritura como la plasmación de algo que hace todo el mundo porque «contar historias forma parte de nuestro equipaje mental más primitivo». Escuchándole hablar uno tiene la sensación de que el oficio de escribir es como otro cualquiera, incluso cuando dice que es una liberación y le atribuye partes tediosas. «A veces escribes porque es necesario terminar algo y te sientes feliz cuando lo consigues, pero lo que ocurre después es que uno echa de menos esa ocupación que le llenaba el tiempo».

La edad y su influencia en los resultados literarios fue otra de las cuestiones que salieron a relucir. Muñoz Molina no tiene claro que la edad haga mejores escritores. «Hay ejemplos para todo», dijo, y también lectores para todo. Puso el ejemplo de su primer libro «El Robinson urbano», que hoy le parece muy juvenil y que estuvo tentado a no reeditarlo. Hubiera sido un error porque también tiene su público. Fue su propio hijo quien le convenció. A él le gustaba y también a los jóvenes de su generación.

Mágina, el lugar literario de muchos de sus relatos, no podía faltar a la cita con los lectores. Y estuvo presente como ese escenario inventado pero cercano al que necesita recurrir de vez en cuando para situar sus historias, esas crónicas de escasos diálogos, porque «es difícil hacer diálogos que suenen naturales», reconoció. Al autor de «Plenilunio» le cuesta resolver esa parte literaria, piensa que es necesaria una inventiva sonora grande en la que no se ve muy ducho a pesar de su maestría literaria, por eso prefiere interiorizarlos en el personaje.

Algunos lectores consideran «La noche de los tiempos» su novela más ambiciosa y preguntaron si la ficción puede servir para comprender mejor lo que pasó en los años oscuros de posguerra. No lo descartó su autor «porque la novela puede ayudar a comprender, a recordarnos que los hechos históricos suceden en la vida de las personas concretas». Lo que se inició como un cuento en cuyo base estaba la sensación de tristeza de ver como volvía a hablarse de la guerra civil, «con un encono que encontré desolador», se fue convirtiendo en novela poco a poco. «Quería que el lector se quedara con una noción de la complejidad de los seres humanos».