El nuevo edificio de la Elbphilharmonie -la Filarmónica del Elba o, también, la Filarmónica de Hamburgo- debería estar listo en el año 2010 y las obras iban a costar 77 millones de euros. Pero no. A día de hoy el coste se estima en 575 millones de euros o más aún. Puede llegar incluso hasta los 789 millones, según algunas estimaciones. La inauguración ha sido aplazada hasta 2017. Los ciudadanos consideran que es un edificio "caro, feo y superfluo". Las obras se iniciaron en 2007. La primera piedra la colocó en el mes de abril el alcalde Ole von Beust, de la CDU, la derecha cristiana. Al final puede costar diez veces más de lo previsto. Eso sí, pretende figurar entre las doce mejores salas de conciertos del mundo.

Hamburgo y la empresa constructora Hochtief -filial de la española ACS que encabeza Florentino Pérez, presidente del Real Madrid- después de año y medio de paralización de las obras llegaron a un acuerdo en la pasada primavera para finalizar el inmenso edificio situado en el puerto de la ciudad hanseática.

La Filarmónica del Elba lleva camino de lograr un récord negro: ser el más caro proyecto cultural en la historia de Alemania, por encima incluso de la reconstrucción del Palacio Imperial de Berlín, que se ha presupuestado en casi 600 millones. Como las obras del palacio sólo acaban de iniciarse, la competición negativa promete ser muy emocionante. El actual alcalde de Hamburgo, Olaf Scholz, del SPD, socialdemócrata, considera que "está claro que la construcción de la Filarmónica del Elba se podría haber evitado".

En todo caso, la Elbphilharmonie es más que una sala de conciertos. El nuevo complejo dispondrá de 2.150 plazas -como el auditorio Príncipe Felipe de Oviedo- en filas curvadas alrededor del escenario, pero además integra un hotel de lujo y cincuenta viviendas del máximo nivel. Quizá por eso el líder de la izquierda Norbert Hackbusch, miembro del Parlamento de Hamburgo, ha dicho que "la Filarmónica del Elba es el resumen, el compendio de la nación de la megalomanía y la estupidez política".

Hamburgo tiene 1,9 millones de habitantes. Es la segunda ciudad alemana y la séptima de Europa. Su puerto es el más importante del Viejo Continente, después de Rotterdam. La urbe y sus tinglados están sobre el río Elba, a cien kilómetros de su desembocadura en el mar del Norte.

Y ahí encaja el costosísimo equipamiento cultural que quiere funcionar como mascarón de proa del sector y del espacio económico más dinámico de Alemania y quizá de toda Europa. En efecto, en el puerto hamburgués, los vehículos y las grúas sin conductor -de verdadera tecnología punta- mueven 130 millones de toneladas al año. Es la salida comercial más importante de Alemania, orientada especialmente a Asia, donde están imitando su avanzada logística.

El viejo almacén del Káiser es el espacio que ocupará de la nueva Elbphilharmonie. Era el más grande de la ciudad y estaba a la entrada del puerto: un símbolo de bienvenida. Destruido en la Segunda Guerra Mundial, su resurrección en forma cultural promete cumplir el mismo fin simbólico.

Forma parte del Speicherstadt -la ciudad almacén-, ahora uno de los lugares más interesantes y concurridos de Hamburgo, que fue construida desde 1883 hasta 1927.

Sobre ese espacio se ha proyectado la HafenCity -la ciudad puerto-, una actuación urbanística desarrollada sobre 155 hectáreas. El primer paso fue la construcción del Hanseatic Trade Center, a principios de los años noventa del pasado siglo. Cien hectáreas son de superficie firme y las otras 55, sobre las aguas del río. Allí se edificarán 6.000 viviendas residenciales para unas doce mil personas y oficinas suficientes para albergar cuarenta mil puestos de trabajo.

La Elbphilharmonie es la clave de arco de todo el proyecto, su justificación lúdico-cultural y su emblema. El coste disparatado y la dilación en el tiempo, que amenaza con convertirlo en interminable, ponen en grave peligro el conjunto urbanístico, tan ambicioso como frágil.