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Los artistas y la mecánica del poder

El clientelismo, los intermediarios y la especulación alejan cada día más el arte de su verdadero ser

Antonio López, en su estudio. | lne

No es una idea nueva. La relación de los artistas con el poder ha cambiado poco desde la antigua Roma, el Renacimiento o el más sensitivo Romanticismo. Los ejemplos abundan. Sirva como ilustración la fatalista relación mantenida por el poeta Aleksandr Pushkin y el zar de Rusia Nicolás I.

Fueron los zares de la época quienes persiguieron a Pushkin hasta quitárselo de en medio de forma indecorosa, manipulándole el arma en el duelo mantenido con un militar francés a la afueras de San Petersburgo; todo por ser trovador de las libertades individuales y cívicas en la poesía rusa del romanticismo.

En un considerable porcentaje, la relación entre los artistas y el poder ha sido de desprecio mutuo a la vez que de hipócrita aceptación. En cada época los intereses recíprocos han ido variando y muchos artistas (los clientelistas) crearon encargos bien pagados por los poderosos, que buscaban expresar quiénes eran y qué pretendían.

Hoy al poder económico no le hace falta manipular ningún revólver porque la brecha social entre artistas y "patronos" del negocio se va ensanchando día a día, gracias a los que interceden o tercian, es decir, los mediadores: las instituciones, los galeristas, los comisarios, museos, coleccionistas, historiadores, críticos, también los traficantes, tasadores, falsificadores, etc., colectivo definido por algunos como "El Sistema del Arte" y por otros como "la parte especulativa del arte". Los conceptos de mediación, arbitraje o conciliación siempre han ido ligados a la idea de conflicto, problema o peligro.

A principios de los años setenta el fundador de la Transvanguardia y uno de los críticos de arte más reputados de Europa, Achille Bonito Oliva, definió por primera vez a este grupo de "entendidos" como "El sistema del arte" mostrándolo como una cadena social cuyo primer eslabón sería el creador del "producto", es decir, el artista. "En España, el sistema del arte presenta una elevada concentración de poderes y funciones en pocas manos" nos dice la profesora Patricia Mayayo, refiriéndose de forma contundente al escenario hegemónico que a su vez describe Juan Antonio Ramírez en su libro "El sistema del arte en España".

Son demasiados los que sostienen que, si tiene talento, el artista debe arriesgar la vida por su vocación, dar rienda suelta a su savia emprendedora y a su libre albedrío. Entienden que a los genios les conviene alejarse de caminos económicos seguros para dedicarse de lleno al misterio de la creación. Su tarea será profundizar en todas aquellas disciplinas que le permitan robustecer su discurso. Y, a ser posible, que los problemas del mundo real no le supongan ningún tipo de distracción u obstáculo. El verdadero artista ha de aportar algo a la sociedad y para eso ha de vivir en su mundo, no en este; habitará en su laberinto de ideales y sueños de consecución, confiando siempre en su propia capacidad de marcar la diferencia. Y ha de permanecer dentro de aquellas aspiraciones que le permitan desarrollar ese manso e inútil oficio que es el Arte, acatando ser artista todo el rato; y a poder ser, esgrimiendo públicamente cierta excentricidad para que todos rían en algún momento, mientras nos transporta hacia nuevos capítulos de lo inmortal. Al artista se le exige educación, formación humanística y vivir el altruista ideal, muy común entre los hombres del Renacimiento, de alcanzar la fama después de la muerte y a través de la obra de arte.

Fernando Castro Flórez, profesor de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid y conocido crítico de arte, es claro al respecto: "Hace tiempo que los artistas no tienen ninguna importancia en el mundo del arte. Los únicos que tienen algún peso son los que se han dedicado a fabricar merchandising, como Damien Hirst o Jeff Koons, que han aprendido las enseñanzas de Andy Warhol. Siguen las normas del marketing y por eso aparecen en las listas (de los más poderosos). El resto son proletarios que no tienen el control sobre su obra. Es la impostura máxima que se considere más importante a un comisario que elige las obras que a los propios artistas. ¿Qué sentido tiene que el director del MUSAC esté en una lista por delante de Tàpies y Gordillo? Eso pasó en una lista de nuestro país. Los mediadores se han convertido en estrellas y los artistas tienen cada vez menos glamour".

Antonio López defiende el arte como "algo limpio, noble y que sigue con prestigio". ¿Quién no desea estar ahí? El arte serio, esa sutil y vital energía que surge de la ordenación de todas las potencias del sensualismo, como intangible, nos sitúa frecuentemente en estados mentales más confortables. Pero lo hace a través de personas físicas y de objetos palpables que son los artistas y sus obras: obras de arte, (esos repentinos destellos mágicos o milagrosos) que además, contienen un inestimable "valor añadido": el que le confiere el autor con su ingenio y esfuerzo dejándose prácticamente la vida en el empeño.

Luego están los de los interese espurios. Esos, (los concentradores de poder, los de la estructura piramidal, los del trastorno narcisista de la personalidad) aseguran que su compromiso es el mejor argumento o prueba que le confiere al "producto" una garantía absoluta de aprobación pública y reconocimiento social. Además le añaden (cuando ya lo poseen) un valor moral incalculable y una cuantía material excepcional. Confían en que aquí también se puede alcanzar el éxito fácil, e incluso la gloria inmediata.

¿Es siempre así? ¿Acaso no es en abundantes ocasiones la calidad de la obra o la autoridad del creador lo que confiere aprobación pública, reconocimiento social, lavado de imagen, renombre o fama, a gente ordinaria pero adinerada que de otra forma poco podría brillar?

Cuando determinado "personaje" escribe que lleva años luchando por la promoción del arte contemporáneo ¿sabemos como interpretarlo, habremos leído bien? ¿No habrá querido decir que lleva años promocionándose gracias al arte contemporáneo? ¿No estará queriendo cambiar dinero por posición?

¿Acaso Patricia Phelps de Cisneros una de las personas más influyentes del mundo del arte sería una excepción? "Hay que respetar al artista sin importar cuántos ceros tenga el cheque".

A diferencia de Pushkin, el artista clientelista no tiene la problemática de los ceros en el cheque. "Clientelismo: sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios".

¿Es compatible el clientelismo con una auténtica creación? ¿Se han estudiado de forma suficiente las interacciones entre la estructura o sistema y el "genio" en esta cadena social? ¿Estamos ahora ante un sistema integrador? ¿O excluyente?

Si el artista con su presencia y obra es el primer promotor, defensor o pilar del sistema ¿guarda reciprocidad éste con el creador brindándole protección? "Nunca los artistas han estado tan ensalzados en su virtual genialidad y tan desprotegidos ante la oligarquía del mercado y de la crítica". (Iuri Lech).

¿Se ha infiltrado el Estado (endeudado) dentro del mundo del arte como otro especulador más al aumentarnos el IVA del 7% al 21%? ¿Han pasado el estado y demás instituciones de subvencionar a artistas a ser subvencionado por estos?

El debate podría ramificarse indefinidamente entrando en aspectos como el estatuto del artista o la ley de mecenazgo, sobre lo que el abajo firmante no desea pronunciarse, ya que asume que al gremio tampoco le agradan mucho las sugerencias. De hecho el artículo bien podría haberse titulado "El Arte de cómo calentarse la cabeza".

Bienvenida sea toda forma de protección o impulso de nuestro frágil ecosistema. El ARTE es fruto de una lucha muy difícil de describir llevada a cabo por seres extraños e incomprendidos que en muchas ocasiones, no reciben otra recompensa que la soledad y el aislamiento. El Arte es de estos seres, los artistas y también de los que lo aman. ¡Y de nadie más!

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