Nuestro cuerpo está poblado de microorganismos. Llevan evolucionando con nosotros desde hace millones de años y nos ayudan a vivir. Es lo que los científicos denominan microbiota, y de su calidad y cantidad depende, en cierto modo, nuestro estado de salud y nuestra respuesta a determinados factores del medio ambiente.

Investigadores del Instituto de Productos Lácteos de Asturias (IPLA), en Villaviciosa, uno de los tres institutos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Principado, han seleccionado cepas de bacterias probióticas para mejorar la microbiota de los niños prematuros, que pueden presentar deficiencias de madurez intestinal y en la propia composición de su microbiota intestinal. En el estudio colaboraron estrechamente los servicios de pediatría del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) y el Hospital de Cabueñes.

El resultado es que "cinco cepas de probióticos fueron efectivas y nos han permitido acercar el perfil bacteriano intestinal de los niños prematuros al de los niños nacidos tras completar la gestación y alimentados con leche materna", afirma la investigadora del CSIC Silvia Arboleya, que es la primera firmante del trabajo, que ha sido recientemente publicado en una de las revistas internacionales de referencia en el sector, la "British Journal of Nutrition".

Los probióticos son microorganismos vivos que tomados en cantidades adecuadas ejercen un efecto beneficioso más allá del propio efecto nutricional de los alimentos en los que van incluidos.

Pero los científicos del IPLA, el grupo de probióticos y prebióticos dirigidos por Clara González, han comprobado que el mismo probiótico que produce el aumento de algunos microorganismos intestinales en un grupo de población es el causante de su disminución en otro. "Toda una sorpresa", reconoce la investigadora.

Es precisamente en el intestino donde los humanos tenemos la mayor acumulación de microbiota, lo que en términos coloquiales se conoce como la flora intestinal. La microbiota sirve para el mejor aprovechamiento de los nutrientes y supone una fuente de energía adicional, además de influir sobre el sistema inmune y determinados procesos fisiológicos.

Para comprobar cómo actuaban diversas cepas de bacterias probióticas en distintos grupos de población, los investigadores extrajeron muestras de microbiota a partir de las heces de niños recién nacidos llegados a término y alimentados con leche materna (las dos condiciones que en este caso se entienden como patrones estándar) y las compararon con las de niños alimentados con leche fórmula, con las de niños prematuros y con las de adultos.

"Existen grandes diferencias en la respuesta a un probiótico", una variabilidad que va mucho más allá de lo que se pensaba, según explica el investigador Miguel Gueimonde, uno de los firmantes del artículo.

La respuesta al probiótico es diferente porque nuestras microbiotas son diferentes. Por eso no puede haber alimentos probióticos -esos que tan de moda están en las estanterías de las grandes superficies- que sean igualmente beneficiosos a todos los potenciales consumidores.

"La microbiota de los recién nacidos llegados a término es distinta a la de los niños prematuros, y lo mismo sucede con los niños alimentados con leche materna y los alimentados con leches fórmula", señala Clara González de los Reyes-Gavilán, que es además la actual directora del IPLA-CSIC. Ni qué decir de las grandes diferencias entre microbiotas de niños y adultos.

Por tanto, según el perfil del destinatario se podría elegir la cepa de probióticos más eficaz. La posible disponibilidad a medio plazo de estos productos queda pendiente en primer lugar de más estudios. "No obstante, para que un resultado de investigación llegue al consumidor es indispensable que existan empresas interesadas en desarrollar y comercializar dichos productos", concluyen los investigadores del IPLA.