Alejandro Escorza, gijonés de 34 años, hubiera preferido "que me tocara un rasca" antes que pasar a formar parte de la estadística médica. Pero los números están ahí, y él ha quedado registrado como el trasplantado hematopoyético número mil en el Hospital Central de Asturias. Ayer mismo recibió el alta tras un dilatado período de quimioterapia, aislamiento y, finalmente, el trasplante autólogo con células madre de su propia médula. Y a las pocas horas de "libertad" quiso "dar ejemplo, que las personas que reciben el mazazo del diagnóstico tengan un mensaje positivo; que puedan decir que un día leyeron un testimonio que les sirvió de ayuda. Yo he vuelto a nacer".

Su historia con la enfermedad arrancó hace algo más de un año, en febrero de 2013. "Me salió un bulto en la espalda que fue creciendo en verano. En septiembre me hicieron una biopsia y determinaron que tenía un linfoma", relataba ayer, recién salido del hospital y con todo el ánimo del mundo. Después del diagnóstico, "el peor momento", vinieron las primeras sesiones de quimioterapia "para ver cómo respondían al tratamiento las células cancerígenas". Resultó positivo, y el equipo médico pudo extraerle células madre de la médula en noviembre, que permanecieron congeladas en Oviedo hasta que el pasado mes de febrero inició el proceso del trasplante.

En total, algo más de un mes de ingreso, primero en aislamiento y con ciclos de quimioterapia agresiva para destruir la médula primitiva, antes de proceder a introducir las células madre con las que su organismo ya ha empezado a generar una nueva médula. "Es lo que los médicos llaman el día 0, el día en que me inyectaron las células madre por vía intravenosa, el 19 de febrero". Fue el día que marcó el inicio del final, hasta recibir el alta y "empezar a retomar la vida anterior".

Una vida condicionada por un sistema inmune "como el de un niño, que tiene que ir fortaleciéndose con el paso de los años", y que tiene que seguir el mismo calendario de vacunaciones de los pequeños, porque todas las defensas anteriores han desaparecido. Alejandro inicia ahora ese proceso "con mucho ánimo" y una gran sonrisa pintada en la cara, encantado de volver a sentir "sensaciones tan triviales como la de la brisa en la cara".

Porque tras la enfermedad "la forma de pensar cambia mucho, empiezas a valorar otras cosas en las que antes no pensabas". Antes, como él mismo explica, "lo que valorabas era tener una vida mejor, más bienestar material, una casa mejor, un coche más grande, una tele más moderna; ahora estoy deseando celebrar una comida con los amigos, sacar a pasear a la perrina a la playa...".

Con el tratamiento tuvo que traspasar su vinatería en el gijonés barrio de El Carmen, pero a día de hoy "no me preocupa la forma de ganarme la vida, sólo quiero recuperarme tranquilamente y luego se verá".

Hasta llegar a este momento en el que vuelve a mirar al frente con ilusión, Alejandro Escorza ha pasado mucho tiempo entre equipos médicos, los mismos a los que "quiero agradecer enormemente su trato humano; son grandes profesionales, pero sobre todo tienen una gran empatía, les he cogido mucho cariño tanto en Cabueñes como en Oviedo", recalca.

Han sido parte de una terapia que "debe estar basada en la positividad, porque de esto se sale".