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Grandeza de miras o sanidad peruana

La necesidad de revertir el estado de desánimo y crispación que se expande por el sistema sanitario regional

Grandeza de miras o sanidad peruana

Hace ahora 53 años, el Principado vivió uno de sus grandes momentos de gloria con la entrada en servicio del Hospital General de Asturias, una iniciativa con diversas facetas pioneras a nivel nacional y que logró emular algunas experiencias de vanguardia importadas de Estados Unidos. En las últimas semanas, la sanidad asturiana se ha visto envuelta en un conato de conflicto por una causa de increíble envergadura: un curso de 16 horas para el manejo de un nuevo sistema informático. ¿Qué ha pasado en este medio siglo? ¿Por qué esta caída en picado? O, parafraseando la desgarradora pregunta sobre el Perú que Mario Vargas Llosa formula en "Conversación en La Catedral": ¿En qué momento se jodió la sanidad asturiana?

Serían necesarias varias páginas de este periódico, un buen caudal de conocimientos y una notable capacidad analítica para dar una respuesta cabal a esta pregunta tan malsonante como imprescindible. Sin embargo, conviene intentarlo. Otros se ocuparán de aportar diagnósticos mucho más solventes y otros de descalificar toda respuesta que no halague sus oídos.

Se equivocan estos últimos: ha llegado el momento de encarar la realidad de las cosas. Hay que situarse frente al espejo y mirarse a los ojos. Cada trabajador sanitario, cada gestor sanitario, cada usuario? Es la hora de sentarse, enfriar la cabeza, ponderar los argumentos ajenos, contemplar el panorama que nos rodea? El momento es crítico: o se alcanzan espacios de encuentro o el tinglado sanitario se va al garete. Sería una tragedia. No es perfecta esta sanidad, tiene muchas carencias, pero es la que tenemos. Hagamos una prueba: propongamos a cualquier ciudadano extranjero que ande por estos lares que compare el sistema sanitario de su país con el español y el asturiano. Y extraigamos conclusiones.

Si todo va bien, en los próximos meses abrirá sus puertas el nuevo Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) construido en los terrenos ovetenses de La Cadellada. Cuando se sumen todas las facturas, el resultante de su coste oscilará muy probablemente entre los 500 y los 550 millones de euros. Una cifra demasiado alta, pagada con el esfuerzo de todos, como para convertir este acontecimiento en un suceso luctuoso.

Triste sería que los 5.000 trabajadores de ese hospital dieran este paso crucial de mala gana y con gesto amargado. Triste sería que los gestores sanitarios no supieran convertirlo en un revulsivo para el sector y para el conjunto de la región. Triste sería que el ciudadano se preguntara al cabo de pocos meses: "¿Habrá merecido la pena este gasto?".

Se impone un cambio de rumbo en la sanidad pública regional. El clima de desánimo y crispación no se circunscribe al HUCA, pero tiene su mejor exponente en la situación interna del buque insignia de la sanidad asturiana. Ciertamente, toda generalización es injusta: es elevada la cifra de profesionales de todos los estamentos sanitarios de la región que cumplen con su deber abnegadamente, en una continuada búsqueda de la excelencia. Pero la mancha de la desmotivación se extiende semana a semana. ¿Hay razones objetivas? Naturalmente que sí, y subjetivas también. Pero la resolución de los problemas complejos no cabe buscarlas únicamente en la reafirmación a ultranza de las propias convicciones (por parte de los políticos) ni en el análisis de la nómina y los días de libranza (por parte de los trabajadores). Ni tampoco en el abuso indiscriminado de recursos que son finitos (por parte de los pacientes).

Hay que sentarse, hablar, llegar a consensos siquiera mínimos. Hay que preguntarse cuándo se torció -seamos más finos que el Nobel peruano- la sanidad pública e introducir elementos correctores. Con el riesgo que siempre acarrea la concreción, podemos apuntar algunas posibles respuestas a la pregunta de Vargas Llosa:

a) Es letal para la sanidad pública que dé exactamente igual (en términos retributivos) matarse trabajando que no hacer nada.

b) Es letal para la sanidad pública que en las últimas tres o cuatro décadas no se haya registrado ni un solo despido por gandulería, negligencia o impericia.

c) Ha sido letal para la sanidad pública implantar una carrera profesional (muy bien pagada en muchos casos: hasta 12.000 euros anuales para los médicos; hasta 8.000 para los enfermeros) basada sólo en la antigüedad y sin exigir ni un solo mérito.

d) Ha sido letal para la sanidad pública establecer un mecanismo de compensaciones salariales basado en guardias innecesarias y horas extraordinarias ("peonadas") aplicadas de forma abusiva y tolerada.

e) Ha sido letal para la sanidad pública que los sucesivos equipos de la Consejería no hayan logrado instaurar con los médicos una interlocución de carácter estrictamente profesional, dejándolo todo al albur de la dialéctica con el Sindicato Médico (SIMPA). Este último, qué duda cabe, tiene "su" espacio, pero muy hábilmente ha sabido acaparar "todo" el espacio.

f) Es letal para la sanidad pública implantar recetas políticas de tiempos pretéritos, estrategias de gestión de "blanco o negro", de "con nosotros o contra nosotros", en un ámbito que requiere una amplia gama de grises. Una observación bien pegada al terreno: admitir horas extras, rigurosamente controladas, en determinadas áreas de la sanidad no significa claudicar. En tiempos de medicina personalizada, la flexibilidad no es concesión sonrojante. Ya no sirve el "todo o nada". Hay que afinar: en los quirófanos se opera con bisturís, no con navajas de Taramundi.

Ha llegado el momento de sentarse, enfriar la cabeza, hablar, mirar la propia nómina, pero también las nóminas de los demás. Quizá en un mundo plagado de mileuristas no sea una indignidad ganar 3.000 o 4.000 euros al mes. Hace falta grandeza de miras. Si entre todos salvamos el sistema sanitario, es de esperar que lleguen tiempos mejores. Si entre todos lo hundimos, no habrá nada que esperar. A nadie (mejor dicho: a muy pocos, y muy poco nobles en sus aspiraciones) le conviene que la sanidad pública asturiana se convierta en la sanidad pública peruana.

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