Cada vez estamos más cerca de conocer qué es lo que nos diferencia de las especies humanas que nos precedieron. En una palabra, qué es lo que ha permitido que el hombre moderno sea como es y siga hoy sobre la Tierra después de haber ganado la batalla por la supervivencia a grupos más arcaicos, como los neandertales y los denisovanos. La existencia de este último linaje, emparentado con los neandertales, que se extendió por el sureste asiático, fue descubierta en una cueva siberiana en 2010.

Ahora un equipo internacional del que forma parte el investigador asturiano Mario Fernández Fraga, de la Unidad de Epigenética del Cáncer del Instituto Universitario de Oncología del Principado, acaba de dar un paso crucial al conseguir poner en marcha una tecnología que permite descifrar los epigenomas de poblaciones arcaicas -neandertales y los denisovanos- y compararlos con los de los humanos modernos. El estudio, coordinado por Liran Carmel de la Universidad de Jerusalén, se publica en la revista científica "Science".

"Es un avance significativo porque permite hacer algo que hasta ahora no se podía", comenta Fraga, que reconoce que todo esto ha sido posible gracias a las técnicas de secuenciación masiva, que permitieron a los científicos del Instituto Max Planck de Alemania reconstruir el genoma completo de ambas especies en el año 2012.

Ese primer paso ha servido para que ahora se hayan podido identificar los genes cuya actividad se diferencia en ambas especies primitivas. "Son los genes que marcan los cambios evolutivos que han configurado nuestra especie, es decir, que nos han hecho ser como somos actualmente". En definitiva, el hallazgo contribuye en gran medida a descifrar cuáles fueron los procesos que contribuyeron a las diferencias morfológicas que nos separan de neandertales y denisovanos.

Para conseguirlo fue preciso reconstruir el epigenoma completo de ambas especies, abriendo con ello la posibilidad de conocer cómo evoluciona la regulación de los genes y facilitando la exploración genética en especies humanas que se extinguieron hace decenas de miles de años. Fue importante para abordar el reto el trabajo de Svante Paabo, científico del Max Planck, en la consecución del ADN neandertal a partir de un hueso del dedo del pie de un individuo adulto que vivió en las cuevas de Altai (sur de Siberia) hace unos 50.000 años. En ese mismo lugar, el fósil de una falange del dedo meñique de una niña denisovana también facilitó la secuenciación del ADN de esta especie. Según Fernández Fraga, para entender el alcance de la investigación ahora publicada, es preciso saber que la epigenética "estudia procesos químicos que regulan la función de los genes sin afectar la secuencia del ADN". "Estos procesos tienen un papel fundamental en el crecimiento y el desarrollo y están frecuentemente alterados en enfermedades como el cáncer".

La investigación posibilita comprobar que algunas de las diferencias en los patrones epigenéticos afectan a genes implicados con el desarrollo de los huesos y podrían explicar las diferencias entre el esqueleto más robusto de los neandertales y el de los hombres modernos. "Otras afectan a genes relacionados con el sistema cardiovascular o el sistema nervioso, que se han asociado con enfermedades como el alzhéimer o la esquizofrenia", explica Fraga, que subraya la dificultad de conocer los factores que han provocado la disparidad, ya que pueden tener que ver tanto con las propias características genéticas como con las condiciones ambientales. En este sentido, otro de los firmantes del estudio, el profesor José A. Riancho, de la Universidad de Cantabria, plantea el interrogante de si esos trastornos, tan frecuentes en la sociedad actual, reflejan una predisposición de nuestra especie o, por el contrario, son consecuencia de la forma de vida y el entorno en el que nos movemos.

La reconstrucción del primer epigenoma neandertal es un paso decisivo para conocer los cambios evolutivos de nuestra especie, un avance que se suma a los muchos aportados en la última década sobre la especie que nos precedió y con la que nunca hemos convivido en la península Ibérica.

Oviedo, M. S. M.

Los neandertales son la especie humana más parecida a la nuestra de todas las que forman la cadena evolutiva iniciada hace más de tres millones de años en África. Pero a los hermanos del hombre de El Sidrón (Piloña) les ha salido recientemente un competidor del que nada se sabía hasta el año 2010. Se trata del hombre de Denisova, llamado así por la cueva siberiana donde se hallaron los primeros fósiles, un linaje surgido del mismo tronco común del que se desgajaron hace 650.000 años los neandertales.

Todo indica que ambas estirpes estaban claramente emparentadas, pero mientras los neandertales se extendieron por Europa, los establecidos en Siberia lograron atravesar una de las mayores barreras geográficas del mundo, entre Indonesia y Australia, donde más tarde hibridaron con los humanos modernos, según muestran los estudios que revelan que las poblaciones aborígenes de las islas del sureste asiático como Papúa Nueva Guinea y Australia comparten más variantes genéticas con los denisovanos.

Los estudios genéticos del fósil de la cueva de Siberia, además de desvelar que la especie tenía la piel oscura y era más parecida a los neandertales que a los sapiens, ofrecieron indicios claros de que, como en el caso de los neandertales, éstos también tuvieron descendencia con humanos modernos, aunque la hibridación se aprecia únicamente en poblaciones indígenas de Australia y Nueva Guinea.