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La espuma de las horas

La venganza de Romain Gary

Piloto de combate, diplomático y novelista, tuvo que atender tantas vidas que acabó por desprenderse de ellas para librarse de todos sus fantasmas

Romain Gary, junto a Jean Seberg.

Romain Gary tuvo muchas vidas y, llegado el momento, supo desprenderse de todas ellas. En una de las mejores novelas que escribió con el seudónimo de Émile Ajar cuenta cómo uno de los personajes, el señor Hamil, vestía siempre una chilaba gris porque no quería que la muerte le sorprendiese con chaqueta. Gary orquestó la suya, en parte desilusionado con el mundo que le rodeaba, dolorido por la muerte de la mujer que amó, pero también como el último acto creativo del intelectual que empieza a sentirse manipulado por algunas de las cuestiones morales a las que cree debe enfrentarse.

El 2 de diciembre de 1980, se acostó en su apartamento de París, introdujo el cañón de un Smith &Wesson calibre 38 en la boca y apretó el gatillo. Segundos más tarde, la vida de uno de los novelistas más famosos y prolíficos de Francia -héroe de guerra, trotamundos y diplomático- había concluido. Póstumamente se descubrió, porque él mismo lo confesó en las instrucciones que dejó escritas a modo de legado, que Gary y Ajar -los dos habían obtenido el Goncourt- eran la misma persona. Con una bala, la literatura francesa había perdido a dos de sus grandes.

El tono autobiográfico desvela en Romain Gary al principal protagonista de sus novelas. Si no hubiera existido el personaje alguien tendría que haberse encargado de imaginarlo en la ficción. Judío ruso, nació en Vilna (Lituania) hace cien años y se trasladó a vivir a Francia a los catorce. En 1938, se alistó en la aviación como instructor de tiro. Se unió a la Francia libre y tomó parte en la Batalla de Inglaterra y en las campañas africanas como capitán de la legendaria escuadrilla Lorraine. Posteriormente asignado al Ministerio de Asuntos Exteriores fue secretario de embajada en Sofía y Berna antes de volver al Quay d'Orsay. Mas tarde, entre 1952 y 1956, actuaría de portavoz francés en la ONU, para finalmente ocupar el puesto de cónsul general en Los Ángeles. Luego propinó un volantazo a su vida y durante los siguientes diez años recorrió el mundo como corresponsal de publicaciones norteamericanas. Dirigió dos películas, escribió más de dos decenas de libros, y se casó con la destructiva actriz Jean Seberg, que acabaría suicidándose dieciséis meses antes que él.

A Gary, igual que al señor Hamil de La Vie devant soi, la muerte no le sorprendió con chaqueta. Ni envuelto en un poncho como la desquiciada Seberg, a la que hallaron en un Renault aparcado en el barrio parisino de Passy víctima de una sobredosis de barbitúricos y con el cuerpo abrasado por las quemaduras de cigarrillos.

Ajar mató a Gary y Gary acabó con Ajar. Él mismo había elegido una segunda vida literaria para recibir, oculto tras una máscara, los abrazos que la crítica le había empezado a negar. Inventó una nueva biografía a la medida y también una foto. Del mismo modo que, al llegar a Francia, había solapado a Roman Kacew el nombre que recibió al nacer. En Vida y muerte de Émile Ajar, publicado a título póstumo en 1981 y un ajuste de cuentas con su doble personalidad literaria, Gary cuenta que poco a poco fue sintiéndose desposeído: "Había alguien que habitaba el fantasma en mi lugar. Al materializarse, Ajar había puesto fin a mi existencia mitológica".

Jamás perdonó, por ejemplo, a los odiados críticos cuando en Clair de femme (1977), la novela evocadora de su relación con Jean Seberg, escribieron que el autor imitaba a Ajar. Al desvelar su seudónimo, vengándose del heterónimo, lo hizo también de quienes le negaban como escritor.

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