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Un momento vital

Amanda Castro se gana el "walkie"

La cineasta recuerda la fascinación que le produjo su primer día en un rodaje, al que llegó para meritoria de producción cuando tenía 19 años y estudiaba Imagen

Amanda Castro, en uno de sus primeros rodajes.

Al fondo, al final de aquella oscuridad, un hombre tocaba el piano y una nube de humo a sus pies sugería el halo borroso de los sueños.

El hombre era Juanjo Puigcorbé y el humo, hielo carbónico del que pronto tendría que ocuparse Amanda Castro, estudiante de segundo curso de Imagen que se había apuntado en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid para trabajar de meritoria durante 15 días y, de esa manera, conocer un rodaje.

Era enero de 1995, Amanda tenía 19 años, media melena, chaqueta de lana, vaqueros y anorak para soportar el invierno madrileño de aquí para allá, al aire libre y en ambientes sin caldear.

Sentía la emoción de acercarse después de años de conocer el cine en la pantalla y de dos cursos de estudiar teoría, a la práctica de verdad y lo hacía en el rodaje del capítulo "El anuncio", de la serie de televisión "Villarriba y Villabajo", producida por Juan Gona y TVE, con un larguísimo reparto de actores para interpretar el argumento coral de la rivalidad entre dos pueblos castellanos.

El cine era una afición que había empezado con su madre viendo películas en los cines de Oviedo y que continuaba en Madrid con filmes europeos en los cines Renoir y Princesa. Quería ser directora de cine porque le gustaba contar historias y porque, como hija única de un profesor de Ciencias y una trabajadora social, desde pequeña le gustaba escribir cuentos en los que fabular, viajar, elevarse...

En su casa, la diversión eran los libros -la buena biblioteca familiar- porque durante su infancia no tuvieron televisión. En ese segundo curso habían elegido una de sus historias para hacer un corto y ella dirigió en una actividad extrauniversitaria.

José Bustos, dos años mayor que ella, de trato dulce y cariñoso y ánimo ilusionado, la había recogido a las 6 de la mañana en la cafetería Hontanares de la avenida de América junto a otros pocos compañeros de clase. En su curso eran más de 50, pero sólo se habían apuntado 16. No podía entender la ausencia de los demás. Se había levantado a las 5 de la mañana y se había preparado con todo el cuidado para no despertar a sus compañeras, tres estadounidenses de intercambio y una de Ciudad Real, con las que compartía un piso grande y confortable en la calle Guzmán el Bueno.

Bustos la llevó desde la oscuridad a la penumbra en un interior del plató de Dehesa de la Villa en el que un ejército de una centuria de personas se movía en silencios con precisión coreográfica, cada grupo a su tarea, atendiendo disciplinadamente a su jefe porque cada minuto de trabajo cuesta mucho dinero.

Última pincelada de un maquillaje, retocando el vestuario de uno de los actores, Busto le iba explicando bajito a qué se dedicaba cada quién conforme avanzaban.

-Están ensayando un movimiento de grúa.

Y presentando los diferentes equipos con lo que se relacionaría en los días siguientes. Arte, atrezzo...

-Éstos son de iluminación.

Un pertiguista acercaba su micrófono hacia el escenario.

-Tenemos que ir a por hielo para que mantenga fría la nieve carbónica y quede como niebla baja.

Subieron a la furgoneta y le pisaron hasta la gasolinera.

Amanda acabó el día interminable muy revolucionada, con ganas de hablarlo con calma con los amigos de la Facultad, una pandilla que se había formado en primer curso con compañeros de Cádiz, de Canarias, uno de Madrid. Ninguno se había apuntado.

Pero era muy tarde, casi las once de la noche y al día siguiente tendría que volver a madrugar. El cine que le gustaba y que le había llevado a Madrid le fascinó aquel primer día de rodaje y supo que quería ser parte de ello.

En los días que siguieron conoció Colmenar de Oreja, el pueblo a una hora de Madrid en el que se rodaban los exteriores de Villarriba y Villabajo, aquellos pueblos rivales pintados uno de amarillo y otro de azul y no le importó que el cine no tuviera fines de semana y que la producción fuera la función que primero llegaba y la última que marchaba.

A las dos semanas fue una de las cuatro personas seleccionadas para ayudar en producción y le dieron el "walkie-talkie", que es la herramienta de esta tarea de corredores que ahora tienen que cortar una calle, luego buscar un actor que no aparece, responder a cualquier necesidad y, con frecuencia, comer en menos de una hora dentro de un horario de dieciséis.

Y entre los equipos de producción y dirección encadenó "Villarriba y Villabajo" con "La banda de Pérez", "Don Juan", "Abre los ojos", "La dama de Porto Pim", la preparación "El Quijote", trabajos para Globomedia, publicidad, Oviedo, Disney Channel...

Una vida en tres tareas

Amanda Castro García (Sevilla, 1975) fue criada en Oviedo desde los 4 años, creció estudiando en la Gesta y en el Instituto Aramo y mantiene la ciudad como lugar de arraigo. Después de una década en Madrid regresó a Asturias atraída por el proyecto de la creación de la televisión autonómica y hasta que se creó estuvo en el Consejo de la Juventud, coordinó la escuela taller de Técnicas del Espectáculo y dirigió la de Imagen y Sonido, ambas de Avilés.

Dirige la producción de los informativos de la TPA, termina su tesis -que le permitió tres estancias doctorales en Kent, Columbia y Oxford- sobre la biografía fílmica de artistas y cuando la acabe se centrará en su primer largometraje. Ha dirigido dos cortos -“Tierra de guerrilleros” (2004) y ”A golpe de tacón” (2007), que obtuvo 20 premios- y el documental “Sueños en prácticas”. Ha publicado “La representación de la mujer en el cine español de la transición (1973-1982)”.

Dedica cuanto puede a una formación que desatendió en los años de Facultad en favor del trabajo. Tiene una barra de baile en su casa de Oviedo para mantener la flexibilidad en la danza clásica y un piano en el salón. Y, sí, se llama Amanda por la canción de Víctor Jara.

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