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"Tengo la mayor suerte del mundo"

Víctor Espartosa, ovetense de 42 años, operado tres veces de tumor cerebral, con cáncer de páncreas y sin un riñón, es un ejemplo de lucha contra la enfermedad

Víctor Espartosa, ayer, en Oviedo. NACHO OREJAS

Víctor Espartosa García, ovetense de 42 años, tiene una historia fantástica. En el doble sentido del término. Fantástica porque parece irreal y fantástica por lo ejemplar. En 1994 se le diagnosticó una rara enfermedad, el síndrome de Von Hippel-Lindau, de carácter hereditario y que genera tumores en diversas partes del cuerpo. Desde entonces, y salvo periodos cortos de cierta calma, Víctor vive una permanente lucha contra una patología que mató prematuramente a su padre (53 años) y dramáticamente a uno de sus hermanos, con 28. Más de veinte años en quirófanos y con tratamientos le provocan "hastío", pero no han conseguido que este amante de los coches y las carreras diera un paso atrás.

El historial médico de Espartosa llena un cajón. Así por alto: en 1994, operación para extirpar dos tumores cerebrales. Un año más tarde, segunda operación en la cabeza, por radiocirugía, en Madrid. En 2002 se le extirpa un riñón, afectado por tumores. En 2005 y 2009, operaciones para limpiar calcificaciones en la zona testicular. Por el medio, en 2008, una tercera intervención cerebral para extirpar cuatro tumores. Fueron 13 horas en el quirófano. En 2013 se le instaló una prótesis biliar tras sufrir un desprendimiento de pulmón y serle diagnosticado un cáncer de páncreas. Nueva prótesis y finalmente, en febrero de 2014, extirpación de la vesícula.

-¿Cree usted en la mala suerte?

-¿Mala suerte? Pero si soy la persona con la mayor suerte del mundo. Me operaron tres veces de la cabeza y aquí estoy hablando con usted y contestando con cierta coherencia, creo yo. Tengo la suerte de estar casado con una mujer valiente, de tener una familia que me arropa, un montón de amigos? Recuerdo cuando desperté de la anestesia de la primera operación. Abrí los ojos y me dije: ¡Bien, tengo bola extra! A partir de aquí todo es un regalo.

En febrero de 2013 Víctor Espartosa empezó el tratamiento de quimioterapia tras detectarse el tumor de páncreas. "Le dije a mi oncóloga, Paula Fonseca: "yo quiero saberlo todo, necesito gestionar mi vida". Elegimos un tratamiento fuerte, de esos que la gente aguanta tres meses como mucho. Casi no podía andar, tenía heridas en la lengua, en los pies? A los seis meses los médicos me preguntaron si suspendían. Pero la quimio estaba funcionando y quise seguir. Estuve nueve meses.

Víctor está hoy vivo gracias a un golpe de (buena) suerte. En urgencias, a un médico que había tratado a su padre le sonó el apellido. Y ató cabos. "Había hecho la mili en Infantería de Marina, pero con muchos dolores de cabeza. Mi padre estaba ya muy enfermo. Me vine de El Ferrol y comencé a trabajar en la construcción, pero lo pasé mal. No quería fallar por nada del mundo, andaba dando paladas de arena y lloraba de la impotencia. Acabé de baja cuatro meses, y en urgencias me decían que lo mío eran nervios o desengaños amorosos".

Nada de eso. Las pruebas radiodiagnósticas detectaron dos hemangioblastomas, tumores líquidos "que no son malos pero molestan". Y pueden degenerar. "Lo vi tan poco claro que pedí el papel de la donación de órganos". Casi le cae una bronca sanitaria.

La enfermedad lo apartó del taxi. Víctor Espartosa fue taxista en Oviedo nueve años. Y del camión. "Aquello era un trabajo duro, un vehículos de 38 toneladas que transportaba carbón desde los pozos al lavadero de Modesta. Me levantaba a las seis de la mañana -a mí me gusta madrugar- y no llegaba a casa hasta las 8 de la tarde. Y aguantaba".

Hasta que el año 2002 llegó "con otra buena bofetada". Extirpación de riñón. Faltaba lo peor, la operación "eterna" de 2008, cuatro tumores cerebrales. Una intervención que vino precedida de una temporada "con dolores de cabeza que eran como si me clavaran un cuchillo en la nuca".

"La operación salió bien porque estoy vivo, y salió mal porque quedaron secuelas. Me dijeron que me olvidara de la movilidad del brazo y la mano izquierdos. Era como si al cerebro se le hubiera olvidado esa parte del cuerpo. La mano se movía por su cuenta y aún hoy la tengo completamente dormida".

Pero su brazo está operativo. En principio ni le apuntaron a rehabilitación. "Empecé yo solo, poco a poco. Llegaba a casa y me obligaba a coger las llaves y abrir la puerta con la mano izquierda".

Se reconoce inquieto pero tranquilo. Así lo ve también su esposa, María José. Se conocen un poco de toda la vida, y comparten destino con todas las consecuencias desde 2005. "Ella sabe lo que hay", asegura Víctor. Y María José sonríe, le coge la mano y asegura: "es un optimista increíble, toda una fuerza".

"¿Mi objetivo? Vivir, tirar para adelante, hacer todo lo posible para no ver llorar a mi madre. Mi objetivo es mañana; como mucho, pasado mañana", asegura Víctor Espartosa, que lleva toda la vida viviendo entre coches, talleres, rallyes y motores.

El 1 de junio de 2009 cobró su primera paga como jubilado. Su último trabajo, del que guarda un gran recuerdo, fue en la estación de lavado El Elefante Azul, en San Claudio.

Víctor no da consejos ni se considera un ejemplo. El secreto -dice- es tener siempre un plan B, y un plan C y "cuantas letras tenga el abecedario". Erradica el fatalismo y procura "no discutir con nadie". Se busca "objetivos creíbles" y se siente feliz. "El 21 de marzo hay un rallye en Valdesoto, y quiero ir. Cuando me encuentro con alguien que dice que su sueño es tener un avión, yo le digo que el mío es comerme un bocadillo de chorizo. Lo del bocadillo es mucho más realizable. Cuando me operaron por tercera vez del cerebro tardé tres meses en poder tragar, y lo que más anhelaba era coger una botella y bebérmela de un trago".

Asegura no tener sentido competitivo. "Cuando participaba en rallyes, había 60 inscritos y yo llegaba el 78". Pero en la carrera por la vida, Víctor Espartosa lleva varios cuerpos de ventaja a los demás.

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