El 15 de marzo de 1990 fallecía en Oviedo a los 70 años Orlando Pelayo, pintor gijonés, asturiano y español, que hizo de su condición de exiliado -en Orán, primero, y más tarde en París- algo esencial de su obra. El Museo de Bellas Artes de Asturias ha querido rendirle homenaje exponiendo una selección de veintiséis obras de las setenta y cuatro que posee el museo, cerca de sesenta donadas por el propio artista. "Orlando Pelayo es una referencia fundamental del arte asturiano de la segunda mitad del siglo XX y uno de los artistas de mayor proyección internacional", afirma Alfonso Palacio, historiador y director de la institución.

Y añade: "Junto a Luis Fernández, del que era amigo, fueron dos de los artistas españoles que consiguieron abrirse hueco en París".

La muestra -pintura y escultura- se exhibirá durante todo este mes en dos salas de la segunda planta del Palacio de Velarde -una de ellas, la que suele acoger la obra de Evaristo Valle-. Y se da la circunstancia, según explica Alfonso Palacio, de que la primera obra de Orlando Pelayo que se ve en España se cuelga en el contexto de una exposición de homenaje a Valle que se celebra en el convento de San Vicente de Oviedo en 1954. "Fueron familiares del pintor quienes, entre su obra, seleccionaron la que se expuso", indica.

En Orán, adonde huyó con su padre, el maestro Vicente Pelayo González en el año 1939, residió hasta 1947, frecuentando el rico ambiente artístico e intelectual de la ciudad argelina. Allí conoció y se hizo amigo de los escritores Albert Camus y Jean Grenier.

En París, Orlando Pelayo comenzó haciendo arte de marcado acento expresionista, pero en 1955 inicia una etapa que, según Alfonso Palacio, se caracteriza por "un intento de aunar la descomposición en planos del motivo representado, también de ascendencia cubista, y la utilización de un brillante colorido, próximo al 'fauvismo', que le valió la aplicación del calificativo de 'solar' por parte de la crítica". El óleo "Ícaro" preludia su inmersión en la abstracción (1959-1962), etapa a la que pertenece su serie "Cartografías de la ausencia". En 1962 vuelve a aparecer la figura en su pintura, esos personajes espectrales de series como "Retratos apócrifos", "Historias de España" y "La Celestina", que revisan los orígenes de su patria. El año 1972 marca un punto de inflexión en su obra, al abandonar el óleo y comenzar a utilizar el acrílico. "Era un artista muy culto y cultivado, conocía todo el Siglo de Oro español, era un magnífico dibujante y su producción escultórica también es muy interesante", subraya Alfonso Palacio.