La concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades a quien, según el acta del jurado, " concibe la Filosofía como meditación sobre el lenguaje y subraya la tendencia natural del ser humano hacia la comunicación" destrozó ayer el ritmo cotidiano de Emilio Lledó (Sevilla, 1927). Su vivir protegido en una casa forrada de libros que atenúan el ruido externo, libre de elementos invasivos como el teléfono móvil o la televisión, quedó allanado por la noticia de un galardón que viene a culminar un semestre de reconocimientos.

La secuencia de cuatro en seis meses comenzó con el Nacional de las Letras al conjunto de su trayectoria, al que seguiría el galardón a la defensa de la lectura y el "Henríquez Ureña" de ensayo en México. El de ahora es un premio a la medida de su perfil de hombre volcado en la palabra y en esa manera de acercarse al mundo desde el conocimiento clásico que conforma lo que llamamos humanidades. "No sé que me ha pasado. Juro que no busco los premios, no va conmigo, casi diría que me parecería indigno. Pero si te caen no puedes hacer otra cosa que agradecerlo", se resignaba ayer Emilio Lledó al afrontar, con educada suavidad, una jornada alterada por la consumación de un reconocimiento al que todos los años figuraba como candidato.

El filósofo defiende su vivir al margen y su toma distancia del acontecer inmediato. "La televisión se me rompió hace muchos años y no la arreglé. Tengo internet y ordenador, soy de la Edad Media pero un poco entrando ya en la moderna. Utilizo internet, pero tengo una biblioteca tan buena y tantos libros todavía por leer que soy feliz con ellos en las manos. Estoy muy contento con el premio porque las Humanidades son algo esencial en mi vida. Me fui muy joven a ampliar y a estudiar filosofía y filología clásica a Alemania y me vi metido de lleno en ese ámbito. Estoy orgulloso de haber dedicado mi vida a entender lo que es el bien, la bondad, la justicia, la política, la decencia".

Filosofía y palabra

Discípulo de Gadamer y Lowith en Heidelberg -lo que lo sitúa en la estela de ese monstruo, en todas las acepciones del término, de la filosofía que es Heidegger- Emilio Lledó conserva la impronta de ese magisterio en su interés por la palabra como soporte del pensar. Ha escrito que "el pensamiento filosófico se desplaza cada vez más hacia el lado del lenguaje" y ayer se extendía en explicar para LA NUEVA ESPAÑA que "la filosofía se transmite a través del lenguaje, es una reflexión sobre las palabras, sobre los hechos, sobre la vida en definitiva. Cada vez que abro un libro de filosofía recobro el lenguaje y también toda esa reflexión que se llama humanidades, esa lucha por entender el mundo, por interpretarlo y por comunicarlo. Lo que me choca es lo poco que luchamos por superar nuestra ignorancia o el afán de encerrarnos en ella".

El filósofo ha ejercido como profesor en todos todos los grados de la educación. "Fui catedrático de instituto, de universidad. Durante cuatro años viví en Berlín en la Universidad Libre, y antes en el Instituto de Estudios Avanzados. Esa época coincidió con la caída del Muro, que fue para mi una experiencia maravillosa. Conozco la cultura alemana y admiro su enseñanza pública en todos sus niveles".

Desde esa sensibilidad hacia la educación lamenta la pérdida de peso de la filosofía en los planes de estudio. "Me parece una tragedia, es rechazable e inconcebible. Es de una ceguera absoluta, un ignorar lo que es la cultura, sobre todo en estos tiempos". Para ilustrar el momento actual recurre a una anécdota: "El otro día le preguntaba al hijo de un amigo, un niño de 16 años qué quería ser. Me respondió que asesor financiero. Que te diga eso un niño, con todo el respeto para los asesores financieros, es tremendo. Le dije al amigo, en broma, que lo dedicara a la arqueología o a la filología clásica". Es una muestra reveladora de la deformación en la que vivimos: "Poner lo económico como el ideal supremo es una degeneración social. Tiene importancia, pero en el orden de niveles que establece la filosofía política desde la tradición griega, el primer nivel es la cultura, la inteligencia, el segundo el cuerpo y el último lo económico. Eso ya está dicho en la 'República' de Platón".

Ser memoria

"Ser es ser memoria", afirma con rotundidad un filósofo que huye de toda contundencia y del que la editorial asturiana KRK acaba de editar su obra más reciente, "Palabra y humanidad", una recopilación de textos que se abre con su discurso de ingreso en la Academia Española. "Somos lo que hemos sido", se explaya Lledó, "el alzheimer es una de las enfermedades más siniestras de la vida personal, de las más tristes. Pero el alzheimer colectivo, el olvido de la historia, es todavía peor. Somos lo que hemos sido, tenemos que tener presente toda nuestra historia, tenemos que reconocernos en el pasado". La parte más visible de ese pasado le resulta tan cercana que "cuando quiero animarme no tengo más que darme un paseo por el museo del Prado, que tengo al lado de casa y he visitado incontables veces. También me anima una página de Jovellanos, del Quijote, de Galdós, de Aristóteles o de Nietzche. Esa compañía de las humanidades me da vida, ilusión y esperanza". Ese es su entorno personal, distante de lo que en alguna ocasión ha llamado "el mundo irreal de los medios". Para el filósofo, "esos medios tienen una responsabilidad grandísima y son un elemento extraordinario de nuestra vida, pueden colaborar en lo que es esencial, en la cultura. Unos medios degenerantes pueden convertirnos en un país de imbéciles"; usados con inteligencia pueden "transmitir cosas hermosas, interesantes y dignas de ser vista y oídas, que también captan la atención de la gente y que se llaman cultura".