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Los sordos quieren sus derechos

Los asturianos con problemas auditivos reclaman hoy, "Día nacional de las lenguas de signos", que se eliminen las barreras que les impiden formar parte activa de la sociedad

Ana Rubio y Begoña Carpintero con el alfabeto dactilológico y el icono oficial de lengua de signos. R. I. / N. H.

Hoy celebran el "Día nacional de las lenguas de signos", y Cristina Sariego, Ana Rubio, Javier Piñera y Begoña Carpintero tienen claro que más que una jornada de fiesta es una oportunidad para reivindicar. ¿Qué quieren? Lo tienen claro. Ser ciudadanos de pleno derecho y que se respete su lengua, una lengua que debería ocupar el mismo lugar que el resto y que están deseando compartir con todos los ciudadanos.

Cristina, Ana, Javier y Begoña no son sordomudos, ni deficientes auditivos, ni minusválidos ni discapacitados. "Somos personas sordas. Los mitos y el desconocimiento nos hacen mucho daño. Las personas sordas no nos identificamos como discapacitados, es el entorno el que nos encasilla ahí. Las barreras actitudinales, como que la gente piense que no somos capaces de hablar o que no nos van a entender, nos alejan de ser un ciudadano más. De ahí el término audismo, que define la marginación que sufrimos los sordos", explica Javier Piñera, vicepresidente de la Federación de Personas Sordas del Principado de Asturias (Fesopras). Lo dice y lo signa, porque sí, como muchos otros sordos es bilingüe. Y además de usar oralmente el español, utiliza a la vez la lengua de signos.

Cristina Sariego, la presidenta de la Federación, también es bilingüe. Por eso se indigna cuando en su día a día alguien cambia el trato hacia ella cuando descubre que es sorda. "Cuando una persona oyente va a comprar una crema, las dependientas le explican los beneficios, le hacen pruebas y le cuentan obras y milagros. Cuando voy yo, me dicen una palabra y no se complican porque creen que no voy a entender. Lo mismo ocurre al comprar el pan, en la carnicería o en la pescadería". Y añade. "Y en los casos en los que nos entendemos, me dicen: 'No pareces sorda'. ¿Qué pasa, que me tienen que faltar las orejas para parecerlo?".

Y hay más. Las personas sordas en Asturias, que se calcula son unas 2.000 o 3.000, no pueden ir al teatro, ni al cine, ni ver muchos programas de televisión ni hacer una visita guiada en un museo. Tampoco pueden solucionar problemas técnicos de su hogar, ni llamar a una ambulancia, ni hablar con un abogado ni pedir cita previa en el médico. "Muy pocos profesionales saben lengua de signos y la mayoría de las gestiones son por teléfono. No hay cines con subtítulos ni programas culturales adaptados", recuerda Sariego. Internet y las redes sociales les han ayudado, pero todavía falta mucho. Por eso, la figura del intérprete es imprescindible para su independencia, y en Asturias está en peligro de extinción. "Con la crisis, de los doce que había para toda la región nos quedan cuatro. Aún esperamos el dinero de un acuerdo firmado el año pasado con el Principado. No se dan cuenta de que de eso depende nuestra libertad", asegura Sariego.

"Queremos ser ciudadanos de primera, pero no nos dejan. Una sociedad que habla de democracia no debería consentir esto y debería luchar para eliminar los obstáculos que se nos imponen", apunta Piñera. Por eso, hoy ponen en valor su lengua, una lengua viva que dejan en manos de la sociedad para que cada vez más personas se acerquen a ella y la comunicación universal, sin barreras, se haga realidad.

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