Un espectáculo de primera. La ópera "Pepita Jiménez", de Albéniz, que ayer se vio en el teatro Campoamor de Oviedo en primera función, no dejó indiferente a nadie. Unos, entusiasmados por la calidad musical de la pieza y el nivel vocal de los cantantes. Otros, ganados por la brillantemente oscura escena de Calixto Bieito. Y algunos, quizá movilizados por la propuesta disruptiva del director burgalés que nunca baja el listón si de subrayar las contradicciones y mezquindades de una sociedad que es pasado pero contiene muchas cosas que siguen vivas. Cierre de lujo para el XXII Festival de Teatro Lírico Español que arrancó en marzo para ofrecer en cien días cuatro títulos y un recital. El público aplaudió durante cinco minutos un segundo. La soprano Nicola Beller, como Pepita Jiménez, fue la gran triunfadora de la tarde. En el palco oficial se estrenó el nuevo concejal de cultura Roberto Sánchez Ramos.

Con el maestro Marzio Conti, Oviedo Filarmonía fue una hoguera de sonoridad. El coro Capilla Polifónica "Ciudad de Oviedo" brilló en su breve intervención y los coros infantil y juvenil de la escuela Divertimento se sumaron al éxito. El libreto, en inglés, según la versión de la ópera que se ofreció ayer, fue un elemento más fuera de parámetros convencionales.

Acompañaron a Nicola Beller en las voces el tenor Gustavo Peña, como el atormentado don Luis, muy bien; la mezzo Marina Rodríguez Cusí, excelente en el papel de la sirvienta Antoñona; el barítono Federico Gallar, como el brutal don Pedro; el barítono bajo Fernando Latorre, encarnando al rijoso vicario y el barítono Antonio Torres, conde de Genazahar y víctima del seminarista enamorado.

Juan Valera, que escribió la novela "Pepita Jiménez", es uno de los más destacados filósofos españoles del siglo XIX, circunstancia que apenas se recuerda y que en absoluto aparece como tal en el programa de mano que ayer acompañó a la representación. Pero evidentemente Valera, pensador especialmente fino y cosmopolita, aparece por todos los lados aunque de su novela al libreto haya muchas distancias como por otra parte no podría ser de otra manera. Liberal escéptico, fue ministro de Educación, embajador en Washington y hombre de mundo.

La escena estaba montada sobre 18 armarios dispuestos en tres niveles superpuestos. Todos acaban como Houdini saliendo del armario con sus pasiones, deseos, ideales y ruindades. Bieito aprovecha los intermedios -solo para la orquesta- para hacer desfilar, con el arte de los mimos, al clérigo azotador y pederasta, el señorito violador, a la infeliz ultrajada que se acaba suicidando... don Luis, el seminarista, roza la locura cuando imagina a una Purísima haciendo un striptease pero, ya todos fuera del armario, el amor triunfa sobre la ascesis. Apoteosis española entre el naturalismo de Valera, el verismo de Albéniz y el tenebrismo de Bieito.