Quien le conoce bien, como su esposa y colaboradora Cristina Mazzavillani, sabe que Riccardo Muti arrastra jornadas de trabajo intenso, pero ayer el maestro que conoce, interpreta y ama como nadie el repertorio de Giuseppe Verdi volvió a dar una lección magistral de música, de cultura y de saber estar. Recibía un homenaje de varios integrantes de la Asociación Española de Directores de Orquesta, liderados por su vicepresidente, Oliver Díaz, en el salón de té del teatro Campoamor de Oviedo, y él, de pie, micrófono en mano y en un expresivo italiano, proclamó durante casi una hora su veneración por el compositor de "Falstaff", la ópera que dirigiría horas después. "Verdi es un monumento de la civilización occidental y universal", dijo.

"¿Cuántos directores de orquesta hay aquí?", preguntó. Había pocos, pero había muchos estudiantes de dirección que no se atrevían a levantar la mano. A todos les invitó a sentarse en las primeras filas. Y, a continuación, inició su charla. Partiendo de "Falstaff", el testamento de Verdi, la ópera que compendia toda su obra y que le ha traído a Oviedo por cuarta vez. Fue el suyo un sabio y lúcido repaso a la vida y la obra del compositor italiano y, por tanto, a la música, con guiños a la actualidad -"no entiendo nada de economía, pero no puedo pensar en un mundo europeo y mediterráneo sin Grecia", dijo-, con divertidas metáforas sobre el serio aspecto burgués del aficionado wagneriano, que desprecia la vulgaridad de Verdi, cuando ambas son música con mayúscula.

El recorrido comenzó con el joven Verdi, rechazado como pianista en el Conservatorio de Milán, ciudad en la que el compositor, originario del Gran Ducado de Parma, era un extranjero, ya que Milán pertenecía entonces a Austria. Continuó con Vincenzo Lavigna, compositor y maestro de Verdi, que le enseñó contrapunto y armonía, a quien el autor de "Falstaff" profesó siempre gran respeto. "Verdi es autor de espíritu romántico y formación clásica porque se forma en la escuela napolitana y en la austro-alemana", dijo Muti. En "Falstaff" están Mozart, Haydn, Beethoven, también Debussy y Stravinsky. "Es su ópera más importante, por su construcción musical dramática; la nota aquí está en función de la palabra. Ser director de orquesta requiere un control absoluto de la verticalidad de la palabra con la música", añadió.

Orgulloso ciudadano del Mediterráneo, el maestro titular de la Sinfónica de Chicago y fundador de la orquesta de jóvenes Luigi Cherubini animó a "respetar nuestro repertorio", a dirigir e interpretar las obras no como un "show superficial" sino con rigor y seriedad. Como decía Verdi, "hay un solo creador, que es el compositor". No olvidó a la crítica musical, a veces "bastante espesa". De "Rigoletto", dos críticos llegaron a decir que no tenía melodía ni armonía, que era vulgar y con una fea orquestación. "Hoy nadie sabe quiénes son esos señores", dijo.

El espíritu burlón de "Falstaff", la afirmación de Verdi de que todo en el mundo es burla, cierra con una risa amarga el sentido dramático de la vida que Verdi reflejó en toda su obra.

Los directores regalaron a Muti una pluma Mont Blanc con una bella dedicatoria. Recibió otro presente, de carácter sentimental. El fagot de la Scala de Milán Vincenzo Menghini, ya jubilado y residente en Gijón, le entregó un programa de un joven Muti que se preparaba para director y ofrecía un concierto en la Scala. El maestro no lo recordaba. Emocionó y se emocionó.

El Ayuntamiento estuvo representado por su concejal de Cultura, Roberto Sánchez Ramos, y por la concejala del PP María Ablanedo.