Edith Wharton es, cada vez más, la gran dama de la novela del primer tercio del XX. La norteamericana afincada en Europa no sólo desnudó con la mayor maestría los entresijos sociales y psíquicos del neoyorquino acomodado sino que, además, demostró conocer al dedillo los estratos más humildes de dos sociedades, la estadounidense y la europea, que empezaban a descubrir sus profundas diferencias. Súbanse a las cien páginas de Madame de Treymes (Impedimenta), lo último publicado en España de la autora de La edad de la inocencia o Las costumbres nacionales, y habrán escogido el mejor vagón de nuestro peculiar tren de agosto. Un convoy que se detendrá en una veintena de estaciones de papel poco concurridas, porque, al fin y al cabo, la excelencia rara vez transita andenes muy poblados.

Estricto contemporáneo de Wharton, el inglés John Galsworthy retrató como pocos la sociedad inglesa de entreguerras, tomando como guía una familia de clase media alta. El resultado fue la Saga de los Forsyte, tres novelas y dos entreactos que, décadas después, llevó a la pequeña pantalla la BBC. La saga continuó en la trilogía Una comedia moderna, con cuya tercera entrega, El canto del cisne, acaba de cerrar Reino de Cordelia su edición en cuatro volúmenes de un conjunto de novelas ideal para amantes de las mejores narraciones kilométricas.

Por cierto, si les gusta la época y no le hacen ascos a lo policíaco, lean Memorias de un asesino, de Roy Horniman, en la misma editorial. Un clásico del género que narra un intento de ascenso social en ocho asesinatos y generó un celebrado musical de Broadway.

Galsworthy, a diferencia de Wharton, logró el Nobel. Un premio al que apunta el rumano Mircea Cartarescu, cuyo único demérito es su juventud: sólo tiene 59 años. Si han leído El ruletista ya conocen uno de los cien mejores relatos nunca escritos. El Levante (Impedimenta) es otra cosa, una especie de Odisea en la que el autor vuela en alas de la historia literaria rumana. Aunque al lector, sumido en risas, ensoñaciones y perplejidades este trasunto podría pasarle desapercibido. Cosas de los magos del lenguaje.

A la británica Rosamond Lehmann la redescubrió Jonathan Coe, el autor de ¡Menudo reparto! y gran fustigador del thatcherismo. Lehmann, maestra del punto de vista femenino, recrea en Invitación al baile (Errata naturae) las incertidumbres de los compases últimos de la adolescencia. Y lo hace con tan penetrante atención al detalle que la obra (1932) se ha vuelto intemporal. O sea clásica. Precisamente lo que no quería ser un autor que también es recuperación de Coe, B. S. Johnson. En 1969, este experimentador londinense dio a luz Los desafortunados (Rayo Verde), la historia de un periodista deportivo desplazado a una ciudad de provincias para cubrir un partido de fútbol. La llegada a la urbe desatará un flujo de memoria que Johnson convierte en 27 cuadernillos que el lector puede ordenar a su gusto. La propuesta es divertida, pero sería sólo epatante si la narración no fuera todo lo buena que es.

Espléndida resulta también Dogma (Pálido Fuego), novela del acerado profesor de filosofía inglés Lars Iyer, a quien descubrimos en 2013 con Magma, la historia en la que un tal W. desnudaba entre ginebras su propia estupidez y la del mundillo intelectual. W. y su compañero Lars viajan ahora al Sur Profundo de EE UU, donde intentan fundar una religión filosófica. Una catástrofe con un pie en Nietzsche y otro en Monty Python.

En fin, va siendo hora de dejar el mundo anglosajón, pero antes recorran La ciudad de las desapariciones (Alpha Decay), del poco conocido en España Iain Sinclair, ensayista cuya deslumbrante capacidad para fustigar las vesanias del capitalismo está servida por un envidiable dominio del relato. Una antología de 40 años de trabajo con las transformaciones de Londres como eje.

¿Un poco de Historia? Ahí van dos cañonazos. Del gran orientalista francés René Grousset, llega la biografía de un azote de la Humanidad mal conocido: el mongol Gengis Kan (Acantilado). En la misma editorial, la antípoda: ni más ni menos que la vida y obra del sublime Bach por sir John Eliot Gardiner. El volumen se titula La música en el castillo del cielo y ronda las 900 páginas. Y ya inmersos en el pasado lejano, una invitación: Siebenkäs (Berenice), alucinante narración de 1797 en la que el inclasificable y nihilista alemán Jean-Paul Richter, inventor del "doble", despliega toneladas de erudición, imaginación, humor, reflexión y maestría para idear al abogado de pobres que da título a una obra que situó al género de la novela al límite de lo conocido.

Vamos a quedarnos en el Continente. Los amantes del ciclismo y las buenas crónicas disfrutarán con las que Mario Fossati escribió en 1952, el año en el que Fausto Coppi ganó su segundo Tour, que ahora se recogen en El Tour de Francia (Gallo Nero). En un registro muy diferente, llega también de Francia Elogio del gato (Periférica), de Stéphanie Hochet, inspirada indagación sobre el felino salpicada de palabras de Poe, Balzac, Bulgákov, Eliot, Burroughs y muchos más.

De aquí mismo, dos recomendaciones heterodoxas. La cantante María Rodés, autora de sugerentes letras, ha recogido en Duermevela (Alpha Decay) briznas de sueños dejadas en el papel durante años nada más despertarse. Un fascinante orbe onírico que puede beberse de un trago o tomarse a pequeños sorbos. Por su parte, el inclasificable, para su fortuna, Carlos Salem nos invita a la novela negra con En el cielo no hay cerveza (Navona). Salem, premio de la Semana Negra 2008 a la mejor primera novela con Camino de ida, monta aquí una ágil historia de asesinatos en serie de periodistas de telebasura.

Y para poner fin, lo mejor hacerlo lejos. En Japón. Teru Miyamoto, peso pesado de la narrativa nipona actual, llega con El río de las luciérnagas (Alfabia). Su sutil paleta se detiene en dos historias de niños golpeados por la malaventura que le permiten contraponer la imaginación ingenua a los zarpazos por la supervivencia.

Estilo muy diferente ofrece La katana del lamento, de la editorial asturiana Satori, primera entrega de las aventuras de Tange Sazen, un peculiar samurai, tuerto y manco, marcado por el nihilismo e ideado por Fubo Hayashi. Claro que si lo que prefieren es saber si el tatuaje nipón que les hicieron significa lo que les han dicho, lo mejor es que se zambullan en Irezumi Itai, del gijonés Yori Moriarty, también en Satori. Ricamente ilustrado, es el primer libro en castellano sobre el tatuaje tradicional japonés.