Concierto de cierre del festival de verano de Oviedo con un aluvión de danzas europeas a cargo de la orquesta Oviedo Filarmonía, dirigida por el maestro mexicano Iván López-Reynoso y con la participación estelar del solista Kalman Balogh con el cimbalón húngaro, un bellísimo instrumento del folklore euroasiático que participó a lo largo de toda la velada. Al final, en dos tandas, tres minutos y quince segundos de ovaciones. Llegó a ser tal el entusiasmo del respetable que al acabar el concierto numeroso público subió al escenario para ver de cerca el cimbalón que, gustoso, Kalman Balogh, enseñó con detalle. Algunos niños cogieron los pequeños mazos que se utilizan para percutir las cuerdas y ensayaron varias notas.

Más de hora y media, sin pausa. El concierto arrancó con tres danzas eslavas de Dvorak. La número uno, para subrayar la alegría de vivir. El maestro López-Reynoso, que tiene apenas 25 años de edad, y la OFIL dejaron a las claras la idea entre notas explosivas. Después, la número cinco, soñadora y bailable y para terminar, la número ocho, con remate brillante.

Y llegó el turno al concierto de Vivaldi para mandolina que en este caso fue el cimbalón húngaro. El público quedó enganchado al instante con el sonido, amplificado, del instrumento que sin ser exótico no es habitual en las salas de concierto porque su reino es del mundo del folklore. La obra de Vivaldi, muy conocida, es sencillamente maravillosa, la ovación fue muy fuerte después de unos minutos de maravilla y embeleso.

Bartok tomó el relevo con cinco danzas rumanas. El recorrido por la Europa festiva -y melancólica- continuó sin paradas con una serie de mini células con vectores cíngaros y orientales. Muy bien en la batuta del maestro mexicano. Y también en el espíritu de la danza, pero desde un polo muy lejano, llegó la suite lírica de Grieg con cuatro espacios llenos de un sentimiento que tan difícil es de llevar hasta el público. Nuevos aplausos.

"Palotas", de Erkel, volvió a introducir en la velada al cimbalón que aprovechó el ritmo y la belleza directa de la pieza para el lucimiento de Balogh. Y después, todo fue ya apabullante. "Czardas", de Monti, con un pasaje entre el arpa y el cimbalón, muy bello, seguido de una obra a todo ritmo y como cierre, cinco danzas húngaras de Brahms, maravillosas y para saltar sin más en las butacas del Auditorio. Gran ovación. Una propina de jazz, con improvisación hiper virtuosa y más aplausos hasta que, como se indicó, ya concluido el concierto muchos aficionados subieron al escenario para ver de cerca el maravilloso cimbalón húngaro.