Si usted tiene pareja y puede suponer que disfrutará de una vida larga, dé las gracias a su abuela. Esta es la peculiar hipótesis que trata de validar un reciente estudio antropológico que viene a poner de manifiesto la importancia evolutiva de las abuelas, clave según los investigadores para diferenciarnos de nuestros primos simios.

La denominada “hipótesis de las abuelas” lleva tiempo peleándose entre los antropólogos con la suposición más simplista que vincula la búsqueda de parejas estables en los seres humanos con la garantía del traslado de la información genética a la siguiente generación. Ahora, los científicos creen que la explicación de por qué hombres y mujeres se enamoran para formar vínculos estables es más compleja de lo que pensábamos.

Mediante simulaciones de ordenador, investigadores encabezados por la antropóloga Kristen Hawkes, de la Universidad de Utah, han podido comprobar que el papel de las abuelas fue crucial para explicar la larga esperanza de vida del género humano, debida, también, al aumento de la población de hombres fértiles al incrementarse su presencia.

Creemos que las abuelas fueron cruciales para el desarrollo de los vínculos de pareja en los humanos”, afirma Kristen Hawkes, autora principal del estudio publicado en su edición de hoy en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences”.

Los enlaces en parejas estables son universales en las sociedades humanas y nos diferencian respecto al comportamiento de otros parientes más cercanos. Los científicos consideran que la evolución de los beneficios evolutivos de emparejarse fueron también resultado del papel desempeñado por las abuelas. Se trata de una hipótesis que se diferencia de la tradicional, que considera que los vínculos estables afectivos surgieron como consecuencia del hecho de que los cazadores masculinos preferían alimentar a las hembras y a sus crías a cambio de garantizarse la paternidad de la prole y la propagación de sus genes.

Pero ahora los investigadores sospechan que ese cambio evolutivo no tuvo tanto que ver con la capacidad del progenitor de traer comida como la de las abuelas para ayudar a alimentar a los niños destetados y así permitir a las madres jóvenes la oportunidad de volver a quedarse embarazadas. Además, dado que las abuelas que morían a mayor podían ayudar más, aportaron la longevidad como valor positivo en la selección genética.

El estudio radica en un hecho curioso: que los varones masculinos de mayor edad prefieran a las mujeres jóvenes. “Esto no ocurre en los chimpancés, donde los varones prefieren a las mujeres de mayor edad”, explica Hawkes, profesora de antropología e integrante de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

Al ir aumentando paulatinamente la longevidad humana, comenzó a haber más varones de mayor edad y también fértiles, que competían por la paternidad. Como la única forma de garantizar descendencia es apareándose con una hembra joven, los varones primitivos comenzaron a preferir a mujeres más jóvenes, con más posibilidades de dejar descendientes, explican los antropólogos.

Hawkes se apoyó en James Coxworth, becario postdoctoral en la Universidad de Utah; en el biólogo matemático Peter Kim, ex estudiante de postdoctorado de la Universidad de Utah y ahora investigador en la Universidad de Sydney, y también en el especialista en informática John McQueen, de la Universidad de Sydney.

La “hipótesis de la abuela” surgió a finales de la década de los 90 del pasado siglo, cuando Hawkes y el antropólogo Nicolás Blurton Jones publicaron un estudio basado en observaciones de la población Hazda, en Tanzania, que viven de la caza y la recolección comida igual que nuestros antepasados.

Los investigadores constataron el importante papel que desempeñaban las mujeres de mayor edad, cavando en la tierra para buscar tubérculos que sirviesen de alimento a los individuos más jóvenes, aún incapaces de realizar esa tarea por sí misma.

Es un hecho significativo que las mujeres humanas sobrevivan muchos años después de los años fértiles, algo que no se produce en los chimpancés, por ejemplo. Por eso los científicos creen que esa tendencia comenzó a producirse en nuestros primeros antepasados Homo, hace unos dos millones de años.

Según la “hipótesis de la abuela”, hasta entonces pocas mujeres sobrevivían mucho más allá de los años fértiles, pero los cambios climáticos y en el entorno llevaron a que los tubérculos enterrados fueran un elemento importante en la dieta, que los niños destetados no podían obtener. Las mujeres mayores, pues, ayudaron a la alimentación de los niños, permitiendo que las hembras se centrasen en el siguiente bebé. Indirectamente las abuelas cuidadoras primitivas permitieron que la longevidad pasase a ser un rasgo evolutivo positivo, ya que aportaba más opciones de supervivencia.

Una simulación por ordenador realizada en 2012 ya apoyó la hipótesis de Hawkes al comprobar que sin el efecto de las abuelas las esperanzas de vida resultaban similares a las de los grandes monos, mientras que teniendo en cuenta las consecuencias positivas de los cuidados de las abuelas los especímenes podían llegar a los 70 y 80 años de edad.

Investigaciones anteriores ya habían relacionado la “vigilancia masculina” (en la que varios machos protegen a sus parejas femeninas contra pretendientes que compiten) al desarrollo del vínculo afectivo en los seres humanos. El emparejamiento en los seres humanos no implica una relación exclusiva (la poligamia sería la suma de varios emparejamientos) sino “una relación especial y persistente entre un hombre y una mujer”. “Una cópula aislada no cuenta. En los seres humanos hay un peso emocional en las relaciones sociales y eso ocurre también en el emparejamiento”, explica Hawkes. Los chimpancés, en cambio, no tienen relaciones de emparejamiento especiales que se prolonguen en el tiempo, sino que una hembra se aparea con múltiples machos.

El estudio supone que con el paso del tiempo la esperanza de vida de los humanos se hizo más larga, aunque la fertilidad de las mujeres concluyó en torno a los 45 años. En cambio, los hombres de mayor edad permanecieron fértiles. Así, la proporción de hombres fértiles frente a mujeres aumentó con el tiempo. “Por eso resultó ventajoso para las varones relacionarse de manera estable con una hembra y desarrollar un vínculo de pareja con ella”, añade Hawkes.

A diferencia de lo que ocurre con los seres humanos, en la mayoría de las especies de mamíferos hay más mujeres fértiles que varones. “Esta relación hace que los varones que cuidan a su pareja estén en mayor ventaja que quienes buscan una pareja adicional, porque hay otros muchos compitiendo. Cuantos más hombres hay más cae tu posibilidad de éxito reproductivo si eres un varón”, explicó la antropóloga.

Mientras que muchos antropólogos sostienen que el aumento de tamaño del cerebro de nuestros ancestros fue el principal motor del desarrollo de la esperanza de vida en los homínidos, el estudio desarrollado por Hawkes ignora este planteamiento para limitarse a los efectos que el “factor abuela” aportaba a la longevidad. De hecho, estos investigadores creen las abuelas fueron relevantes en la evolución humana, aportando sentimientos de empatía, cooperación y estabilidad en las parejas.