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EDUARDO ALONSO, Escritor | Hoy es siempre todavía

"Veraneo en Murias, el Cudillero de la Cordillera, hasta que me echa el airón de las castañas"

El escritor publica "El preso de la ballena", una "novela carguero" sobre la personalidad de Fray Juan de la Cruz

Eduardo Alonso en Oviedo, antes del airón de las castañas. Julián Rus

Jubilado de la enseñanza, abuelo en ejercicio de sus cuatro nietos, Eduardo Alonso (Murias de Aller, 1944) vive entre Asturias y Valencia un capítulo nuevo "en la flor de la... senectud". Está en forma, pero juega con la edad y con las palabras: "vejez es vejación".

Profesor en Pravia y en Sotrondio en sus inicios, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA en otro tiempo, adaptador ahora de clásicos para lecturas escolares, en su última y robusta novela "El preso de la ballena. Fray Juan de la Cruz, pájaro solitario", hay una escueta dedicatoria:

"Para Elsa, in memóriam".

Cuando su mujer murió, hace 7 años, Eduardo Alonso sufrió "el duelo angustioso, inevitable... luego uno se casa un poco con la soledad y forma un matrimonio bien avenido aunque hay días que? Ya en la infancia tuve un fondo de soledad sentimental. Viví con mi madre y mis abuelos y luego interno en los jesuitas en Carrión de los Condes (Palencia).

-Cuente eso bien.

-Hace 7 años, en lo alto de la torre de la Universidad Laboral, la guía nos explicó que en 1945 hubo una explosión de grisú en el concejo de Aller y murieron 5 mineros. El ministro Girón vino y planteó hacer algo por los huérfanos de esos mineros. Uno de los muertos fue mi padre, a los 24 años, recién regresado de la mili en Melilla. Yo tenía 18 meses. Mi aprendizaje fue duro, pero, de no haberlo tenido, hubiera terminado silicoso y llevaría años muerto. De los que íbamos a la escuela en Murias quedamos dos o tres.

-¿Qué le libró de la mina?

-Otra viuda dijo a mi madre: "Hay que sacar una beca para estos niños". Una tarde soleada de septiembre, en la galería de casa, con las golondrinas enloquecidas preparando la marcha, mi madre me llamó llorando -por primera vez la vi llorar- y me dijo: "Vas a ir al colegio. Te aprobaron una beca". Yo tenía 9 años.

En Carrión de los Condes, los jesuitas le prepararon para ser "sal de la tierra". Sin buenas notas y buen carácter lo habrían echado. El Bachiller era oficial.

-Fue buenín pero no santín.

-Nunca. Elegí no hacer el noviciado después de unos ejercicios espirituales en enero en Salamanca. Lo vi duro y aislado del mundo. Me costó decidir, pero lo hice sin traumas. Me dieron nivel intelectual, sentido del deber y de la disciplina. Les fallaba, entonces y ahora, la educación sentimental. Ortega ya denunció hace 100 años ese atraso en comparación con los avances de la técnica y de la ciencia. Pero aprendí a defenderme con el tiempo.

Machadianamente, Alonso busca a Dios entre la niebla, pero "no mucho... igual viene él a mi encuentro".

-En su novela trata de fray a Juan de la Cruz. ¿Cómo lo conoció?

-Al opositar a cátedra, como lector obligado. En la novela va el hombre más que el poeta y sobrevuelo la mística y las visiones. Me interesó a partir de una biografía laica y escueta de Gerald Brenan que leí hace años. Hay pocos datos biográficos, algunos fantásticos. Fue venerado en su tiempo y es un extraño en el de hoy porque desdeñaba este mundo -la ballena- y renunciaba a cualquier placer. Si le daba placer escribir, lo hacía de rodillas, sobre guijarros.

-¿Qué le pasaba a este hombre?

-Eso es la novela. Era una persona desajustada en su mundo. Quería la soledad y no hacían más que darle cargos. Quería ser ermitaño y recorrió miles de kilómetros en mulo o andando. Amaba la naturaleza y estuvo preso. Es el poeta de amor más sensual de la literatura española y era un fraile solitario. Quien no ve las contradicciones no vive.

-¿Cuánto le ha llevado?

-Es lo más importante que he escrito y tengo 9 novelas. Es obra de gran tonelaje, un carguero, no un catamarán. La empecé hace 15 años, la dejé, documenté los personajes, la vida de los conventos, las comidas, el lenguaje. Eso divierte durante un tiempo sin reloj. La reescribí varias veces, como el panadero amasa y va echando harina. La envié hace 3 años a la agencia de Carmen Balcells: una editorial dijo no y otra dio excusas. Sale con una editorial religiosa valenciana para los lectores que puedan disfrutarla.

Hace años que adapta clásicos universales para las lecturas escolares. Su "Lazarillo de Tormes" vende cerca de 30.000 ejemplares cada año entre alumnos de España e Hispanoamérica que así entienden el hambre, el frío, la crueldad, la pérdida de la inocencia y la importancia de la honra.

-"Robinson Crusoe" es ilegible para los chavales. Son 400 páginas, 100 de ellas de moralidades protestantes, pero tiene los ingredientes del viaje mítico, el héroe perdido, el esclavismo, algo de capitalismo iniciático y su aventura y sus naufragios son para disfrutar entre los 9 y los 14 años. Tengo en imprenta una biografía de Ana Frank.

-Los libros le han llevado a Perú, Chile, Argentina.

-He visto las cuatro maravillas del mundo: las pirámides, las cataratas de Iguazú, Machu Picchu y Murias. Murias es la niñez, la patria, la escuela, los sabañones, el frío, el pan con manteca y azúcar, la familia, segar la hierba. Mis hijas son superasturianas y se ríen mucho con "De folixa en folixa". Vengo desde julio hasta que me echa el airón de las castañas. Caminata, ordenador, sidra, libro, familia, alguna charla. En el porche veo el Gamoniteiro y el Aramo. Murias es el Cudillero de la Cordillera. Camino 10 o 12 kilómetros que sustituyen el gimnasio de Valencia. Después de tres días seguidos orbayando y con la niebla casi en la ventana es como el "Titanic" perdido en el océano.

-No trabaja y no para.

-Pasé tres meses de cooperante en Guatemala, con la ONG Coni, dando clases en Cobán, a 200 kilómetros de la capital y a 1.300 metros de altitud. El padre Godoy un cura de la barriada de El Vertedero, fundó una escuelina y una residencia para 15 niños víctimas de violencia, incluso sexual, uno de la mara (grupo de delincuencia). Es un colegio vallado, electrificado y con dos policías con escopetas del 12. La gente es encantadora y el lenguaje, una creación continua. Al verme flaco y calvo me tenían por cura: "Buenos días, padresito". Yo contestaba "Bendisiones".

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