La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Túnez, un frágil islote democrático

El Comité Nobel lanza una inesperada señal de apoyo al único fruto logrado de las revueltas árabes, amenazado por el yihadismo y por los nostálgicos de la dictadura

Radicales islamistas en febrero de 2013, en plena crisis política tunecina.

En la que, con seguridad, es la más política de sus decisiones desde la concesión del premio de la Paz en 2009 al por entonces recién elegido presidente Obama, el Comité Nobel noruego resolvió ayer otorgar su respaldo a la transición democrática tunecina. El fallo ha causado amplia sorpresa, ya que el Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez no figuraba en unas quinielas en las que en los últimos días reinaba la canciller alemana, Angela Merkel, por su política de puertas abiertas a los refugiados.

Sin embargo, y visto a través de un estricto prisma geopolítico, el premio apenas sorprende. El respaldo al único fruto que, aunque frágil y amenazado, han producido las revueltas árabes de 2011 llega en un momento en el que Europa y Oriente Medio sufren las consecuencias del mayor fracaso de aquellos procesos: la guerra civil siria, con su cortejo de exilio y sangre. Un cortejo traducido en la actual riada de refugiados y en la internacionalización de un conflicto que, por un lado, se ha convertido en el principal tablero de lucha contra la galaxia yihadista y, por otro, facilita un escenario en el que EE UU, Rusia y sus respectivos aliados despejan parte de sus diferendos.

El derrocamiento del dictador Ben Alí, el 14 de enero de 2011, marcó el triunfo de la primera de las revueltas árabes y puso en marcha un proceso democratizador visto con recelo por Occidente, y en especial por la Francia de Sarkozy, que había llegado a ofrecer ayuda policial al autócrata.

Al igual que poco después habría de suceder en Egipto con los Hermanos Musulmanes, la transición tunecina entregó las riendas del poder a un grupo islamista (En Nahda), que, pese a presentarse revestido de las más firmes promesas democráticas, pronto derivó hacia la intransigencia religiosa con las fuerzas laicas y hacia la complicidad con los excesos del extremismo salafista.

En Egipto, crucial aliado mediterráneo de EE UU, los tiempos se aceleraron más que en Túnez y, a la altura de julio de 2013, un golpe de Estado militar frenó la carrera integrista de los Hermanos Musulmanes. En Túnez, de importancia geoestratégica mucho menor, el estancamiento de la democratización -unido a la violencia salafista, la corrupción y las revueltas sociales derivadas de una profunda crisis económica- fue creciendo hasta alcanzar, en el verano de 2013, niveles que hicieron temer el estallido de una guerra civil.

Ya en febrero, el asesinato del líder político izquierdista Chokri Belaid había dado una seria señal de alarma, pero la gota que colmó el vaso se derramó el 25 de julio, cuando el diputado opositor Mohamed Brahmi fue asesinado, supuestamente por yihadistas. Los salafistas campaban a sus anchas por mezquitas e instituciones y tomaban las calles.

En septiembre, menos de dos meses después del asesinato de Brahmi, cuatro pilares de la sociedad civil que hasta entonces habían mantenido un discreto proceso de convergencia dieron un paso adelante para buscar salidas negociadas que evitaran el conflicto civil y llevaran a una democratización efectiva.

Ése fue el nacimiento del ayer premiado Cuarteto para el Diálogo Nacional en Túnez, compuesto por la patronal UTICA, el sindicato UGTT, la Liga de los Derechos Humanos y el Colegio de Abogados. La intensa actividad negociadora del Cuarteto -en un clima de freno a la permisividad con el islamismo radical al que no fue ajeno el golpe egipcio- resultó clave para desbloquear la situación. En enero de 2014, el Gobierno islamista dimitió, dando paso a un gabinete tecnocrático y a la aprobación de una Constitución despojada de las restricciones islamistas.

Túnez está hoy gobernado por el partido laico Nida Tunis, vencedor de las legislativas de hace un año, aunque la transición sufre aún grandes amenazas, como han puesto de manifiesto las masacres de turistas en el Museo del Bardo, el pasado marzo, y en las playas de Susa, en junio. Dos atentados -facilitados por la desintegración del Estado en la vecina Libia, donde tiene uno de sus bastiones el Estado Islámico- que, además, han dado argumentos a los nostálgicos del antiguo régimen, de implantación no despreciable, para exigir mano dura y denostar los "excesos" de la democratización respaldada ayer por el Comité Nobel.

Compartir el artículo

stats