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Quevedo, el escritor total

Vida y obra de un gran barroco que tocó todos los géneros

Quevedo, el escritor total

Don Francisco de Quevedo es el prototipo del escritor total, tan genial (término peligroso para calificar a un escritor, aunque en este caso no se trata de exageración) en la prosa como en el verso. Tocó todos los géneros: la poesía de altos vuelos y la sátira despiadada, la religiosa y la tabernaria, y en la prosa, nuevamente la sátira, el humorismo sin concesiones, la novela y los severos tratados religiosos y políticos. A pesar del mucho espacio que dedicó a asuntos religiosos no es autor especialmente devoto; en política, autores modernos que no comprenden que no se pueden utilizar criterios de hoy para juzgar a un autor del siglo XVII le consideran sumamente reaccionario y antisemita: en el antisemitismo algo tenían que ver su rivalidad con Góngora, a quien consideraba de ascendencia judaica ("untaré con tocino mis versos, Gongorilla, / para que no me los muerdas") y su condición de cristiano viejo y hombre de tendencias muy tradicionales; pero su independencia frente al poder ("No he de callar por más que con el dedo / silencio avises o amenaces miedo") evidencia que creía de manera firme que la libertad es la condición indispensable para que el escritor desarrolle su obra. No se detuvo ante posibles coacciones, de la misma manera que tampoco dudó cuando, siendo embajador de Su Majestad, propuso envenenar las aguas de Venecia para acabar de una vez con la subversión de los venecianos.

Como prosista es de los mejores de la lengua y como poeta solo se le aproximan, en estilos muy diferentes del suyo, fray Luis de León, San Juan de la Cruz y Góngora. Carlos Bousoño le considera el mayor poeta de Europa, superior a Shakespeare, y como el autor de "Julio César", acudió a Plutarco para escribir su espléndido "Marco Bruto". Según Octavio Paz, el soneto "Amor constante más allá de la muerte", que se cierra con los versos: "su cuerpo dejarán, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, más polvo enamorado", es el más grande de la lengua española, tal vez de cualquier lengua.

Poeta fúnebre y sombrío, como corresponde al gran barroco que era, es a la vez autor de letrillas, chanzas, versos ligeros (aunque sin la ligereza de Lope de Vega) y de arremetidas contra cornudos, jueces, médicos, taberneros y demás fauna que no disfrutaba de su aprecio. Su hermoso poema sobre el sueño es equiparable al gran monólogo de "Enrique IV" de Shakespeare en intensidad y en exuberancia poética. "Los Sueños" es una de las obras más singulares de la literatura universal, en la que no es todo gravedad ni todo burlas. En el "Sueño del infierno" tal vez se pretendan percibir ecos dantescos, pero Quevedo es siempre Quevedo, y, de pronto, dice: "Dejen pasar a los boticarios"; pues él no pretende hacer una "summa", sino un relato original y satírico.

Su teatro (entremeses y comedias) no está a su altura, mientras que sus traducciones de Jeremías, Anacreonte y Epicteto son obras en unos casos de poeta, en otros de conocedor de la filosofía estoica. Tal vez sea "El Buscón" la mejor novela picaresca y la más divertida: es lástima que no haya escrito la segunda parte, que desarrollaría en las Indias.

Nacido en Madrid en 1580, fue diplomático y cortesano con ribetes de conspirador: "diéronle cárcel las Españas" en San Marcos de León, donde los inviernos son terribles. Desengañado y enfermo, se retiró a su torre de San Juan Abad donde mantuvo "conversación con los difuntos" a través de sus relecturas de los clásicos griegos y latinos. Buscando mejoría a su salud, se trasladó a Villanueva de los Infantes, y allí murió en 1645, con la satisfacción de saber que su enemigo el Conde Duque de Olivares le había precedido en el camino de las tinieblas.

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