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Crítica / Música

"¡¡¡Síííííí!!!"

Concierto inaugural de la temporada que celebra el 25.º aniversario de la OSPA, con nuevo guiño a la cocina de la propuesta "¿A qué sabe la música?", con globos impregnados en aroma de canela en los colores de la bandera asturiana, inflados y soltados al unísono por los asistentes, como festivo inicio del concierto presentado por Luis Alberto Martínez, de Casa Fermín. Por orden, las "Escenas asturianas" de Benito Lauret, lógica inclusión en este aniversario, ya que no se puede entender la historia del proyecto sinfónico previo a la misma OSPA sin la presencia del compositor murciano en nuestra tierra, del cual tuve el privilegio de estrenar su última obra -no cronológicamente, compuesta para gaita y orquesta sinfónica- antes de su fallecimiento. Para él la OSA también fue de vital importancia, guardando al final, quizá, también un sabor agridulce de su paso por la orquesta -¿a qué saben los recuerdos?-. Valga pues como homenaje la brillante interpretación de la orquesta con su titular al frente. Después vino el "Concierto para violín n.º 2 en sol menor, op. 63" de Prokofiev, con Vasiliev como protagonista. Hermoso concierto e interpretación solística, con una música que culturalmente es muy cercana al concertino, importante, ya que hay asiáticos que tocan con perfección pianística a Beethoven, pero no saben siquiera que ha muerto. A Vasiliev esto no le ocurre en su visión interpretativa profunda del compositor ruso, al que debido a su bagaje violinístico, y también por origen, se adapta estilísticamente como anillo al dedo. Vasiliev ofreció de propina el impactante "Capricho opus 1 n.º 21" de Paganini.

En la segunda parte estreno de "Reflejos" de Marcos Fernández Barrero (Barcelona, 1984), obra de laconismo casi sin precedentes, de apenas tres minutos, como se dice ahora constantemente "escasos minutos", o "escasos metros", como si hubiera minutos de menos de sesenta segundos o metros de 60 centímetros. Su título dice mucho de esta música colorista y ondulante, una pequeña acuarela de transparentes veladuras que no llega a remontar el vuelo en el reflejo casi inasible del himno astur. El plato fuerte -por seguir con la gastronómica propuesta- de la velada fue la expansiva interpretación de la "Sinfonía en mi bemol" de Paul Hindemith -el mi no es aquí adjetivo posesivo, y la cosa tiene bemoles si es "menor", concretamente seis, porque ya puestos indiquen en el programa que es en modo mayor, con tres bemoles en la armadura, sucede que el propio Hindemith prescinde de la armadura cuando es continua la alternancia de los modos mayor y menor, música pantonal, que no atonal, lo que viene al caso precisar, también por la trayectoria estilística del autor-. Anécdota, si se quiere, la protagonizada por un furibundo aficionado al gritar al final del primer movimiento un "¡¡¡Síííííí!!!" que dejó boquiabierto, sin pestañear y mirando al frente, al personal, un sí de aprobación mayúscula, imaginamos. Si la sinfonía de Hindemith por la OSPA motiva semejante aprobación, bienvenida sea, porque la interpretación fue vibrante, precisa, muy intensa, aunque ésta mejor al final.

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