Asegura Paco Fresno (Villaviciosa, 1954), cuya obra es una de las referencias inexcusables del arte asturiano del último cuarto de siglo, que el empeño puesto en "Camino interior" -el lienzo de machadiano título que presentará pasado mañana, miércoles (19,00 horas), en el Museo Casal Natal de Jovellanos, en Gijón-, ha sido el mismo que si esta obra de notables dimensiones (casi dos metros de alto por cuatro de ancho) fuera la "única" de su existencia. Y añade: "En cierto modo es así".

El artista, autor de tan significadas esculturas urbanas como "Torre de la memoria" o "Hacia la luz", pero pintor a tiempo completo y desde sus inicios (su primera exposición es de 1975), ha dedicado a este óleo de paciente técnica puntillista un año de su vida. Han sido doce meses en los que, según explicó ayer al contemplar la pieza en una de las salas de la vieja casona de los Jovellanos, en Cimadevilla, la vida del artista ha consistido en seguir el crecimiento del bosque de ese lienzo y el fulgor que, como punto de fuga, florece al fondo de la obra y, claro, de esa senda o camino por el que ha transitado el pintor. "Te pegas al cuadro y ya sólo ves eso; creo que es la pintura más ambiciosa que he hecho", dice.

Tanto, que Paco Fresno ve en este cuadro una "salida coherente" a su larga dedicación como pintor, no como creador que se dedica a otras y variadas disciplinas: de la escultura al grabado o la instalación. "Camino interior" es, al menos, el final de una etapa en la que su autor lleva insistiendo con deslumbrantes resultados desde 2011: "La consideración de lo pictórico a partir de modelos fotográficos, como los prensados de espacio/tiempo del grabado, de un presente enfocado y superpuesto a enfoques anteriores".

"Camino interior", una sinfonía de ocres, verdes, negros y blancos, es una pieza estrechamente emparentada con "Otoño (paisaje en seis tiempos)", la excepcional obra que Paco Fresno expuso en el otoño de 2013, en la galería Gema Llamazares, dentro de una exposición de título también caminero: "En tránsito". Estos grandes lienzos del pintor maliayo, un autor que desconfía de las etiquetas, parten de una búsqueda experimental a partir de una las grandes preguntas que subyacen en la pintura de todos los tiempos: ¿cómo representar lo que vemos? Y lo que hace aquí el pintor es impugnar los modelos figurativos conocidos para, sin perder la referencia de la que parte (fotografías de un paisaje navarro que lleva al nacimiento del río Urederra), darnos tres segmentos del espacio-tiempo concentrados en una sola imagen: lo que hemos mirado y lo que estamos mirando.

"Sí, es eso, mis miradas fundidas en un todo plástico", explica. Lo pequeño en lo grande y lo grande en lo pequeño, en la materia que deja la espátula en el lienzo; figuración y abstracción alimentándose. Y es que para Paco Fresno, como él mismo subraya, "siempre se pinta en gerundio, en el despliegue del tiempo que se tensa entre la memoria y la expectativa". Entregar un año de tu vida a un cuadro exige dejarse atrapar por la obra y saber, al tiempo, salir de ella.