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Compromiso de por vida para curar

Jesús Etayo y Pascal Ahodegnon, de la Orden de San Juan de Dios, explican por su cuarto voto, el de hospitalidad, su actuación en crisis como la del ébola

Jesús Etayo, izquierda, y Pascal Ahodegnon, ayer, en el hotel de la Reconquista. MIKI LÓPEZ

¿Qué mueve a una persona a cuidar enfermos infectados por el atroz virus del ébola aun a sabiendas de que corre un alto riesgo de muerte? Una voluntad modelada por un voto solemne de hospitalidad -un compromiso de por vida-, es el motor vital de los Hermanos de San Juan de Dios, la orden religiosa católica reconocida este año con el Premio "Princesa de Asturias" de la Concordia.

El galardón reconoce "una ejemplar labor asistencial de cinco siglos", según el acta del jurado, y en particular hace referencia a la actuación de los Hermanos de San Juan de Dios, junto con sus colaboradores y voluntarios, en la epidemia del ébola de 2014 y 2015, el mayor brote de la enfermedad hasta la fecha, con 23.253 personas infectadas y 9.380 fallecidos en todo el mundo, especialmente en África Occidental.

En medio de esa dura prueba, la Orden nacida en Granada por iniciativa de Juan Ciudad (1495-1550) -canonizado un siglo después como San Juan de Dios-, perdió en África a "dieciocho personas: cuatro religiosos, una religiosa de la Inmaculada y trece colaboradores profesionales", relató ayer Jesús Etayo Arrondo, navarro de Fustiñana, de 57 años y superior general de la Orden desde 2012 por un período de seis años. Etayo llegó ayer a Oviedo acompañado por el hermano Pascal Ahodegnon, de Savé (Benín), de 44 años, francófono, médico especializado en Milán en traumatología y ortopedia, y que ha trabajado en África durante la crisis del ébola.

Ambos recogerán el premio en la ceremonia del próximo viernes en el teatro Campoamor y estarán acompañados por "Marina, atendida en el Sanatorio Marítimo de Gijón, junto con su madre, María Ángeles; y Maribel, médico que colabora en nuestro hospital de Sevilla, y Guillermo Vázquez, médico voluntario que nos ha asesorado en el caso del ébola y en otras tareas", detalla Jesús Etayo.

Los seis representarán a la amplia familia de San Juan de Dios, constituida por unos 1.100 religiosos, 55.000 profesionales colaboradores y casi 9.000 voluntarios. Todos ellos asisten cada año a 27 millones de personas en 350 centros repartidos por 55 países, de los que 27 son territorios empobrecidos. Sus campos de acción son los cuidados paliativos, la salud mental, las discapacidades, los ambulatorios, los geriátricos y las labores sociales. Éstas últimas ha crecido vertiginosamente en España durante los últimos años, lo que ha obligado a los Hermanos de San Juan de Dios a atender a más emigrantes, personas sin hogar, en riesgo de exclusión social, enfermos de sida o drogodependientes. La crisis también ha reducido los recursos público que mediante convenios recibían de las administraciones. "Sumado un año con otro, la reducción ha sido del 20 por ciento, pero hemos intentado por todos los medios no recortar empleo en nuestros centros", explica Etayo.

La familia de San Juan de Dios cuenta asimismo con el respaldo de 300.000 benefactores y donantes, que aportan sus cuotas periódicas o puntuales, o entregan legados y herencias para la causa.

En tiempos recientes, el terremoto de Perú en 2007, o el tifón Yolanda en Filipinas (2013), fueron momentos de duro trabajo, pero nada de ello superó en dificultad la referida epidemia del ébola, que la Orden de San Juan de Dios vivió en sus hospitales de Lunsar (Sierra Leona), y Monrovia (Liberia).

Procedentes de ambos centros fueron repatriados a España en 2014 los hermanos Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que no superaron la infección del cruel virus y fallecieron.

Era la comprobación directa de la fuerza del cuarto voto de hospitalidad. Al final de su formación espiritual, teológica y pastoral, y tras aplicarse en estudios civiles como enfermería, medicina o trabajo social, los Hermanos de San Juan de Dios pronuncian los tres votos habituales de los religiosos y religiosas (pobreza, castidad y obediencia), pero además añaden el cuarto voto, "que nos exige asistir a los enfermos incluso poniendo nuestra vida en riesgo", explica Ahodegnon.

Dicho voto supone un compromiso de entrega, pero no es un escudo. "Humanamente sentimos lo mismo que cualquier persona; tenemos miedo, inseguridad, incertidumbre, pero a la vez tenemos ese impulso, que a mí me ha dado fuerzas", comenta el religioso, que vivió en primera línea el ataque del ébola en África.

"Cuando empezó la epidemia pedí ya que me mandaran a África, pero me dijeron que esperara unos meses; finalmente me enviaron en nombre de los Hermanos de San Juan de Dios para estar al lado de los enfermos, y no sólo porque fueran africanos como yo, sino porque es un pueblo que está sufriendo y junto a ellos han permanecido los hermanos, que se podían haber ido, pero en ese caso hubieran faltado a su carisma". Carisma que consiste en "revelar el amor de Dios a través de los cuidados que les ofrecemos".

Jesús Etayo corrobora los hechos: "Ninguno de los hermanos que murieron pidió nunca salir de su hospital en esos momentos". En la actualidad siguen en la brecha "doce hermanos y 486 colaboradores profesionales" en ambos hospitales de Sierra Leona y Liberia.

Pascal Ahodegnon acudió a la universidad en su país y "descubrí a los Hermanos de San Juan de Dios, que estaban a unos 700 kilómetros de donde yo vivía; entré en contacto con ellos y poco a poco mi vocación hospitalaria fue desarrollándose". Tras realizar el postulantado y el noviciado, "la Orden me envió a estudiar medicina para que pudiera ponerme al servicio de mi pueblo". En el presente desempeña otra misión como "consejero general" de la Orden para los asuntos de África.

Por su parte, Etayo comenzó "de muy joven a estudiar en un colegio apostólico de la Orden y según fui conociendo a los hermanos y su misión decidí continuar con ellos". Realizó el noviciado en Madrid "y después continué la formación en Barcelona; allí me preparé en enfermería, después hice los estudios de Teología y me ordené de sacerdote".

La Orden de San Juan de Dios está constituida fundamentalmente por hermanos, pero también hay cierto número de sacerdotes para atender pastoralmente sus centros y comunidades y a sus colaboradores y voluntarios.

Respecto a la recepción del premio, Jesús Etayo considera que es "un reconocimiento a la trayectoria de la Orden y, sobre todo, a tantos hermanos y colaboradores que calladamente han dado y siguen dando su vida por los demás; pero de una manera muy especial queremos colocar el premio en el centro de los que sufren y atendemos". Ahodegnon apostilla que "si estamos aquí es por las personas que atendemos; ellos son nuestros jefes y nosotros sus servidores".

Un servicio con compromiso de por vida para curar y cuidar al prójimo.

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