Diderot soñaba con Wikipedia, pese a sus imperfecciones. El escritor y filósofo francés, padre de "L'Encyclopédie", forjó en el siglo XVIII una victoria de la razón sobre la senda oscura que marcaban la religión y la teología, y habría abrazado hoy con igual entusiasmo este proyecto siempre inacabado de la gran enciclopedia en internet, que crece sin principio de autoridad. El espíritu ilustrado sobrevolaba el diseño intelectual de la obra que impulsó junto a D'Alembert y al que contribuyeron, entre otros, Voltaire, Montesquieu o Rousseau. Del mismo modo, también Wikipedia es hija de este tiempo, con todos sus matices, así que hay que ser clemente en la crítica.

Ninguna enciclopedia tradicional es infalible y tampoco está exenta de errores, prejuicios o subjetividades. Al segundo de su impresión en papel ya deja de estar actualizada. Y ese es un diagnóstico irreversible. La única forma de solventar el problema es añadirle más y más tomos, haciendo que resulte un incordio su uso. A veces acaba ocurriendo que la primera versión termina por adquirir mayor valor que sus posteriores actualizaciones. Perderse en los volúmenes históricos de la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana Espasa, por ejemplo, editados entre 1908 y 1930, supone una delicia. Pero las viejas enciclopedias que acumulaban polvo en los salones de los hogares de clase media han sido barridas por internet con la misma inclemencia con la que los teléfonos móviles están liquidando a las cámaras de fotos compactas.

También es un poco forzado el argumento que señala como una de las debilidades de Wikipedia el hecho de que cualquiera pueda contribuir a ella. Es cierto que eso abre la vía a las numerosas "gamberradas" que se han colado en la enciclopedia libre, pero también han permitido poner al aire la ligereza con la que medios de comunicación, expertos y publicaciones la usan como única referencia. El proceso de revisión y discusión puede ser lento, pero a la larga resulta efectivo dentro de lo aceptable. ¿Que algunas entradas pueden tener sesgo ideológico? Recuerden lo que le ocurrió a Diderot con su obra, que terminó elaborando prácticamente solo y sujeto a censura.

Lo que sí pasa ahora, que todo es instantáneo, es que resulta más fácil y evidente cazar las trampas. ¿Acaso los estudiantes del siglo XX no copiaban sus trabajos de las enciclopedias? Lo hacían, eso sí, con la tarea que implicaba copiar los textos: ahora lo resuelven con la fórmula mágica del Ctrl C. Pero resulta, como contrapartida, mucho más sencillo para un docente de estos días comprobar si el texto ha sido copiado. No sólo plagian los escolares, no se crean: hagan mágicas búsquedas de textos entrecomillados en Google y sorpréndanse.

Ya Diderot apuntaba la imposible labor que suponía para un único ser humano dominar todas las materias; más aún lo es hoy, que ya resulta inabarcable tan siquiera para una persona conocer todas las ramificaciones de su propia disciplina, ya sea Física, Matemáticas o Literatura. Consciente de eso, Diderot planteaba su enciclopedia como una obra coral, con citas exhaustivas de las fuentes, llena de referencias cruzadas y, sobre todo, útil y llamada a utilizarse. No cabe duda alguna de que Wikipedia cumple todo eso y, para colmo, es la enciclopedia más consultada de la historia: no es un compendio de definiciones, artículos y entradas encuadernadas en gruesos volúmenes de tapa dura que se hojea de vez en cuando. Si algo cabe reprocharle con vehemencia a la enciclopedia libre es haber terminado para siempre con las discusiones de bar acerca de una fecha, un dato o una curiosidad: siempre alguien la ataja de inmediato consultando el teléfono móvil.

En esa fortaleza reside también la debilidad de nuestro tiempo. Nunca en la historia de la Humanidad ha estado tan accesible el conocimiento, es cierto, pero cada vez más el saber es, justamente, enciclopédico, fragmentado, y va despojándose de las tesis, las reflexiones propias; en definitiva, tenemos más información a nuestro alcance pero se va perdiendo el esqueleto del edificio intelectual que conforman las lecturas, las reflexiones, las clases a las que uno ha asistido. Nunca hemos sabido tanto con el riesgo de ser tan tontos. Pero la culpa no es de las enciclopedias, ni de internet, ni de los teléfonos móviles. Los aciertos y errores en el uso de las creaciones humanas sólo residen en nosotros mismos.