La vida como experiencia, como camino de aprendizaje, como lugar de construcción, escenario planetario en el que los humanos estamos obligados a respetar al otro, a construir juntos, a no rechazar al diferente. Felipe VI lleva años declarando su pasión por lo mejor del ser humano y por España en los discursos que pronuncia en el teatro Campoamor. Son palabras del buen político que, en este caso, pronuncia un Rey. Ayer construyó uno de los mejores y más claros, sin ocultar lo más negativo de nuestra condición -habló de corrupción, poder, envidia, crueldad, hipocresía, miedo y cobardía-, pero también lo hizo de amor, amistad, ternura y lealtad. Y de emociones. "Sigamos construyendo España", dijo.

En esta ocasión, el autocué no falló y el Monarca, que la noche anterior se había acercado al teatro para hacer una prueba, leyó con energía y magnífica entonación. Siempre bajo la atenta mirada de las reinas Letizia y Sofía.

Minutos antes, el filósofo Emilio Lledó, maestro de la palabra, abanderado de la decencia intelectual y moral, se había referido a la "experiencia incesante" que es la vida y, a partir de ella, de la importancia de pensar, de filosofar, de ver qué y cómo somos. Habló de un fecundo territorio que nos conduce a las Humanidades, cuyo cielo ideal, dijo, "está lleno de nubarrones violentos". También lo hizo de la educación y del conocimiento, y de las consecuencias de su carencia. "El género humano no ha logrado superar la ignorancia y su inevitable compañía, la violencia, la crueldad", señaló.

Los puentes de entendimiento no son fáciles. Mientras en el Campoamor se entregaban los primeros premios "Princesa de Asturias" y se escuchaban palabras como "el todo es más que la suma de las partes", pronunciadas por la economista Esther Duflo, que trabaja para mejorar la vida de los más pobres, fuera, en la calle, los ciudadanos mostraban su rechazo y apoyo a unos Premios que cumplen 35 años y que son ya una seña de identidad de Asturias.

"Fartones", se leía en la gran pancarta de los manifestantes de las "marchas de la dignidad", concentrados en la plaza de la Escandalera. "¡Que viva la lucha de la clase obrera!", gritaban a medida que llegaban los invitados.

"¡Vivan los Reyes!", "¡Vivan los Premios!", se oía en el otro grupo, mucho más numeroso, mientras Teresa Sanjurjo, directora de la Fundación Princesa de Asturias, era vitoreada por un público que le solicitaba "selfies". Un retrato de la fractura social creada, de la desunión popular.

Lo que se escuchó y premió en el escenario del Campoamor y también en la Escandalera -había instalada una pantalla gigante- fueron ideas y trabajo de gente corriente que ha hecho cosas excepcionales para mejorar la vida de todos. Obras arriesgadas, alejadas de todo conservadurismo. Realizadas, en muchos de los casos, por gente progresista. Premiados, todos ellos, que reciben 50.000 euros y una escultura de Joan Miró, y que se prestan a participar en todas las actividades sociales y culturales que organiza la Fundación Princesa.

Francis Ford Coppola, con sus calcetines de cuadros amarillos y su perfil de Sancho Panza, es un joven de 80 años que ama hablar del cine del futuro y que anima a los jóvenes cineastas a arriesgar aunque fracasen; Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna, científicas y mujeres, lideran dos equipos que han creado una tecnología que permite modificar genes con precisión; el escritor Leonardo Padura, con su guayabera y la pelota de béisbol, reivindica la memoria familiar, sobre todo la de sus padres, de los que aprendió "la práctica de la fraternidad, la solidaridad y el humanismo"; Wikipedia, representada, entre otros, por su fundador, Jimmy Wales, es la enciclopedia digital del siglo XXI, elaborada con la generosidad de la colaboración y la gratuidad. Y los hermanos de San Juan de Dios dan lecciones cada día de su vocación de servicio a los demás.

Algunos, como Emilio Lledó y Padura, evitaron la inclinación ante la Reina madre y los Reyes. Sofía fue recibida a su llegada al palco, como ya es habitual, con un gran aplauso y el público puesto en pie. Entre los invitados poco frecuentes pudo verse a la abadesa del monasterio de San Pelayo, Rosario del Camino Fernández-Miranda.

En el vestíbulo, con los premiados y las gaitas ya en la calle, Felipe tomó a su madre de la mano y, junto a Letizia, salieron a la calle. La temperatura era buena. Los ciudadanos que les vitoreaban acompañaron a la comitiva por Uría. Bien está lo que bien acaba. Para el Rey fue una tarde de "gratitud y alegría"; para la ciudad, de ejercicio de la democracia, como lo demuestra que su alcalde, el socialista Wenceslao López, declarado antimonárquico, aplaudiera, en el escenario, todos los discursos. Incluido el del Borbón.