Sevilla a finales del siglo XVIII que es tanto como decir con Europa ardiendo por la Revolución o, al menos, a punto de fuego. Así encuadra la acción el libreto de Lorenzo da Ponte. Pero "Las bodas de Fígaro", de Mozart, es una ópera bufa y pintan más las vísperas, un tiempo distraído, sin preocupaciones y dado a mil frivolidades. En todo caso, la hoguera ya estaba encendida. Guy Joosten, director de escena de la producción de la OperaBallet de Vlaanderen, que se ofrecerá en primera función el próximo domingo en el teatro Campoamor de Oviedo, encierra el juego en una especie de invernadero que, claro, está cargado de significados.

El belga Joosten dirigió en Oviedo, hace tres años el "Werther" de Massenet con el que se abrió la LXV temporada. No fue un éxito. Los actores estaban muy bien dirigidos pero la escena fue comparada con una cocina. O con una carnicería lo que acabaría teniendo sentido. El público aplaudió cortesmente y se fue para casa con varias piedras de hielo en el bolsillo.

En esta ocasión promete una nueva dosis de filosofía y menos restricciones espaciales. El invernadero, por lo que se ha podido adivinar en los ensayos, es metáfora de una sociedad cerrada y, claro, malvada. O al menos plagada de personajes manifiestamente mejorables.

La revolución social, más personal que cósmica, se muestra con el progreso de la naturaleza sobre la cultura, de las plantas sobre las conductas, del bien sobre el mal. Una idea roussoniana muy discutible pero que siempre cae en gracia. El invernadero no es cualquier sitio, se trata de la casa del conde de Almaviva y ahí caben pocas dudas sobre su moral. Salón noble de una clase en naufragio, presentada de forma intemporal: no es contemporáneo del libreto -no es rancio, según se podría interpretar- ni es moderno ni siquiera una abstracción minimalista. A la soprano Amanda Majeski le gusta mucho. Es una garantía.