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Caballo al verde

Luis Ricardo Alonso, con Cuba dentro

Su ruptura con el castrismo cuando era embajador en Londres, el segundo asturiano en el siglo XX tras Pérez de Ayala, le empujó a cincuenta años de exilio

Luis Ricardo Alonso, con Cuba dentro

Era una moneda diminuta pero me la enseñó como si fuera un tesoro. "Es un centavo cubano de 1916, el año en el que Cuba emitió moneda por primera vez. Hasta entonces en el país circulaban pesetas y dólares. La encontré por casualidad el otro día en el mercado de El Fontán, en una cesta entre 500 monedas más. La gitana del puesto me pidió quince euros por ella. Le hubiera dado mucho más, pero me apeteció regatear. Saqué el monedero y le dije que le daría toda la calderilla que llevaba. Resultaron 6,50 euros. Y me dio el centavo. Casi se me saltan las lágrimas porque me acordé de mi padre cuando me contaba que en sus primeros años en Cuba le apetecía comprarse dulces y renunciaba a ellos por ahorrar. Por un centavo daban cuatro dulces".

Era el año 2007 y estábamos sentados a la mesa en "La Mar del Medio", en una de las muchas comidas que compartimos desde aquel primer encuentro, cuya fecha y motivos no logro precisar. Él, Luis Ricardo Alonso, era un profesor de Literatura Española en el Franklin & Marshall College de Lancaster, Pennsilvanya, también un escritor destacado -había sido finalista del Nadal- y un político para quien el desengaño, pasado por el tamiz de la honradez, le había obligado a pagar un peaje y costosísimo. Entre otras cosas, no poder volvere más a Cuba, una de sus dos patrias y sin duda la que más había querdio. Acaba de morir justo cuando se cumplían los cincuenta años de la última vez que había pisado suelo cubano.

El niño emigrante. Ricardo siempre contaba cosas interesantes y las contaba muy bien, no solo por la precisión de fechas, nombres y datos sino también por la expresiva facundia con que adobaba el relato. Aquel día en que me mostró el centavo me habló de su padre. "Se llamaba Manuel Alonso Llerandi y era de San Juan de Parres. Cuando tenía doce años su padrino, que era del mismo pueblo y que apenas tendría diez años más que él, le escribió desde Cuba, diciéndole que podría encontrarle trabajo. Y se fue. Era el año 1905. En Cuba después de la independencia no había animadversión a los españoles. De hecho, no hubo un gran exilio y algunas familias que marcharon, volvieron a los pocos años. Mi padre entró como recadero en un comercio que se llamaba "La Noble Habana". También barría la tienda. Con el tiempo llegó a ser su dueño y de otros almacenes".

Y progresó también socialmente. "He pensado muchas veces", decía Ricardo, "que mi padre tuvo que ser muy inteligente, pues llegó a Cuba casi sin instrucción, pues apenas había ido a la escuela, y, sin embargo, supo integrase en un mundo totalmente diferente, el que representaba la familia de mi madre, que pertenecía, vamos a decirlo así, a la aristocracia de Cuba, con centenares de años en la isla".

El matrimonio tendría cuatro hijos. El padre siempre quiso que uno de ellos naciera en España. Le tocó a Ricardo, que, en 1935, vino al mundo en San Juan de Parres, que pertenece al concejo que le da su apellido, pero que está mucho más cerca de Cangas de Onís que de Arriondas. De esta zona de Asturias era oriundo Grau San Martín, el presidente cubano que estableció la "ley del cincuenta por ciento", según la cual en la plantilla de las empresas la mitad de los empleados, como mínimo, habrían de ser cubanos. La aplicación de esa ley provocó el despido de multitud de españoles. No de los muchos que trabajaban en las empresas del padre de Ricardo, pues Manuel Alonso Llerandi recurrió al truco legal de convertirlos en accionistas, con lo que, nominalmente, pasaron de trabajadores a socios".

Un día, cuando ejercía el periodismo, Luis Ricardo Alonso acudió al palacio presidencial a entrevistar a Grau San Martín y, terminada la entrevista, se atrevió a reprocharle en confianza el aparente desapego hacia sus orígenes. Grau se levantó y le pidió que le siguiera. Le llevó entonces a una estancia en la que había un solo cuadro. Era el "Puentón" de Cangas de Onís.

Con la revolución. Es posible que, de no haber estallado la guerra civil, la familia Alonso se hubiera trasalado a España, pues los planes del padre iban por esos derroteros. Pero Ricardo, como sus hermanos, creció en Cuba, comprometido con el devenir de la isla, por mucho que en el colegio sus compañeros le hostigaran llamándole "gallego". En ese colegio, regentado por los jesuítas, estudiaban los hijos de Ángel Castro, don Ángel, un antiguo capataz de la United Fruit, que se había hecho rico con plantaciones de caña de azúcar, a las que llevó negros haitianos, que cobraban la tercera parte que los cubanos. Así comenzó la relación de Ricardo Alonso con Fidel Castro, tres años mayor que él, que se haría más intensa con el tiempo. Ricardo se hizo abogado y trabajó también como periodista en la revista "Bohemia". Fue parte activa de la oposición anti-Batista y cuando Fidel Castro regresó de su exilio mexicano para convertir la oposición al dictador en enfrentamiento militar, Ricardo se incorporó al movimiento, primero desde la ciudad y luego en la guerrilla.

Tras el triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, Luis Ricardo Alonso contó desde el principio para cargos de responsabilidad. Ese mismo año formó parte de la delegación cubana que acudió a la Argentina a una reunión en la que participaron 21 de jefes de Estado. El jefe de la policía personal de Fidel Castro era Pedrito Rodríguez, un español que en la guerra civil había luchado en las filas de Franco y que seguía siendo franquista. " Yo le decía", contaba Ricardo, "Pedrito, ten cuidado con los comentarios que haces, que aquí pueden sentar mal".

El embajador más joven. Poco después fue nombrado embajador en Perú. Con solo 29 años se convirtió en el embajador más joven de la historia de Cuba. A ese destino diplomático seguirían otros de igual rango en Suecia y Noruega, con residencia en Oslo, y finalmente, en el Reino Unido. Para entonces sus dudas sobre los derroteros que estaba siguiendo la Revolución, desviándose del programa proclamado en la Declaración de Sierra Maestra, se acrecentaban de día en día. No era el único en percibirlo. "En un régimen dictatorial, cuanto más alto estás, más percibes sus defectos". Un día el agregado comercial de su embajada le contó como el ministro de Comercio, hijo de Menelao, martir de la Revolución (había murerto en el asalto al Cuartel Moncada), se le había derrumbado hasta echarse a llorar, para terminar por pedirle: "Llévame, por favor, al Soho a escuchar jazz". En 1965 las dudas de Luis Ricardo Alonso se convirtieron en certezas insoportables y rompió con el castrismo.Tras cuadrar las cuentas de la embajada, dimitió.

Profesor en pennsylvania. Había cumplido 36 años, estaba casado y tenía tres hijos pequeños. Él y su mujer, abogada, tuvieron que buscarse la vida. Luis Ricardo se instaló inicialmente en España, pero no encontró trabajó y decidió marchar a Estados Unidos. Pasó por Miami y Boston y finalmente encontró una oferta para enseñar Literatura Española en el Franklin & Marshall College, una de las universidades más antiguas de Estados Unidos, situada en el condado de Lancaster, en Pennsylvania. Los primeros años fueron muy duros, incluso por el clima, pues en invierno la temperatura puede descender de los 20 grados bajo cero. También en el aspecto académico, pues las universidades americanas son muy exigentes con los profesores, sobre todo al principio, y los evalúan con rigor cada año. Pero logró consolidarse en su puesto hasta que, con el tiempo, llegó a convertirse, como decía él, en "vaca sagrada". En los últimos años años disfrutaba mucho, sobre todo cuando organizaba viajes a España con sus alumnos. Por entonces ya había restaurado una casa en San Juan de Parres, donde pasaba temporadas, cerca de su madre, viuda, que se había establecido en Oviedo.

El miedo de borges. En Lancaster recibía a escritores en lengua española. Le dejó un recuerdo especial la visita de Jorge Luis Borges, a quien invitó a dar una conferencia. Borges llegó acompañado por María Kodama, que se había convertido en su lazarillo, pues el escritor argentino ya estaba practicamente ciego. María Kodama no era todavía la esposa de Borges y Ricardo cree que tampoco su amante. A Ricardo le pareció dulce y sencilla, además de profundamente entregada a la admiración de Borges. Y éste se mostró cortés, divertido y ameno. Venía con un objetivo, que planteó a su anfitrión: visitar una casa amish. Los amish, una escisión radical o purista de los menonitas, que emigraron en masa desde Europa central para huir de la Inquisición, viven en el condado de Lancaster. Son muy celosos de su intimidad y no es fácil acceder a sus casas, pero Ricardo consiguió que los recibiera el director (y redactor, tipógrafo e impresor) del único periódico menonita que existe en el mundo y que tira solo cuatro números al año, uno por cada estación.

Esa noche Ricardo vivió un momento especialmente patético con Borges. "Estábamos los dos solos y yo debía salir del cuarto un momento. Se lo dije, añadiendo que volvería en apenas cinco minutos. Y él entonces me suplicó: "Por favor, no me deje solo". A mí me dio muchísima pena, pues comprendí lo desvalido que se sentía".

Un socialdemócrata contra el castrismo. Ni la docencia ni la literatura como creación, que cultivó toda su vida y, que, entre otras cosas, se tradujo en la publicación de siete novelas, apagarían su pasión por la politica, ahora como observador y siempre con Cuba en el centro de sus preocupaciones. Era radicalmente crítico con el régimen cubano, al que, además de la falta de libertad, achacaba una total ineficiencia, que se traducía en el pésimo nivel de vida de la gente. Insistía en que lo peor del bloqueo de Estados Unidos era haberse convertido en la excusa perfecta del régimen para justificar su fracaso. "Ni siquiera es un bloqueo. Es un embargo", solía repetir. "Salvo Estados Unidos, cualquiera puede comerciar con Cuba. Pero no lo hacen porque no pagan. Cómo van pagar si no producen". Su interlocutor en el interior de Cuba era Gustavo Arcos, dirigente del Grupo de Derechos Humanos. Arcos fue un héroe de los primeros tiempos de la revolución. El fue quien disparó el primer tiro en el asalto al Cuartel Moncada, con el que mató a un teniente. En ese asalto perdió a un hermano. Y él mismo, más tarde, en el desembarco del Gramma, recibió una herida que le dejó secuelas permanentes. Todo ello no impidió que, cuando rompió con Fidel, se convirtiera en un maldito. "Le hicieron actos de repudio delante de su casa. Uno de los que hizo méritos así fue Robertico Robayna, que llegó a ministro de Asuntos Exteriores", recordaría Ricardo. "Hablo con Arcos por teléfono, siempre desde fuera de Estados Unidos. Es increíble que conserve la misma voz que hace cuarenta años. Estoy seguro de que nos graban todas las conversaciones. Cuba es un estado policial. Tiene la mayor policía política del mundo".

Luis Ricardo Alonso no tenía contactos, en cambio, con el núcleo duro de Miami, con cuya ideología no comulgaba ni con su actitud, que consideraba intolerante y revanchista. El se consideraba un socialdemócrata y había quedado marcado por su estancia en Noruega, durante la que había admirado la ejemplaridad de los políticos. "El primer ministro vivía en una casa normal y su mujer no tenía criada. Ella hacía todas las labores de la casa".

De Fidel al Che. Luis Ricardo contaba que, cuando los insurrectos estaban en Sierra Maestra, un día le pararon por la calle para decirle que Fidel había muerto y que él se echó a llorar. "Yo no odio a Fidel", decía. "No se puede odiar a una persona por la que has llorado". Pero no le perdonaba que hubiera hecho al pueblo cubano rehén de su soberbia. "Fidel es un gran personaje, que conoce profundamente Cuba y que tiene un enorme poder de persuasión, sobre todo en el trato personal. No era comunista, pero se hizo por razones tácticas. Desde hace mucho tiempo su ideología ha sido mantener el poder, un poder absoluto, que corrompe absolutamente". Ricardo pensaba que Fidel trataría de dar a su régimen una salida "a la china": sistema político comunista con economía capitalista.

El Che Guevara en su opinión era distinto de Fidel: más idealista y más ideologizado. Sus críticas a la URSS, por ayudar poco a Cuba, le enemistaron con los Castro. Se marchó a Bolivia para hacer triunfar allí la revolución y, cree Ricardo, con la secreta intención de extenderla después a Argentina. Pero se equivocó, pues las condiciones de Bolivia eran radicalmente distintas de las de Cuba. "No mereció el final que tuvo", comentaba. Y contaba que, cuando se había despedido de él para marchar a Londres, le había regalado varias cajas de puros, aunque sabía que no era fumador. Una de aquellas cajasa cabó en las manos de Winston Churchill.

El segundo embajador. En uno de nuestros encuentros en Oviedo, en los años 90, nos acercamos al Fontán y pasamos por la Biblioteca Pérez de Ayala. Subiendo por la calle Quintana me comentó: "Sabrás que en este siglo hubo dos embajadores asturianos en Londres: uno, Ramón Pérez de Ayala; el otro, yo".

Yo pienso ahora que en esa coincidencia, y en su condición de escritores, no terminbaban las afinidades entre Ramón Pérez de Ayala y Luis Ricardo Alonso. Pérez de Ayala había escrito que los asturianos nunca se van de su tierra, pues, cuando emigran, llevan a Asturias consigo. Cubano y asturiano a la vez, la elección de Luis Ricardo Alonso fue llevar a Cuba dentro.

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