"Si quieres bailar señor condesito", canta Fígaro de entrada y la ópera que Mozart dedicó a los esponsales del pícaro sevillano se convierte en una danza sin fin, con una música maravillosa y excelentemente expresada por cantantes y la orquesta, con una escena delirante, ejercida muy bien por todos como ayer se pudo disfrutar en el teatro Campoamor. Primera función de "Las bodas de Fígaro", según una producción de la Opera Ballet Vlaanderen. Tercer título de la LXVIII Temporada de Oviedo. Éxito sobremanera del barítono asturiano David Menéndez, de la soprano norteamericana Amanda Majeski y del director de escena Guy Joosten. El público al final aplaudió durante cinco minutos y 26 segundos. Antes de iniciarse la función se leyó en off una declaración de Ópera de Oviedo de condena de los atentados terroristas de París y a favor de la libertad, la igualdad y la fraternidad. En el palco oficial, el alcalde Wenceslao López. Entre el público, el arzobispo Jesús Sanz.

El maestro Benjamin Bayl atacó la famosísima obertura con vivacidad y soltura. La OSPA respondió. Qué buena orquesta. Los mejores presagios recorrían la sala. No así en la escena o, mejor, en la ficción ya que la fiesta se nubla en un parpadeo. El Conde Almaviva, grande de España, está prendado de Susanna, la novia de Fígaro, y quiere ejercer el "jus primae noctis", el derecho de pernada medieval, así que procrastrina los esponsales. El barítono Joan Martín-Royo, como Fígaro, canta el "Se voul ballare", ya indicado, con gran calidad y el bajo Felipe Bou, tan querido en Oviedo, en el papel de doctor Bartolo, despliega el aria de la venganza. "La venganza es un placer reservado a los sabios". Muy bien. A la trama delirante se le añade una morcilla cuando Jon Plazaola, como don Basilio, entona "¡Fígaro, Fígaro!", guiño a "El barbero de Sevilla", de Rossini, que no vería la luz hasta tres décadas después. El Coro de la Ópera de Oviedo, una de las claves de la temporada carbayona, tuvo ahí una breve intervención de la que salió con éxito. El barítono asturiano David Menéndez, en el rol del Conde de Almaviva, impresionante, ya en el inicio y durante toda la función. Voz poderosísima, bella y expresiva. Martín-Royo cerró el primer acto con "Non più andrai" mientras Cherubino, a la fuerza, se hace soldado.

El segundo acto se inauguró, de mano, con la soprano norteamericana Amanda Majeski, en el papel de la Condesa de Almaviva, cantando "Porgi, amor, qualche ristoro". Superior. No en vano el año pasado cantó este mismo rol en el Metropolitan de Nueva York y en primera función.

Cherubino, el doncel que a todas gusta y de todas se enamora, encarnado por la mezzo rumana Roxana Constantinescu, cantó después una de la arias clave de la ópera, "Voi che sapete", con mucha calidad. Y en la misma línea de musicalidad y belleza, el trío, varias escenas largas, encadenadas, un hermoso cuarteto y el grupo final del segundo acto, siete en el concertante, que culmina el enredo con el Conde sospechando que Cherubino está liado con su esposa -no le falta razón- y Susanna recomponiendo el enredo a favor de su señora.

Tras el descanso, la escena de Guy Joosten, con diseño de Johannes Leiacker, centrada en un inmenso invernadero, amplió el trampantojo, la perspectiva que le da una gran profundidad, y ofreció un camino de flores sin duda nupciales. Gran dúo del Conde y Susanna, "Crudel! perché finora", como nuevo punto de inflexión porque Almaviva al fin comprende que le están tomando el pelo. Muy bien de nuevo David Menéndez y Ainhoa Garmendia. Y el barítono asturiano repitió su éxito superlativo en "Vedró, mentr'io sospiro".

Tras el sexteto, magnífica también la soprano Amanda Majeski, la Condesa a fin de cuentas, en "Dove sono i bei momenti". Un tatuaje con una paleta de albañil -una cita masónica evidente- desvela que Fígaro es hijo de Bartolo y Marcellina, interpretada por la soprano Begoña Alberdi, buena voz y gran comicidad. Y qué decir del dúo "Che soave zefirretto" de Garmendia y Majeski. Superior. Boda y, ya en el cuarto y último acto, más y más enredos, más y más parodias.

Fígaro canta con gran calidad "Aprite un po' quegli occhi" y aún Susanna logra un destacado lucimiento en "Deh viene, non tardar". El Conde pide perdón. La Condesa lo concede y con las luces encendidas en toda la sala cantan en coro la moraleja final de la ópera. Ovaciones y ovaciones.