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La Vida Buena

En el corazón de Chiapas

El legado de los mayas se esconde en la selva Lacandona, un lugar que proyecta el esplendor oculto de una civilización perdida

En el corazón de Chiapas

Es domingo en Zinacantán, en el corazón de la sierra chiapaneca. Es mediodía y Juanita ya tiene todo preparado. En breve, irrumpirán decenas de visitantes, ansiosos por ver su artesanía. Un entramado de coloridos tapices, manteles con motivos florales o prendas de vestir reposan sobre estanterías en el bajo de su casa. Todo hecho a mano. Todo artesanal y sin un ápice de tecnología. En su taller, un telar, sobre el que se recuesta una pieza de múltiples colores. No es de gran tamaño, pero sin embargo su elaboración es lenta. "Llevo ya más de dos meses con este tapiz...", comenta tímidamente la artesana.

Juanita es una más de tantas mujeres de este poblado de origen azteca que con sus manos se ganan la vida, probablemente como ya hacían sus antepasados. Un oficio ancestral y heredado que combina genialidad y destreza. Muchas de sus prendas están expuestas en los múltiples puestos que los domingos copan gran parte de la plaza central del poblado de San Juan Chamula, a escasos kilómetros de Zinacantán.

San Juan Chamula parece estar de fiesta cada domingo. Decenas de mujeres de cabellos trenzados caminan por la concurrida plaza ataviadas con chales de vistosos colores y largas faldas de lana negra. No sólo hay artesanía textil. Cualquier producto es bien recibido. La arraigada cultura de comer en la calle es latente en este particular mercado al aire libre: decenas de puestos donde comer tacos de pastor o donde saborear el pozol, una particular bebida de origen mesoamericano hecha a base de cacao y maíz. Para los más atrevidos, el pox, un aguardiente hecho a base de destilado de maíz y que los lugareños utilizan incluso con fines curativos.

El tiempo parece haberse detenido. Un viaje al pasado en toda regla. En el interior del templo de estilo colonial que preside la plaza, los fieles se reúnen para practicar sus particulares rituales, creando una atmósfera especial, incluso inquietante. Un arco de velas rodea a los feligreses que en familia acuden a orar arrodillados en el suelo. Es el fruto de la fusión del catolicismo, arraigado con los procesos de evangelización durante el siglo XVI, y las tradiciones prehispánicas. Un vivo ejemplo de un pueblo que ha mantenido sus costumbres milenarias. Se autodefinen como católicos tradicionales a su manera, sienten y viven bajo sus normas, incluso se rigen bajo sus propias leyes. Las autoridades no intervienen en el poblado.

Junto a los vestigios de la era prehispánica dibujada en cada rincón de la verde sierra chiapaneca, convive la otra cara de la moneda: el pasado colonial. El legado español también está presente. En 1528 se fundó San Cristóbal de las Casas, a apenas diez kilómetros del poblado de San Juan Chamula. Su centro histórico, hoy declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, rebosa colorido y vitalidad. Todo un entresijo de concurridas calles empedradas con coloridas casas de estilo colonial donde abundan modernos locales de copas junto a otros más tradicionales, taquerías e, incluso, tiendas de diseño. Una interesante fusión del presente con el pasado.

Pero el marcado sabor indígena que se entremezcla con el colonial no es lo único que se percibe en esta tierra. Chiapas sabe a más cosas. A cafetal, a mar, pero, sobre todo, a naturaleza, mucha naturaleza.

Alrededor de los más de setenta kilómetros cuadrados que conforman el llamado "Estado soberano y libre de Chiapas", al sur de México, se extiende un espectacular paraíso natural que las fuertes lluvias han teñido de intenso verde. Exuberante vegetación que nace al Sudeste, junto a las arenas bañadas por el Pacífico, y se extiende hacia el Oeste, pasando por la sierra y llegando al punto más álgido, en la frontera con Guatemala: la selva Lacandona.

Entremedias, pictóricas estampas, espacios declarados Reserva de la Biosfera o parques naturales como el de las Lagunas de Montebello, de aguas que van del verde al turquesa y donde también el turismo de aventura tiene cabida.

Los espacios naturales están muy protegidos en todo el Estado, como las cascadas de agua azul, designadas áreas de protección de flora y fauna, el centro ecoturístico Cascadas El Chiflón o el espectacular cañón del sumidero, cuyo acantilado se alza sobre el cauce del río Grijalba y cuya área fue declarada como "sitio Ramsar", para la conservación ecológica de sus humedales.

Pero el espacio natural más singular del territorio chiapaneco es la selva Lacandona. El manto vegetal de esta área de más de 900.000 hectáreas es de gran diversidad, conviviendo con especies animales, muchas de ellas en peligro de extinción, como el jaguar o la guacamaya roja. Los pobladores de este singular paraje pertenecen a varias etnias indígenas. Entre ellos, los lacandones, que se alzan como guardianes de su hábitat.

Sin embargo, la magia de este lugar no sólo reside en lo verde. La selva Lacandona también nos habla tímidamente del pasado. Nos cuenta historias. El legado de los mayas se esconde en ella. Es la historia del esplendor de un pueblo que hoy aparece sumido en la penumbra, ciudades enterradas bajo la vegetación. Sólo un pequeño porcentaje de todo ese legado es visible en varios de sus inhóspitos rincones.

Junto a la vera del río Usumacinta, ya frontera con la vecina Guatemala, la selva deja ver parte del esplendor que tuvo la ciudad de Yaxchilán (en maya, "Piedras Verdes"). Junto a ésta, otras como Bonampak, también del periodo clásico. Emplazada en medio de la naturaleza, la ciudad cuenta con varios edificios, entre los que destaca el templo de los murales.

En 1987, la Unesco proclama Patrimonio de la Humanidad a la zona arqueológica de Palenque, en lo que se considera el legado maya más importante de Chiapas. Toda una joya del pasado, aunque la vegetación apenas deja ver el 2% del total que alcanzó la urbe. Una ciudad en medio de la selva. Un presente que alude al pasado. Es la historia de Chiapas. Un pueblo que sabe dónde va y que tiene muy claro de dónde viene.

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