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ARTURO RIPSTEIN | Director de cine, acaba de estrenar en el FICX "La calle de la amargura"

"La descarnada hegemonía de la industria del cine no quiere la belleza"

"Todo en mi obra está engranado por la enseñanza del exilio español en México"

Arturo Ripstein, ayer, en Gijón. JUAN PLAZA

Un regalo inesperado. Así describió ayer el director de cine Arturo Ripstein (Ciudad de México, 1943) el guión que un buen día le escribió su mujer, Paz Alicia Garciadiego. Basada en un suceso real ("una película de putas y enanos", según rápida síntesis del realizador), "La calle de la amargura" es la última entrega de uno de los grandes maestros del cine latinoamericano, autor de títulos tan elogiados como "El castillo de la pureza", "El lugar sin límites", "Cadena perpetua" o "Profundo carmesí". Premiado en San Sebastián y homenajeado en Venecia, el Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX) ha abierto la edición en marcha con "La calle de la amargura".

-¿Satisfecho con el estreno y la acogida de la película?

-De la recepción estoy escuchando apenas los primeros comentarios, que son muy jubilosos. Me llena de alegría y me digo que mereció la pena; me justifica, me da sentido, así que estoy muy feliz.

-¿Por qué ha decidido estrenar en el festival de Gijón?

-Me invitaron, algo que es magnífico. Cuando te dicen que les gusta tu película es muy estimulante. Y Gijón tiene un viejo festival con mucho prestigio, así que es un gusto estar aquí.

-Usted ha mencionado la influencia de la obra de Valle-Inclán en esta película, pero mira más, quizás, hacia la estética del José Gutiérrez Solana de la "España negra"...

-No pensé en Solana, aunque es muy posible. Todo está engranado por el conocimiento de la literatura y la pintura que me enseñaron los maestros refugiados españoles. Tuve el privilegio de tener en Secundaria estos profesores, que llegaron a México con una cultura de gran solidez. Eran un poco feroces, pero instauraron la noción del amor a la cultura. Y como eran españoles, pues traían aquel bagaje. Somos herederos de la madre patria. Bueno, tendré que ver qué le robe, incluso involuntariamente, a Solana.

-Usted, por cierto, se naturalizó español...

-Así es, soy también español. Es uno de mis orgullos. Me invitaron a hacerlo y el Rey quiso darnos la nacionalidad: cuatro argentinos, cuatro cubanos y dos mexicanos; cosa injusta, sin duda ¿no? Me preguntaron si quería ser español y di un brinco de júbilo, porque no se me hubiera ocurrido jamás. Mi familia viene de Polonia y Rusia. Una generosidad por parte del Estado (español).

-Hablaba del poso que dejaron los exiliados republicanos españoles en México. ¿En qué sentido Luis Buñuel ha marcado su obra y su vocación de cineasta?

-No se exagera en absoluto cuando se habla de esa vinculación. Yo sabía lo que era el cine por las películas que hacía mi papá (el productor Alfredo Ripstein). Creía que no existía otra manera de hacer cine. Con quince años veo el "Nazarín" de Buñuel y, al terminar, casi no podía levantarme de la butaca. Me parecía prodigiosa; mostraba caminos que yo ni siquiera sabía que existían. Me dejo muy sorprendido y emocionado. Mi padre trató de atenuarme el golpe que me dejó aquella película con el cine horroroso que él hacía.

-¿Producía películas del oeste?

-Sí, muchas películas. También comedias y melodramas,. generalmente malas.

-A usted le hizo llevar al campo del western el guión que habían hecho García Márquez y Carlos Fuentes cuando quiso filmar su primera película...

-Exactamente. Yo era un jovencito de veintiún años que podía seguir en esto o no. La moneda estaba en el aire. El cine mexicano estaba en esos momentos catastrofado, aunque en México estamos siempre así. Mi padre quería ayudar, porque los western eras las películas que compraban los alemanes. Fue una inutilidad.

-Usted ha prestado siempre atención a escritores latinoamericanos notables: García Márquez, Fuentes, Donoso, Rulfo. ¿El cine ha mirado poco hacia ahí?

-Se ha hecho. Hay una gran influencia en lo que hemos hecho de la literatura que nos correspondió. Los autores del "boom" nos alimentaron. Estamos al tanto de lo que se hacía en Argentina, en Chile, en Perú... Ahora no tenemos ni idea. Se han cerrado los vasos comunicantes que entonces sí existían.

-¿Hay menos comunicación entre los pueblos iberoamericanos y sus culturas?

-No, pero cada vez es más pedestre, más miserable. No tiene sustancia. Lo que hay es comercio; lo que importa es el negocio. Y eso ocurre también con el cine. Para ver las películas de amigos y colegas tengo que venir a España. Cuando yo era joven, había opciones: uno veía la última película de Hitchcock y lo último de Bresson. Tenías esa posibilidad. Ahora sólo puedes ver Spiderman, o cómo se llame, y nada más. Es triste.

-¿Un arrasamiento derivado de la gran industria?

-Sin duda. Hay una descarnada hegemonía que no quiere la belleza, sino la cartera.

-No hemos hablado de la importancia que tiene en su trabajo la aportación de su mujer y colaboradora, la escritora Paz Alicia Garciadiego...

-Tuve a los mejores escritores posibles, pero la voz era de ellos. Con Paz encontré la otra mitad que me hacía falta: mi voz dicha por otra persona. Es muy estimulante porque no sólo me complementa, sino que me completa. Trabajar sin ella ya no me resultaría posible.

-¿Y cómo ve la realidad mexicana, azotada por tantos dramas?

-Me da pudor. No soy la persona adecuada. México me da muchísima tristeza, aunque quisiera que las cosas fueran de otra manera. Pero el sentimiento que tengo es el de una profunda e íntima tristeza.

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