Arturo Ripstein, referencia universal del cine latinoanericano por sus poderosas y personales historias, confesó ayer que sus historias tienen siempre un mismo punto de partida: "Necesito una imagen que es el principio del rompecabezas y a partir de la que crece la espiral de la película". En el caso de "La calle de la amargura" fue un hombre sentado en una cama, junto a una lámpara: "Las imágenes se estimulan unas a otras".

Para el realizador no es tan importante la anécdota de la película como el camino que se sigue para traducirla en un relato cinematográfico; es decir, en una sucesión de imágenes incardinadas. "Me di cuenta pronto, desde muy joven, que la manera de contar el cuento es el cuento mismo". Y de esa intuición surgió un estilo gobernado por el plano-secuencia. Ayer se felicitó en Gijón por las posibilidades que ofrece la tecnología digital, más a quien tiene, después de tantos años de trabajo y experiencia, algunas curiosas teorías sobre los actores y cómo obtener de éstos las mejores interpretaciones.

¿Por qué ha optado por el blanco y negro para filmar "La calle de la amargura"? "Despoja a la realidad de lo inminente", indicó, después de recordar una afortunada convicción de Picasso: "El color debilita". Ripstein recordó que incluso sus películas en color son un poco monocromas y que todos sus filmes están concebidos, a partir del año 2003, desde el blanco y negro. "Larga vida al blanco y negro", proclamó el cineasta.